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viernes, 30 de septiembre de 2011

4.- ARRIBA EN EL MONTE

Durante todo el invierno los cuatro pastores y Javier se hicieron grandes amigos, y decidieron que Javier subiese con ellos al monte la próxima primavera, así Rafa no tendría que estar pendiente de subir con las cubas porque las bajaría Javier.
Hablaron de sus sueños.
Javier, que deseaba no haber cometido tantas estupideces en su vida, como interesarse por la chica equivocada o como lo de los lobos.
Miguelín que deseaba volver a ver a los lobos que escaparon.
Doro, que solo deseaba paz mientras esperaba el momento de reunirse con su esposa.
Manolo que estaba pensando en vender su rebaño y viajar hasta el otro lado del Atlántico.
Luisón que seguía esperando el amor de su vida.
Todos esos sueños iban quedando en simples sueños.
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Después de la trampa mortal, la loba gris volvió junto a sus tres   cachorros y se los llevó río arriba lejos de aquel lugar tan peligroso, no había conseguido localizar a su compañero y eso la ponía enferma. Durante su marcha perdió a uno de sus lobeznos, en un encuentro con un oso, el mejor de sus cachorros logró salvarse por su velocidad, el más débil logró salvarse gracias a su madre que le ayudaba, pero el otro se dio de bruces contra el oso, que ya estaba bastante cabreado, y éste le barrió de un manotazo, cayó ya muerto en la corriente del río, que le arrastró.
Después de eso, la loba siguió río arriba, sus hijos tenían hambre y tenía que dejarlos solos de vez en cuando, no quedaba otro remedio, a medida que avanzaba el invierno, se sentía más desesperada, si no volvía pronto su compañero no podría criar ese año y eso suponía el fin del grupo, y ella tendría que unirse a otra manada. Finalmente se asentó en la orilla del río y allí esperó. Los lobeznos conseguían ayudar cada vez con más eficacia en la caza.
Un día ya cerca de la primavera una manada de lobos pasó por allí, y tuvo que humillarse junto con sus cachorros para no ser atacada, eso cambiaría si su compañero apareciese, porque entre los dos dominarían la manada en un solo día. Pero el que apareció fue uno de sus hijos de tres años atrás, le reconoció mucho antes de que llegara, la nueva manada no le aceptó como la había aceptado a ella, y cuando llegaba junto a ella, se estaba preparando una pelea que podría acabar con las peores consecuencias, por eso se puso nerviosa e intentó que su hijo se humillase para reconocer su posición en un grupo que no era el suyo. Su hijo, fuerte como su padre, astuto como su madre, esperaba encontrar a sus padres como líderes indiscutibles del grupo, pero al no reconocer a su padre en ningún miembro de la manada y ver que su madre no era nadie allí, se detuvo en seco. No estaba dispuesto a resignarse a esa situación, era demasiado grande para someterse a nadie, pero estaba solo. Mostró sus dientes en actitud de desafio, su madre no tuvo más remedio que intentar defender a su prole, incluso sus ya crecidos cachorrros se mantuvieron a su lado. Pero solo eran cuatro, y los otros eran siete.
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El gran lobo se salvó saltando una pared vertical enorme, se salvó, pero quedó separado de la manada , no supo si todos murieron o si todos se salvaron, no podía encontrar la manera de volver hasta ellos, y durante días se volvió loco buscando la manera de salir de ese territorio desconocido al que había ido a parar, incluso paso una noche por el medio de un pueblo oscuro en el que mató cada perro que salió a su encuentro(*)
-(Hecho real documentado en un pueblo de mi provincia en los años 40, no digo el nombre, ni tampoco el número de perros muertos, porque os parecería mentira, pero es un hecho real)
Después subió como una bala por la ladera del otro lado del pueblo y a los tres días encontró el camino hacia su antigua lobera, allí no había nada. Más tarde encontró el rastro de su compañera y la siguió río arriba muchos días, cazó solo algunas piezas pequeñas, otro día encontró un ciervo ahogado en el río, y se fortaleció después de pasar tanta calamidad.
Por fin un día llegó al lugar donde se encontraba su compañera, pero cuando se acercaba, la situación era difícil, los cachorros, ya no tan cachorros, la loba y su travieso descendiente, aquel que llevaba año y medio sin ver, estaban haciendo frente a siete lobos. Ya la pelea se estaba decantando a favor de la otra manada cuando llegó. Toda su furia y toda su desesperación por las cosas pasadas en las últimas jornadas, se volcó hacia sus enemigos, en su primer envite destrozó el cráneo del otro líder, y terminó la pelea, porque todos los demás se sometieron a su fuerza. Allí abandonaron al lobo muerto y siguieron a su camino…
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La primavera llegó de nuevo, y con ella volvieron los rebaños al monte, con nuevos mastines, con los mismos pastores.
Mastín leonés.
La montaña se mostraba en pleno despertar, los brotes, las flores amarillas, azules y lila por todos lados, las crías de todo animal, los regueros formados por la nieve fundida… Todo volvía a la normalidad.
Javier llegó con ellos. Durante todo el invierno se habían convertido en sus amigos, lo cual le había salvado de alguna que otra encerrona. Siguió los consejos que éstos le daban y poco a poco, se fue adiestrando en el pastoreo, ya subía a los riscos como el Luisón, y los demás le veían como uno más.
-No sabía que había tantos corzos -dijo Javier a Doro-.
-Es raro, yo nunca había visto tantos, también hay muchos ciervos y hay más conejos que nunca.
-Supongo que eso será un buen síntoma, seguro que nos espera un año próspero.
-No lo sé -contestó Doro-.
Durante gran parte del verano estuvieron tranquilos. Ni un solo día se oyó el aullido de un lobo. Manolo decía que después de la trampa ninguno se atrevía a aparecer.
-Yo creo que llegan al lugar por el que cayeron los otros y se vuelven asustados, porque ninguno se atreve a llegar hasta aquí.
-Pero Manolo -dijo Miguelín- no ver muchos lobos es normal, pero no ver ni uno, es bastante raro.
-Resulta que ahora Miguelín les ha cogido cariño -dijo Doro-.
-Yo no les he cogido cariño, -dijo Javier- pero yo no mato ni uno más, todavía me cuesta dormir algunos días.
-Lo que está claro es que estamos a finales de agosto y no hemos visto ninguno, y eso que hay bien de corzos y ciervos, por no hablar de los conejos, que en mi casa, mi madre y Rafa están muy contentos de que les baje alguno de vez en cuando, porque con tanta falta de todo, vienen bastante bien -dijo Miguelín-.
A medida que se acercaba el final de septiembre, los pastos escaseaban, los corzos y los ciervos sin la presencia de los lobos eran demasiados y entre la fauna de la montaña y los rebaños domésticos, se había abusado de la generosidad del monte. Las cabras sobrevivían mejor, pero las ovejas cada vez estaban más flacas.
-Yo así no puedo seguir, tengo que llevarme las ovejas de aquí, porque no tienen nada que comer -dijo Luisón-.
-No me extraña, las mías están famélicas -contestó Manolo-.
-Y las mías igual -dijo Miguelín-, Doro porque tiene las cabras, pero las pocas ovejas que tenía las ha bajado ya.
-Hemos roto la cadena alimenticia -dijo Javier-.
-¿Qué dices? -preguntó Miguelín-.
-Que hemos roto la cadena alimenticia. Hemos matado varios lobos, y no solo eso, además hemos espantado a los demás que no se acercan por aquí, con lo cual, sus presas se han reproducido en exceso y ahora no solo sobreviven los fuertes, también los débiles y los viejos, ese exceso de población es el causante de que no haya suficientes pastos, si los lobos no vuelven pronto, tendremos que matar algunas hembras de los corzos y ciervos.
-Si hacemos eso, ya puedes emigrar, porque cuando se enteren los que vienen a cazar, con el poder que tienen, ¡te machacan!
Tuvieron que abandonar la montaña un mes antes que otros años, muchos corzos y ciervos morían y quedaban apenas mordisqueados por zorros y liebres, puedriéndose por doquier a merced de los carroñeros.
El otoño acudía puntual a su cita.
Durante el invierno, algún lobo estuvo de paso acuciado por el hambre, pero una cacería por parte de uno de esos personajes que había que tener contento, terminó con dos lobos en la plaza del pueblo. El personaje en sí, ni siquiera miró, estaba enfadado por no ver ni un oso, lo cual era lógico, teniendo en cuenta que estaban los osos en plena hibernación. A veces, la gente inculta e ignorante, también ostenta un cargo importante. Demasiadas veces.
