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lunes, 11 de abril de 2011

EL RITORNELLO

Transcurría el año 1991, y transcurría lento, lentísimo, el año más largo de mi vida, desde el 27  de marzo de ese año hasta el 26 de marzo de 1992, 365 días, pues el ´92 era bisiesto, no me perdonaron ni un solo día.
No estaba en la cárcel, estaba en "la mili" (tranquilos, no voy a sacar el rollo de "dices tu de mili").

Desde el campamento, salíamos de marcha muchas tardes, y muchos teníamos pase pernocta, es decir, que nos dejaban dormir fuera. Siempre salíamos por la ciudad, y éramos varios, frecuentando la zona cercana a la estación de tren, aunque la ciudad es pequeña, y la recorríamos entera.

Pero aquel día, a las once y diez de la noche, en los "chigris" que hay al lado de la base, pues nos habíamos quedado allí toda la tarde, solo quedábamos allí "el francés" y yo, solos con las dos camareras, el, porque se había escapado por la "senda" después de la hora de "retreta", y yo, porque al ser pernocta, no tenía que entrar hasta las siete de la mañana.

Las camareras, auque jóvenes, estaban curtidas, porque tengo que decir que estos locales, estaban al lado de la base y solo eran frecuentados por los militares, que, entonces éramos todos chicos. Una, no recuerdo su nombre, era poco agraciada, y la otra demasiado agraciada, pero allí, no estaba la cosa para remilgos.

De todas fromas, desde el primer día, yo tenía un pacto, puesto que yo conocía a las chicas de antes, y los demás eran de otra provincia. Yo, me guardaba para mí sus sercretos y su vida e informaba a las chicas de quién tenían que cuidarse. Y ellas, se las arregalaban para hacerme llegar lo que fuese cuando los arrestos me impedían salir.

El pacto incluía la claúsula no escrita de que yo no tendría nada con ellas, y eso no era negociable, era por precaución, porque si luego había celos, rencores, o lo que fuese, se torcería todo.

Siempre el fracés, que, en realidad era hijo de padres españoles, y nunca había venido a España, se las arreglaba para meterse en problemas. No éramos compañeros habituales, puesto que yo, siempre evitaba los problemas. Pero esa noche, y dada la costumbre que tengo de ser tonto y de llevarme bien con todos, me convenció para pasar la noche de "picos pardos".

El fracés no pronunciaba bien, y pasaba de las erres. Decía siempre a la camarera guapa, que tenía ojos de pez, lo cual yo no entendía, esa noche le pregunté, y me dijo que me fijase bien, entonces lo comprendí. La chica en cuestión, al hacerse la raya del ojo, esiraba las líneas hacia afuera, dando la sesación de esos dibujos de pez de los jeróglificos o del dibujo de un niño.

Las chicas nos acercaron a la ciudad, pero por miedo a quedarnos tirados muy lejos de la base, nos quedamos en una zona poco habitual, y más cercana.

Que si vamos a este, que si vamos al otro, al final entramos en el RITORNELLO, seguro que todavía existe, yo nunca había entrado allí, teníamos 19 años recién cumplidos, y el ambiente allí, era más bien para otra edad. Mujeres de entre 35 y ... más, hombres de edad aún mayor, y nosotros allí, con la cabeza bien rapada, para que no quedasen dudas de cual era nuestra residencia temporal.

Al principio estaba desubicado, luego, me quedé pegado a la barra, observando, estaba fuera de lugar. El francés, ni se inmutó, más lanzado que yo, enseguida me dejó solo, y desapareció para toda la noche, no volví a verlo hasta el día siguiente en la formación de diana.

Tímido hasta la exageración, allí, con todas esas mujeres que me sacaban más de quince años, mirándome como miro yo ahora a los "yogurines".
Terminaba ya la cerveza, y me iba a ir.

Dos mujeres me rodearon, tendrían... pues eso, unos 35. Nervioso, no pude evitar hablar más de la cuenta, intentando ser lo más agradable posible, sacando todos mis encantos, a ver si podía ocultar a ese niño sensible y tímido de aquellas miradas expertas, que se estaban riendo de mi cobardía.

Era inevitable, me dejaron solo con una de ellas, dijo que se llamaba Rocio. Pasé la noche con ella, me contó que tenía un hijo y que estaba separada. Hablamos un montón, yo, una vez fuera del Ritornello, que no era una sala de fiestas para mí. Me encontré más cómodo.

No me importó que tuviese un hijo, ni que estuviese separada, ¡tenía una chica! aunque solo fuese para ese día, había ligado. No, que vá, ella me había elegido entre los otros ¿por qué?

Nunca me enamoré de ella, era muy guapa, una mujer de bandera, de conversación agradable, un buen trabajo, con una forma de ser que enamoraba. Era como si me hubiese tocado la lotería, y sin embargo, no era capaz de enarmorarme de ella, me encantaba estar con ella, y dar envidia a mis compañeros, que se frotaban los ojos al ver semejante monumento. ¿Qué hacía esa mujer conmigo?

Su hijo era pequeño, pero los niños simpre se me han dado bien, y pronto el niño jugaba conmigo tan felíz.

Pero yo, no podía enamorarme por más cariño que tenía hacia ella, y por más que ella se volcaba conmigo, no podía. Con los años he llegado a pensar que yo tenía miedo de enamorarme de ella, porque una mujer así, no podría estar conmigo, que me tendría que pasar la vida muriéndome de celos cada vez que otro hombre la mirase, que tendría que estar todo el tiempo pendiente de no perderla, y que mi única defensa era no enamorarme para no sufrir. Consciente, o inconscientemente, nunca me enamoré de ella.

Seguimos una temporada, y cuando yo me licencié, teníamos una relación entrañable. Ella parecía que me adoraba, y yo seguía sin entender qué podía ver en mí, una mujer así, que podía tener al hombre que ella quisiese.

Al final lo supe. Estaba separada de un indeseable, un machista, maltratador, una de esas personas, que te dan el pego, que parecen estupendas, que son muy guapos por fuera, que todas se le quedan mirando. En fin, un hombre de los que hacían juego con una mujer así.

Pero pegaba a Rocio, la vida en común había sido un suplicio, nunca me lo había contado. Un día nos encontramos con el, su mirada de desprecio hacia mí era comprensiva, era un físico imponente, y yo con mi baja estatura, se reía de ella, y sin embargo, yo no veía que Rocio se avergonzase de mi, al contario.

Aunque el hombre me dirigía miradas de ira, sus palabras hacia mí eran corteses y educadas. Yo estaba desconcertado, era como si fuese una mascota, me veía ridiculizado físicamente entre aquellas dos personas, que parecían hechas el uno para el otro.

Nos despedimos y Rocio me  contó todo, las palizas, los insultos, el miedo, la chulería. Esos hombres tan apuestos, que creen que hacen un favor al estar con ellas. Y que si quieren seguir teniéndole, tienen que ser sus esclavas.

Comencé a odiarle. Era mi primer contacto con ese tipo de relaciones de maltratos, y no podía comprender como se le podía gritar, y mucho menos pegar a una mujer como Rocio.

A pesar de ser casi un niño, me di cuenta de que Rocio, me adoraba por el trato que yo le daba. Que su experiencia anterior, había sido un tormento, y que yo, sin ser nada del otro mundo, era un ser extraordinario al compararme con su ex marido. Se sentía valorada a mi lado.

Tuve que ser yo quien abriese los ojos a Rocio, no pintaba nada a mi lado. Se puso desesperada. Pero yo no sería capaz de vivir a la sombra de una mujer así.

Cada día iba a su casa, a la irritación inicial, siguió su cariño habitual. Seguí siendo su amigo durante un tiempo, hasta que el hombre que se merecía apareció en su vida, hombre con el que hoy continúa, (tienen una hija de 16 años que juega a baloncesto). A veces los veo, son una pareja feliz, y me encanta que no me reconoczcan. Dejan su hija en la parada con el resto del equipo, yo abro las puertas del bus, suben, y veo a esa niña idéntica a su madre, miro a la acera y consigo, con esfuerzo, reconocer a Rocio. No digo nada.

Al poco tiempo de dejarlo con Rocio, y como esta ciudad es un pañuelo, me encontré en la zona del Húmedo con el ex marido. Como esa vez, la chica que me acompañaba, era más acorde a mi edad y a mi físico, no pudo resistir la tentación de burlarse de mí. Yo siempre rehuyo las peleas, y más si el tipo me saca un palmo de altura.

Mis amigos estaban allí para defenderme, pero no hizo falta. Fue hace 18 años, me habría dado una paliza, pero es que me invadía la rabia, lo hice sin pensar, no soy para nada violento, cuando dijo que Rocio era una furcia, y que la chica que me acompañaba me la quitaba el cuando quisiera, mi rodilla salió disparada hacia su muslo, cuando se dobló, el codo a su mandibula, y siguieron otros golpes hasta que me sacaron de allí a rastras.

No le he vuelto a ver, aunque me consta que puso una denuncia, pero como no sabía mi nombre, y en esa zona, que me conocían bien, todos se lo ocultaron, no pasó nada.

Creo que en esos años, perdí la timidez, Rocio fue un punto de inflexión. Me convertí en otra persona, y afortunadamente, no he vuelto a pelearme nunca con nadie.

Al final, mi mujer también está por encima de mis posibilidades, pero ahora tengo más confianza en mi mismo, aparte de que de esta si que me enamoré de verdad (Hasta las trancas).
FIN

* Esto se sale un poco de mis relatos habituales, pero bueno, esta historia no tiene tanto que ver con mi fantasía como las otras.


2 comentarios:

Ana Galindo dijo...

Es una historia cargada de emociones que atrapan. Haces una secuencia muy bien hilada de lo sucedido. Enternece la figura de Rocío, se aborrece la del exmarido, hace que tu persona resulte excepcional, y que de alguna manera todos valoremos mucho a tu mujer.

Felicidades por este relato.

Besos.

Ruben dijo...

Te aseguro que no soy tan excepcional.
La historia viene porque es sorprendente, como una mujer tan estupenda, se vio condicionada por el desprecio de un hombre que, tal y como era, podía haber conseguido mucho más por las buenas.
Muchas gracias por pasarte, me arrepiento de que sea con este relato, porque no es muy bueno.
Lo he escrito para soltar lastre emocional.