En ese invierno, pasó lo que tarde o temprano tenía que pasar con Luisón, que una de sus escaramuzas terminó de la manera más estrambótica.
Ese invierno, tanto Javier como Miguelín, le dedicaron a ojear rebecos para ponerlos a tiro de algunos cazadores con dinero que pagaban bastante bien por unos guías como ellos que conocían la montaña. Incluso pagaban cuando no eran capaces de atinar al rebeco, cosa que sucedía con bastante frecuencia. Por cazar el rebeco en la modalidad de rececho, es decir, buscando en pleno día un lugar apropiado para atinar al animal, que acostumbrado a los lugares poco accesibles y alertados siempre del peligro, terminan por ofrecer un tiro largo y con pocas posibilidades. Javier y Miguelín cobraban igual, pero claro está que cuando la caza era fructuosa, la propina era importante, más o menos igual que la vanidad del cazador. Además, de esta manera, iban seleccionando un poco los excesivos rebaños de rumiantes incrementados por la ausencia de depredadores.
Un rebeco, este animal no muda los cuernos.
Mientras, Luisón seguía con los mismos caprichos, mujeres que no le correspondían o que simplemente, no se fiaban de él por la reputación de mujeriego que tenía. Ese año, se estaba divirtiendo porque la Mariana, que hacía más de un año que no le hablaba, se estaba poniendo celosa de una chica que rondaba a Luisón. Hasta que un mozo albañil, se encaprichó a su vez de la Mariana y ésta se olvidó de Luisón, lo cual sirvió para que Luisón renunciase a Mariana de una vez por todas.
Toda su vida fue votando de mujer en mujer sin que ninguna fuese la definitiva, unas veces por su culpa y otras no, pero siempre sin resultado. Lo único que había conseguido era una fama terrible y una angustia total porque los mozos del pueblo, ya eran mucho más jóvenes.
El caso opuesto era la hija del panadero, Lucía, que había ido de un hombre a otro sin asentarse con ninguno, para ella, no tenía mucha importancia el hecho de no tener un marido a esas alturas, porque su carácter alegre no era muy dado a la vida recatada que se esperaba de una esposa decente en esa época y en ese pueblo. No era una facilona, ni tampoco perdía el culo por cualquiera, simplemente, era propensa a las juergas y estaba claro que ella era el alma de la fiesta. Lo curioso era que nunca había tenido nada con el Luisón, más que nada porque no se llevaban nada bien, por eso, los mozos siempre buscaban la manera de tenerles juntos, y así asegurarse una buena juerga.
Desde hacía algunos años, Lucía intentaba conquistar el corazón de Antonio, pero el chico era tan tímido que no se atrevería jamás a decir nada a Lucía, ni siquiera era capaz de dar los días a una mujer sin ruborizarse, era tan bueno que a Lucía le daba un poco de reparo ser ella quien le abordase, por eso no había avanzado nada. Le tenía al chico un cariño muy particular, y como ella todo el pueblo, porque Antonio era ese chico obediente y cariñoso que nunca ofendía a nadie y todo el mundo se sentía cómodo con él. Lucía se moría de ganas de salir con él, pero cada vez que era más difícil, porque además todos le prevenían contra ella.
Que cosa tan extraña que ella se fuese a enamorar de aquel chico tan diferente a ella.
Pero no sabéis la más gorda, (como dice mi amigo Pipo), resulta que a Luisón le pasaba ese invierno otro tanto de lo mismo, se fue a enamorar de la chica más decente y reservada que había en el pueblo. Había llegado durante el verano con sus padres para ayudar a Florencio y a Carmen, que eran los dueños del molino y cada vez precisaban más mano de obra.
La chica en cuestión era muy callada y solo iba a los bailes porque sus propios padres se lo pedían con la esperanza de que cogiese más confianza. Al principio fue la idee fixe de todos los mozos, pero pronto desistieron ante la vergüenza alarmante que pasaba la chica, que terminó por ser una de esas chicas aburridas que todos evitan, de modo que pasó de ser la “chica preciosa” a ser la “chica esa que no habla nada”. Eso, hasta que, terminado el verano, cuando los bailes dejaron de hacerse en los prados y en las plazas y pasaron a hacerse durante el invierno en la “Casona” que así llamaban al bar del pueblo.
Entonces fue cuando la vio Luisón.
-¿Quién es esa chica Miguelín? -preguntó-.
-Esa es la sobrina del Florencio y de la Carmen.
-¿Cómo se llama?
-María.
-María… es preciosa
-Sí, pero no habla con nadie.
-Ya lo veremos…
Y esa fue la mayor preocupación de Luisón, intentar conquistar a la muchacha, que era poco menos que intentar conquistar la luna. Muchos esfuerzos hizo el Luisón para lograr su objetivo, pero no avanzaba mucho. Logró, eso sí, el cariño de ella, pero nada más, no había nada que hacer, era muy tímida y no conseguía otra cosa que alguna sonrisa de vez en cuando, pero con la experiencia que tenía con las mujeres, se daba perfecta cuenta de que nunca vería el menor atisbo de amor en ella, por lo menos hacia él.
-Lo mismo me pasa a mí con el Antonio -le dijo un día Lucía al Luisón-.
-Bueno -contestó él-, eso es normal, no me imagino a Antonio con una bruja como tú.
-Ni yo me imagino a esa pobre chica con un “ovejo” como tú.
-¡Lo tienes tu claro! si crees que Antonio se va a fijar en tí. Si te mira como a su hermana mayor.
-Siempre estás igual, Luis, si la María tiene edad para ser tu hija ¡capullo!
-¡Buuff! No te aguanto.
-Es que parece que tienes que venir siempre a incordiarme.
-No digas bobadas, si solo vienes al baile para criticarme, que vas diciendo a todas que no se puede esperar nada de mí.
-Y tu les dices a los mozos que soy la más sobada ¡so cabrón!
Y casi sin querer, se enzarzaron en otra discusión más, que, como siempre, terminó con la Lucía tirando piedras por la calle detrás del Luisón que corría riéndose como un loco. Pero la historia se iba complicando cada vez más.
Por fin un día poco antes de la Navidad, Luisón consiguió que María bailara con él, y Lucía, que no quería ser menos, sacó casi a rastras a Antonio. Y Luisón miraba con guasa para la Lucía. Y la Lucía miraba con odio para Luisón, y mientras tanto Antonio y María no se quitaban ojo.
Al final Lucía empujó a Luisón, que cayó como un saco contra el suelo, cuando se levantó, comenzó la enésima pelea con Lucía, y mientras, Antonio y María se avergonzaban de los dos. Y al final María le pidió a Antonio si podía acompañarla hasta su casa, lo cual le hizo a Antonio más feliz que nunca.
Para cuando terminaron de pelear, tanto Luisón como Lucía estaban hechos un desastre, y peor fue cuando vieron como Antonio se iba con María, porque se quedaron helados.
Al dia siguiente, volvieron, y los mozos se las ingeniaron para dejarles juntos otra vez, y los dos se contuvieron durante casi diez ¡segundos!, pero luego…
-Eres una retorcida amargada -dijo Luisón-.
-No empieces Luis, que bastante rídiculo hicimos ayer.
-No me llames Luis, nadie me llama Luis nada más que tú.
-Te llamo como me dá la gana, suerte tienes que no te llamo cosas peores por no liarla.
-Bueno, por lo menos esos dos acabarán juntos, es lo mejor que podía pasarles. Y por lo menos no se quedarán como nosotros ¡para vestir santos!
Esto, dolió de verdad a Lucía, que, herida en su amor propio, propinó un empujón a Luisón que terminó con este contra los escalones. Apenas había golpeado su cabeza contra el suelo, comenzó a manar sangre de ella escandalosamente, como suele ocurrir a veces con la cabeza, pero sin ser nada más que un corte sin importancia, pero Lucía se puso como loca.
-¡Luis! ¡Luis! ¡Ay madre!. Luis que te pasa, ¡Luis! -gritó tanto que todos se asustaron-.
-¡Serás escandalosa!, no me ha pasado nada, anda ven a lavarme un poco en la cocina de ahí enfrente.
-No, mejor te lavo en casa, que tengo algo de botiquín.
Y se fueron a casa de Lucía, y allí pasó la noche Luis, porque ahora era Luis, y allí pasó la noche siguiente, y allí pasó el invierno con Lucía. ¡Cómo se reían todos los mozos de la manera graciosa que tuvieron Lucía y Luisón de enterarse que se querían!
Y todo acabó con que Luisón se casó con Lucía y ésta, que no quería tener a su marido recién estrenado sin control en el monte, subió con él esa primavera.
(*)-He exagerado un poco con lo de que en un año hubo un exceso de rumiantes. Sin embargo, después de descastar los lobos en una zona de Cantabria hace años, a los pocos años, se encontraron con ese problema. Por tanto, es una consecuencia real que ya ha ocurrido. Tuvieron que reintroducir de nuevo lobos, lo mismo que tuvieron que hacer hace 20 años en el parque Ýellowstone (El del oso Yogui).
(*)- He puesto algunas fotos, para ver si el relato es más ameno…
CONTINUARÁ……….

domingo, 25 de septiembre de 2011

3.- ARRIBA EN EL MONTE

La terrible historia de Javier les dejó anonadados, pero como si se tratase de uno de ellos, cerraron filas en torno al fugitivo, y no pensaron en su pasado enterrando la historia a ser posible para siempre.
Ninguno quiso preguntar nada a Javier, cada uno de ellos era consciente del peligro que estaba corriendo. El hecho de contarles su vida había sido un paso importante para él, porque al mismo tiempo se ponía en sus manos.
La primera vez que Javier vio un lobo, le pilló por sorpresa, estaba con Doro en su parte del monte, y el lobo, eludiendo a los perros y a los pastores, había sido capaz de meterse en el medio del rebaño y llevarse poco a poco a una de las pocas ovejas que tenía Doro entre las cabras. Javier se quedó mirando como la oveja avanzaba como en el aire, y al fijarse comprobó que era un lobo quien la arrastraba por el cuello. Sin pensarlo se fue a por el lobo con una estaca, los perros le vieron entonces, pero el lobo soltó la oveja y huyó seguido muy de cerca por los perros.
-Parece que le van a coger -dijo Javier-.
-Sí, es raro, debe pasarle algo, normalmente corren que les lleva el diablo.
Embelesados mientras se fijaban en el lobo correr casi al alcance de los perros, estaban sorprendidos. De repente el lobo cambió de ritmo y se perdió a gran velocidad perdiéndose de vista.
-Vaya, eso si que es correr -dijo Javier-.
-Se ha reído de nosotros, no me gusta nada, ese… algo buscaba.
-La oveja.
-Mejor voy a contarlas.
-Pero si no se llevó ninguna.
-Ese no, pero creo que lo único que hacía era despistar a los perros y nos hemos quedado mirando como pánfilos, seguro que otros lobos se llevaron alguna.
Faltaban dos ovejas, y las cabras estaban dispersadas por todas las rocas. Mientras ellos miraban huir al lobo, los otros se habían llevado lo que querían.
-No pensé que eran tan listos -dijo Javier-.
-Jamás dejan de sorprender, si les pones una trampa, pronto se darán cuenta que es una trampa, si les esperas con escopeta, la huelen, se cachondean de tí, si vas a buscarles necesitas mil perros, y todavía encontrarán la manera de salvarse. ¡Y querían que tú los cazases!
-Pues se me ha ocurrido una idea.
-Da igual, ahora no sabemos cuando van a volver, ni por dónde, ni a qué rebaño.
-Pues se me ha ocurrido una idea.
-No te esfuerces, no importa, de vez en cuando se llevan alguna, te da rabia, pero al final lo piensas, y no es más que un tributo que te cobra el monte.
Durante los días siguientes, Javier no estuvo con ninguno de ellos mucho tiempo, se dedicó a pensar en la mejor manera de llevara a cabo su plan. Lo que en principio era una idea sin más, se fue convirtiendo en un proyecto para construir una trampa para lobos. Ninguno de los pastores se dio cuenta de lo que tramaba, y casi no le vieron durante esos días. Javier intentó llevar a cabo su idea sin decírselo a ellos para evitar la vergüenza que pasaría si fracasaba, lo cual era bastante probable, porque no tenía muchas esperanzas de triunfar.
Aprovechando el terreno, intentó construir un pasillo lo suficientemente ancho como para no parecer una trampa, el pasillo conducía a un pequeño claro entre los árboles, el claro estaba cortado por la propia montaña por un lado, y por el otro lado intentó hacer una especie de falsa salida, para ello limpió de arbustos la zona dejando un disimulado sendero que invitaba a la huida, el sendero conducía a un precipicio de unos treinta metros de caída. Lo más complicado fue conseguir unos espejos grandes, eran caros, y tuvo que bajar al pueblo y trabajar durante dos semanas antes de reunir el dinero suficiente para los grandes espejos, luego tuvo que esperar dos días para que los espejos estuvieran disponibles, y luego tuvo que contar su secreto a Rafa porque necesitaba el carro para subir los espejos hasta la trampa, y por supuesto necesitó la ayuda de Rafa para colocarlos. Durante horas probaron distintas combinaciones porque no conseguía el efecto que él pensaba y la trampa era demasiado complicada. Finalmente, los espejos quedaron colocados de forma que parecía que el precipicio se podía salvar con un pequeño salto de metro y medio. Lo complicado de la trampa era conseguir que la propia imagen del animal acercándose al precipicio, no se reflejase. Para conseguir esto hubieron de probar diferentes posiciones intentando copiar un periscopio o algo parecido, por último, consiguieron que los espejos no se notasen.
Cansados se fueron para la cabaña, llegaron ya de noche.
-¿Dónde habrán estado estos dos? -dijo Manolo-.
-Pensé que no volvería, hace quince días que no le vemos -dijo Doro-.
-Además dentro de dos semanas o tres nos vamos para el pueblo.
Javier empleó todo el día siguiente en llevar un cebo al claro, pero en los días que siguieron, no consiguió atraer a los lobos, mientras repasaba el plan se dio cuenta de un fallo, si el primer lobo saltaba hacia el espejo, chocaría fuertemente y lo rompería, con lo que solo serviría para un lobo, y encima no tenía dinero para reponer el espejo, y la trampa sería demasiado cara. Desmontó otra vez toda la trampa, protegió los espejos fuertemente por la parte de detrás, para que soportasen el impacto, o que como mucho, solo se astillasen un poco sin llegar a romperse del todo. Cuando hubo terminado y recorría el sendero hasta el claro, se dio cuenta que el cebo había desaparecido mientras estaba con los espejos, y sintió un miedo espantoso de tropezarse con un lobo o de verse atrapado en su propia trampa, agarró un palo y salió despacio, pero no había ni rastro de lobos. Corrió como nunca hasta la cabaña.
A la mañana siguiente consiguió llevar un corzo muerto hacía poco hasta el claro, y en poco tiempo había allí varios lobos. Pensó que ese era el mejor momento para alborotar y provocar la huida de los lobos hacia la trampa, pero allí había por lo menos diez lobos, y tuvo más miedo que vergüenza, así que al final los lobos se comieron todo el corzo y él no se atrevió a intervenir. Al día siguiente, consiguió llevar un cordero muerto al nacer, pero tanto era el olor que despedía que casi no le dio tiempo a dejarlo en el claro que ya estaba aquello lleno de lobos peleando por un pequeño cordero que no les llegaba para aplacar su hambre.
Decepcionado, tuvo que contar sus peripecias a los demás.
-Sí, nunca consigo que vayan hacia la trampa porque no reúno el suficiente valor.
-Así que con espejos… -dijo Manolo-.
-Cada vez dudo más de mi idea.
-¿Cuántos días has llevado comida hasta allí? -preguntó Doro-.
-Cuatro o cinco días.
-Mañana vamos a llevar una vaca que se le murió a Joaquín -dijo Miguelín-.
-¿Para qué?
-Mientras se la comen, que les llevará un buen rato, nos dará tiempo a llegar con los perros, y habrá que decir a Florencio que nos deje uno de los cohetes de las fiestas.
Al día siguiente, llevaron los restos de la vaca hasta allí. Los lobos, acostumbrados a comer allí sin que nadie les molestara, llegaron en tropel, no tardó en reunirse allí una docena de lobos y parecía que venía alguno más. Cuando empezaron a oír los primeros ladridos, los últimos lobos que llegaban, lograron escapar a tiempo porque no llegaron a entrar por el pasillo. Cuando Luisón tiró el cohete, los lobos intentaron huir por donde habían entrado, pero los perros ya habían entrado por el pasillo. Eran cinco perros y allí había por lo menos doce lobos, pero los lobos evitaron el enfrentamiento porque la detonación del cohete les puso en alerta, y además venían Javier, Doro, Manolo, Miguelín, Luisón, Rafa, Florencio y Carmen, que como no se fiaba de que su marido Florencio fuese de verdad a semejante aventura, decidió acompañarle, y cuando vio el lío de lobos que había, daba unos gritos que asustaron más a los animales, incluso Javier estaba aterrorizado. Los lobos cayeron en la trampa, se encaminaron por el sendero hacia la falsa salida seguidos muy de cerca por los cinco perros. A la mitad del sendero, un lobo intentó salirse, pero no pudo porque la pared estaba a casi tres metros de altura por un lado, y por otro, los espinos estaban tan espesos que era imposible, pero el “orejotas” les dejó a todos estupefactos cuando consiguió saltar hacia la roca, no parecía que fuese a salvar tanta altura, pero cuando iba a chocar, apoyó sus patas en un pequeño saliente que le sirvió para impulsarse fuera del sendero. Había sido una demostración de fuerza y de habilidad.
Los perros iban realmente cerca de los lobos. Cuando llegaron a la trampa, la loba gris se paró en seco, pero los otros diez lobos se lanzaron hacia los espejos seguidos por los cinco perros, y todos chocaron contra el espejo que reflejaba el mismo saliente desde el que saltaban. Tan grandes fueron los impactos y tan seguidos los de lobos y perros, que todo cayó por el barranco. La loba gris fue la única que no saltó, y ya sin perros se escapó entre los golpes a ciegas de los hombres, los chillidos de Carmen, y ante un paralizado Javier.
Cuando llegaron al final del sendero y miraron hacia abajo, se les mostró una imagen sobrecogedora, difícil de olvidar. Un amasijo de cristales rotos, tablas, sangre y cuerpos destrozados y algún aullido postrero de perro o de lobo, era una imagen macabra y hasta de los lobos tuvieron lástima.
El suceso se contó en el pueblo todo el invierno, y los que lo vivieron no sabían decir si la trampa fue un éxito o una locura, incluso Javier se quedó sorprendido por tan funesto resultado. La pérdida de los perros, le dolía y no sabía cómo pedir perdón a sus dueños.
También se habló de cómo escapó la pareja de lobos, tan fuerte y ágil el lobo, tan astuta y valiente la loba. Se habló de la pérdida de los perros, de los lamentos de todos los animales que no murieron en el acto, que aunque se bajó a intentar hacer algo por alguno de ellos, solo había sobrevivido un lobo viejo que casi no se podía ni mover, y para colmo, se le habían roto algunos dientes. Miguelín intentó cuidar del pobre animal. Ni las recompensas que se le ofrecían por entregar una alimaña, ni las regañinas de los vecinos, le hicieron desistir de intentarlo. Pero para un animal viejo que había vivido toda su vida en libertad, que encima había perdido los dientes, la situación no podía ser peor, la tristeza que se veía en sus ojos casi hacía llorar a la gente. Miguelín se desesperaba por conseguir que comiese algo, pero el animal se negaba.
-No me come nada, se va a morir de hambre, madre -le dijo a su madre-.
-Solo es un lobo, hijo, y ya está muy viejo, de todas formas no habría aguantado el invierno.
-No puedo creer que el lobo al que tanto tememos y que tanto miedo nos da, sea este mismo animal triste que no levanta cabeza, que no intenta ni morderme.
-No puede morderte, casi no puede abrir la boca, y además no gruñe, ya nada le importa.
-Madre, no sé si te parece bien que no se lo entregue a las autoridades, ya sé que nos vendría bien el dinero…
-No importa, hijo -terció Rafa-, a este animal no estaría bien humillarle más.
Entre Javier y Luisón le ayudaron a llevarle a la zona más alta del monte, desde la que se podía ver todo el valle, y allí le dejaron libre para morir. Con un esfuerzo del que no le creían capaz, logró levantarse a duras penas y lanzar un aullido que casi no se oía, ese esfuerzo terminó con su vida, y su última mirada hacia ellos les hizo sentirse realmente mal.
-Parecía como si…
-…llorase -dijo Javier terminando la frase de Luisón-.
-Todos los animales lloran, yo lo sé, aunque no tengan lágrimas -dijo Miguelín-.
-¡Maldita la hora en que se me ocurrió esta locura! -dijo Javier-.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL OTOÑO

Hace un frio glacial, ha pasado tiempo desde que terminó el verano y que la gente interesante me dejó solo en este lugar. Ellos no verán este paisaje cubierto de nieve, ni soportarán el otoño, el terrible otoño que antes de llegar nos ha mandado como avanzadilla un viento que está apresurando la desnudez de los árboles, y los suelos se cubren de hojas que aun no están secas, formando una capa heterogénea entre hojas secas y verdes. Incluso hay varias ramas en el suelo y algunos árboles están a punto de sucumbir al viento cansados quizás de tantos días tempestuosos.
Yo, sigo sentado en mi peña al lado del río, impasible, sin moverme, dirijo miradas desde el río a la otra orilla y a los animales que entran y salen de la maleza. El río continúa su ritmo voluptuoso levantando una pequeña lluvia al chocar contra las rocas que sufren impasibles las embestidas de la fuerte corriente. De vez en cuando, las truchas y los barbos saltan fuera del agua y otras veces se les ve pasar bajo la superficie a gran velocidad, huyendo quizás de la voracidad de los lucios.
Tengo la cara fría, pero no me molesta, y a pesar del viento, me siento relajado, y a pesar de la soledad, me siento en buena compañía, rodeado de todo lo que la naturaleza esconde y que, poco a poco, voy descubriendo.
En la otra orilla, uno de los innumerables zorros pequeños que han nacido en esta última primavera, salta y juguetea con un ratón, que hace ya tiempo que ha muerto. El pequeño zorro, brinca celebrando su captura sin percatarse de mi presencia. Un pez salta a su lado, se queda mirando el agua, y duda, el agua está muy fría y sigue mirando embelesado. Entonces levanta la mirada y me ve, apenas me mira un instante y, a pesar de su corta vida, ya sabe que soy peligroso para el, confiado en que el ancho río le protegerá de mi, se va lentamente con su ratón.
A mis pies se distinguen en el barro las pisadas de un jabali y otras más pequeñas, las de su camada probablemente. Sobre ellas las pisadas de un lobo, que seguramente estaba cavilando sobre si sería rentable enfrentarse a la madre para conseguir una cria.
Todos los pájaros se mueven por las ramas más bajas, para evitar el fuerte viento que mueve y bambolea las copas. No se si cantan, no se oye nada entre el ruido de la corriente del rio y el fuerte rugir del viento.
Está anocheciendo, decido irme caminando hacia el pueblo, voy pensando hasta que punto me ha impresionado la forma en que la Naturaleza se ha mostrado a mí, quizás por respetar a sus hijos, por no romper el silencio ni la estética al mantenerme quieto, y, aun así, no era lo mismo, mi sola presencia rompía la armonía de ese lugar. Y a pesar de todo yo me siento bien sentado en aquella roca, todos los problemas apartados a un lado, con todas las personas borradas de mi memoria.
El otoño ha llegado, desnudando los árboles, también desnudando los pueblos… Pero nos trae la recolección de las nueces y las castañas, de las setas. Ese buscar setas, ese olor a castañas asadas, ese calorcito al entrar en casa…

RUBÉN FERNÁNDEZ TOMÉ

Me encanta buscar setas, casi tanto como comerlas.
Me complica la vida, pero la nieve limpia recién caida, sin pisar, transforma cualquier paisaje vulgar en espectacular.
Pasear por la zona de la catedral, con el frío en la cara. Cambiando el cucurucho de helado por uno de castañas asadas (¡que bien huelen!).
Recogemos las avellanas ya en el suelo, igual que las nueces.
Los niños comienzan el colegio, se reencuentran con sus compañeros.
Al final, no va a ser tan malo el otoño, y ya veremos, como cada estación tiene su encanto.

martes, 13 de septiembre de 2011

2.- ARRIBA EN EL MONTE

El lobo. Un macho maduro y fuerte, aunque en la manada era su compañera la jefa, no solo la hembra dominante, sino la jefa del grupo, un grupo de ocho miembros, que ahora se habían alejado de ella mientras paría a tres lobeznos en el cubil. Era inteligente y audaz. Muy audaz, ningún otro lobo criaría tan cerca del hombre.
El lobo, muchas horas vigilando los cuatro rebaños, y a los mastines. Casi le habían matado el año pasado con sus collares de pinchos y todos juntos. Pero mordió a la madre y la rompió el hocico, luego murió, pero le hizo correr mucho. Corría veloz y contento por las rocas aullando de vez en cuando. Tres nuevas crías, y corzos, venados y cabras monteses por doquier, y algunos le servirían de alimento.
Mientras amamantaba a los lobeznos, la loba recordaba el año anterior. Había parido otros tres lobeznos. Uno de ellos rápido y ágil, y muy grande, y fuerte, y fiero. Un macho dominante en potencia. Pero murió. Murió precisamente por ser más rápido que sus hermanos. Durante su aprendizaje intentó cazar una cría de jabalí por su cuenta, ya había probado algún rayón y era lo que más le gustaba, bueno, y los conejos. Salió como una bala y sus hermanos detrás, ella había derribado a sus hermanos, pero no pudo llegar a tiempo con él, en cuanto dio el segundo mordisco al cuerpo inerte del rayón, un gran jabalí le abrió en dos, y ni siquiera ella se atrevió a enfrentarse a semejante monstruo.
Esta vez iba a cuidar mejor de ellos y éstos iban a probar jabalí cuando toda la manada estuviese junta, y ningún jabalí, por mucho colmillo que gastase, se atreviese a parar de huir de la manada.

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-¿Qué tal? Rafa.
-Bien, subí a ver al chaval. Por cierto, ¿dónde está?
-Está con Doro contando las ovejas del Luisón, hemos visto lobos.
-En el monte siempre hubo lobos, Manolo, y osos, pero no te preocupes, no van a crear muchos problemas.
-Ya veremos, Rafael, las ovejas también son tuyas.
-Bueno, pensaba dárselas a Miguelín, pero no quiere.
-A él le da igual, es más feliz que un perro con pulgas.

El verano pasó plácido y monótono, caluroso por el día, casi frío por la noche. Doro seguía hipnotizado, obsesionado con estar solo y hablar poco. Manolo buscando la compañía de Miguelín y buscando las putas cabras, que había terminado por vender a Doro por unas botas nuevas y un cántaro de vino. Y Luisón rumiaba su fracaso con Mariana la de Pozuelo mientras se curaba la herida que se había hecho en las manos por intentar salvar a un cordero que al final se había despeñado, como algunos otros.
Miguelín se preguntaba si Manolo le tomaba el pelo o si era verdad que “eso” era lo que Luisón hacía con las chicas.
La buena climatología del verano quedaba muy bien en la montaña, donde la temperatura se volvía agradable y se dormía uno en cualquier parte casi sin querer. Pero ya se estaba terminando. Con el mes de septiempre agonizante, las noches eran ya muy frías y las heladas comenzaban a desteñír el verde de las hojas, dando paso al nuevo tono del monte, a ese contraste de amarillos, rojos y marrones de las hojas caducas entre el verde de las hojas de los árboles peremnes, que anunciaban el otoño.

Las tres crías de la loba gris y del lobo orejotas ya salían a cazar. Su madre no les dejaba acercarse a un jabalí, había tenido tres machos, mala suerte, y uno parecía gemelo del que había perdido en el verano pasado.
El animal más manso era la oveja, el más peligroso, el oso… y los mastines, y eso sin contar al hombre.
Los saqueos de los lobos no eran frecuentes, pero esta vez, la enseñanza de los lobeznos estaba costando demasiado, no había noche ni día que no hubiese pérdidas, los demás lobos habían vuelto, y once lobos son muchos lobos.
-Doro piensa que tenemos que hacer algo con los lobos -dijo Manolo-.
-Mira Manolo -contestó Luisón-. No tengo escopeta, ni yo ni nadie del pueblo, desde la guerra es difícil conseguirlas.
-Habrá que buscar un lobero.
-No me gustan -dijo Miguelín-.
-Ni a mí, el veneno mata los perros, los cepos son un peligro para todo bicho viviente y los tiros es precisamente lo último que quiero oir -dijo Manolo-.
-Oye Luisón -dijo Miguelín-. Ese tío que hay en el pueblo, que dicen que no se sabe ni de dónde salió, que dicen que no sabe ni dónde está… dice Rafa que solo hace que preguntar por los lobos, a lo mejor es un lobero.
-A lo mejor es buena gente -dijo Luisón-, pero es muy raro, y no le gusta el vino, ni fuma… ni le gusta bailar con las mozas, y me trae mosca que mire tanto los libros que le deja el maestro, yo creo que sabe leer, y si se los lee, los lee muy deprisa, porque cambia de libro cada dos noches, no me gusta traer un desconocido a la montaña.
-A lo mejor es un señoritingo de ciudad que se ha perdido -dijo Doro-.
-¡Joder! pues limpia las pocilgas al cura, y con el hacha abriendo tueros tiene mucha maña -dijo Miguelín-.
-Luisón, súbele mañana, y que nos cuente de dónde viene, a ver si aquí en la montaña se le suelta la lengua -dijo Doro-.
-Sí, como a tí, ¿No? -dijo Manolo-.
-No, como a tí, que todavía no sabe nadie de quién coño te escondes.
-Bueno Doro, a vosotros os lo he contado y os lo he contado aquí en la montaña, eso es lo que quieres decir ¿no?.
-Eso mismo.
-Yo tardé tres años en contártelo.
-Pues el lo contará en un día.
-No sé cómo.
-Le dejo en pelotas por la noche a los lobos o le meto a dormir con los mastines.
-¡Eso! ¡Eso! con la “Mona” que está parida. -dijo Miguelín-.
-Se lo come la “Mona” de un “bocao”. ¡Si es pequeñajo!

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Cuando le vieron llegar, ya quedó claro que no era un señoritingo, ni tampoco un lobero. No era tan pequeño, ni llegaba sonriendo con cara de gilipollas como todos los “entereaos” que subían con el guarda a cazar el oso.
Venía serio, con ojos oscuros y con la nariz chata, no era tan bajo, era delgado y fibroso. Se le veía avispado, y cosa rara, los mastines ni le ladraron. Siempre se ponían como locos cuando venía alguien, pero esta vez ni se movieron.
-Hola -dijo-
-Buenos días, yo soy Manolo.
-Me llamo Javier, a Miguelín y a Luisón ya les conozco.
-Solo falta Doro, luego bajará. Tenemos el monte repartido en cuatro partes, pero durante la noche volvemos a este punto que es, más o menos, el centro, y la pasamos en esa cabaña.
-¿Hasta cuando os quedáis en el monte?
-Hasta finales de octubre, entonces otros pastores las bajan al sur para pasar el invierno y nosotros nos dedicamos a otras cosas. Lo normal sería bajar al sur nosotros mismos, pero en este pueblo es distinto.
-No he visto un lobo en mi vida, ya se lo he advertido a Luisón.
-Pero has subido de todas formas.
-Mientras más lejos del pueblo, mejor, pero si voy a resultar un estorbo, bajo de nuevo y en paz, total, solo os váis a quedar un mes más o así.
-No sé de qué te escondes, ni me importa, quédate si quieres, ayuda donde te parezca, y no hace falta que intentes solucionar lo de los lobos.
-Me pone los pelos de punta solo de pensar en ellos.
-¡Como a todos!
Javier no era un tipo desagradable, pero eso de estar allí sin saber qué hacer no le hacía sentirse muy cómodo, prefería ayudar en algo. Cuando llegó Doro al oscurecer, le ayudó a encerrar las cabras. De nuevo los perros le aceptaron sin un solo ladrido.
-Tu debes de ser Javier -dijo Doro-.
-Sí, y tu debes de ser Doro.
Más tarde llegaron los otros tres, no tardaron en sentarse todos junto al fuego y comenzar a cenar algo, pero Miguelín no pudo esperar mas para preguntar a Javier por su pasado.
-No es fácil contar las desgracias -comenzó Javier-, pero está claro que ya no puedo ir a esconderme más lejos porque ya no me quedan más fuerzas ni más ganas de moverme y de huir.

"Fue un día del verano pasado, no tenía por costumbre ir a ver a mi novia por las mañanas porque su padre estaba siempre allí y no me podía ni ver, y todo porque yo provengo de una familia de pobres, y porque aún así, mi madre se sacrificó para que yo pudiese estudiar. Y eso para el padre de mi novia era lo mismo que ser un vago que se escuda en los estudios solo para escaquearse de trabajar en el campo. Claro que mi madre lo veía de otra manera, ella siempre tuvo la esperanza de que yo llegase a no tener que trabajar para los demás. Con el tiempo mi madre enfermó y mi padre murió en la guerra, con lo cual, yo tuve que volver a casa porque mis hermanos no podían con todo. Cuando volví me puse a trabajar en todo lo que me ofrecían, y en una de esas, me llamó el padre de la chica de mis sueños, pero claro, ¡cómo se iba a dejar a un tío como yo que saliese con un chica como su hija! En cuanto se enteró, me largó de allí, pero ya era demasiado tarde, ya no había quien nos separase. Nos vimos a escondidas, y si no fuera por mi madre enferma, me habría fugado con ella. En fin, que tanto vernos a escondidas, ese día me pilló su padre, yo, lo único que hice fue defenderme, pero con la mala fortuna que todo el trance se fue trasladando, y no recuerdo cómo, al pajar que él tenía encima del establo, y cuando me tenía acorralado en la ventana, yo salté, y una vez abajo huí, su padre también saltó, pero con tan mala pata, que se clavó la horca con la que quería agredirme y murió allí mismo.
Cuando su hijo se enteró, me culpó a mí, y metió a su hermana en un convento en algún lugar, nunca sabré cual. Me denunció a la Guardia Civil, y tuve que esconderme por donde pude, intenté conseguir todo lo que pudiese para que a mi madre no le faltase nada, se lo enviaba a través de mis hermanos, que lo único que podían hacer era callarse, porque las autoridades y el cura, estaban contra mí por aspirar a una chica que no me correspondía. Las autoridades hubieran sido fácil de eludir, pero el cura no dejaba de azuzarles para que me encontrasen.
Un día mi hermano me trajo la triste noticia de la muerte de mi madre. Me dejó el poco dinero que entre todos mis hermanos pudieron juntar, y me pidió que me fuese lo más lejos posible porque mientras yo estuviese cerca, todos ellos estaban en peligro.
Huir por los bosques, huir por los prados, esquivando caminos y casas, durmiendo en las majadas, y a veces en los árboles, porque si bien nunca he visto un lobo, en estos días de fuga, les he oído varias veces e incluso alguna vez en noches muy cerradas y oscuras les he sentido a mi lado jugando con mi miedo. Si ya de siempre me han dado miedo, ahora les tengo pánico, por eso me intereso en el pueblo por los lobos, porque si tengo que huir de nuevo, procuraré hacerlo por donde menos probabilidades tenga de encontrármelos.
Y eso es todo, podéis denunciarme si queréis, ya casi no me quedan ganas de seguir huyendo, tengo la sensación de que no voy a ninguna parte. Por cierto, mi nombre no es Javier, y será mejor que no diga cual es, porque comprometería a todo el que lo supiese.
-¡Vaya historia macho! -dijo Manolo-.
-Ya lo creo, es para echarse a llorar -dijo Luisón-.
-Lo peor es esa sensación que tengo de que mi madre se haya muerto solo de pensar que no consiguió nada sacrificándose por mí, creo que ahora renunciaría a esa muchacha, mi madre se murió pensando que fracasó con su hijo, mi novia enterrada en vida en un convento, y yo…, yo estoy huyendo de un fusilamiento seguro.
FIN DEL CAPÍTULO 2
CONTINUARÁ….

miércoles, 7 de septiembre de 2011

1.- ARRIBA EN EL MONTE

Llegó junto al fuego y se sentó con los otros tres. No dijo nada. Hizo caso omiso de la pregunta implícita en las cejas arqueadas y la frente arrugada de Doro. Se echó la manta por encima y cerró los ojos. No durmió en toda la noche. Casi lo consigue hacia las tres o las cuatro de la noche, pero aquel aullido se lo impidió. Dejándole por fin en un estado de duermevela que le acompañó hasta el amanecer. Entonces, se levantó más cansado que nunca. Más preocupado. Más triste. Más endurecido… Más impotente.
Cuatro pastores. Cuatro partes del monte. Cuatro rebaños. Cuatro hombres solos…
Doro tenía 100 cabras, tenía cabras para aprovechar su resistencia a las zarzas y las zonas abruptas que formaban parte de “su” monte.
También tenía 56 años. Hacía cuatro años que estaba viudo, y como si solo le quedasen sus cabras y el monte, permanecía en silencio en la soledad de las rocas más altas como si quisiera estar más cerca de su mujer. O quizás solo buscaba la paz purificadora de la fría brisa de las alturas.
Manolo, tenía 108 ovejas. ¡Ah! y dos cabras locas que terminaban siempre en el rebaño de Doro en cuanto se ponían en celo, para ir con el “Pinto” el macho de Doro. Manolo, tenía 39 años. Y aquel era el lugar más oculto que había sido capaz de encontrar mientras huía de aquel ejército inútil y humillante, hogar de piojos y ladillas, campamento de déspotas y arrogantes. Era un desertor más. Antes la soledad que volver a matar a un desconocido sin saber el motivo.
Ni siquiera sabía si el resto de su vida de penurias y ostracismo en la montaña serviría para purgar su vida anterior.
Miguelín tenía 32 años. Cuidaba 160 ovejas que no eran suyas. Tenía un coeficiente intelectual de un niño de 8 años. Pero con los animales era como una madre y en el monte sobreviviría cuando hubiese muerto el último valiente.
Miguelín era Forrest Gump pero en otra época. Su padrastro le quería incluso más que su propia madre, y cuando ella se casó, le dio a su vez a Miguelín un gran preceptor. Cuando su padrastro le preguntó qué le gustaría hacer, ni contestó, se fue al monte con Doro, Manolo y Luisón.
Luisón tenía… X ovejas, ¡a saber!, nunca coincidía un día con otro, ¿sobre 100?, o más, entre las nuevas que traía su hermano, los partos, los lobos y esas cosas, nunca sabía. Era capaz de perder diez ovejas y no enterarse hasta que Miguelín se las traía de vuelta, y también era capaz de arriesgar su vida por una sola oveja desbarrancada. Era despistado, alegre y travieso a pesar de sus 35 años. Rara era la semana que no bajaba a visitar a las chicas, las enamoraba con facilidad, la misma con la que le olvidaban. Pero allá en el valle había muchas… ¿solteras? ¡ojalá!
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Cada mañana el padrastro de Miguelín subía con las cubas por la leche. Rafael no tenía por qué subir, pero echaba de menos a su hijastro y así podía verle.
Un atardecer más, otra vez Manolo volvía en silencio, otra vez Luisón y Miguelín dormían ya, otra vez Doro le miró interrogante.
-Cuatro -dijo Manolo-.
-¿Dónde? -preguntó Doro-.
-Abajo, donde el Luisón.
-Habrá que decírselo.
-Mañana, hoy ya duerme.Déjalo estar.
Cuatro. Cuatro lobos ibéricos. Llevaban varias noches oyendo sus aullidos. Estos cuatro iban de paso hacia la otra parte de la montaña en respuesta a otros lobos.
La primavera recién estrenada en la montaña parecía un brazo del invierno, todavía con heladas, frío y sin lluvias. Pero la hierba ya asomaba en las laderas.
Calentaba el sol y la nieve se deshacía en regueros que brillaban por todas partes embarrando el suelo. Y por fin los rebaños tenían donde buscar pastos tiernos.
Los árboles caducos empezaban a mostrarse un poco más llenos con los nuevos brotes.
Doro estaba sentado en las peñas contando otra vez las cabras.
-…99, 100 y el cabrón del “Pinto”, una de más -dijo hablando solo. Ya más cerca vio la cabra de Manolo - los perros ya se creen que es mía.
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Manolo le miraba con disimulo, pero tan absorto que no se dio cuenta de la llegada de Miguelín hasta que le tuvo a su lado.
-¡Miguel! ¡Joder! ¡Qué susto! ¡Coño! ¿Qué haces aquí?
-¿Le ves?
-Sí, claro que le veo, lleva ahí por lo menos tres horas y no se ha movido. Oye Miguel, ¿dónde tienes las ovejas?
-Con Rafael, dice que como no tiene nada que hacer en el pueblo que se queda con nosotros. Y ese de ahí también se queda ¿eh?
-Ese cabrón de lobo lleva ahí todo el día tumbado, cuando lo descubrí ya estaba ahí, y no se ha movido, no le he visto ni levantado, no sé si es macho o hembra.
-Es macho.
-¡Y tu qué sabes Miguelín! ¿le viste debajo el rabo?
-No, pero es macho Manolo, le conozco.
-¡Cómo que le conoces!
-Siiiií… por la cara.
-¿Por la cara?
-Sí, es el que mordió a la “Leona”, pobre perra, ¿quién la mandaría meterse con él’
-Eso fue el año pasado, Miguelín.
-Sí, es el mismo, ¿no le ves las orejas?
-Sí, son enormes, si fuese tío ya le buscarían un mote chistoso los mozos.
-Pues por las orejas le conozco.
-Eres la leche, Miguel, yo les veo a todos iguales.
-Pues todos son diferentes. A la hembra la conozco por el pelaje, es tan gris que casi parece azul.
-Oye, Miguel, ¿hay más lobos?
-Ahora no, desde que la hembra de éste se puso a hacer cuevas, los otros dos se fueron, creo que son los lobeznos que tuvo el año pasado, porque uno tiene esa oreja negra, y el otro es tan gris.
-¿Está haciendo cuevas?
-Sí, dos. Yo digo que son cuevas aunque el señor maestro dice que son cubículos. Manolo, ¿crees que el lobo sabe que le estamos viendo?
-Sí que lo sabe, sí… Tiene una paciencia…
Como si les oyese, el lobo se levantó, los perros le vieron. Cuatro mastines leoneses eran demasiado, con el oso del verano pasado tuvieron que ver a su madre con la cabeza colgando para desistir, así que un lobo no les daba miedo. Pero las zancadas ágiles del lobo eran grandes y rápidas, se esfumó tan rápido que su presencia allí todo el día parecía haber sido un sueño.
-¡Qué cabrón! ¿le vistéis? -dijo Doro que venía con la cabra de Manolo- parece el orejotas del año pasado.
-Eso dice Miguel, que es el mismo.
-Bueno, así que tienes a la cabra en celo…
-Voy a tener que regalártela.
-¡Bah! Al “Pinto” le da igual 99 que 100.
-¡La puta cabra! ¡Oye! Que siempre sabe donde estás.
-Vamos a ver a Luisón - dijo Miguelín- seguro que ha visto los lobos, tienen la cueva en “su” monte.
-¿Luisón?, Luisón ahora mismo está soñando con las bragas de Mariana la de Pozuelo.
-Seguro que no -dijo Miguelín-.
-Que sí, Miguelín, que sí, que tú de eso no entiendes.
-Seguro que no está pensando en las bragas de Mariana.
-Miguelín que sí, haz caso a Manolo -dijo Doro- que Luisón está “enamorao”.
-Pues a mi me dijo que la Mariana no lleva bragas.
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Y entre las risas llegaron al fuego y allí estaba Luisón dando de mamar a un cordero con una chupeta, improvisada con un trozo de tela doblado a pico con el que mojaba en la leche y luego escurría en la boca del lechazo.
-¿Qué le pasó a la madre? -dijo Manolo-.
-No sé, no la encuentro.
-Te la habrá comido el lobo -dijo Miguelín-.
-No creo, ayer murió un ciervo de esos viejos que están esqueléticos y se lo han zampado casi entero.
-¡Véis como no pensaba en las bragas de Mariana!
-¡Miguelín!
-Mariana… ¿os podéis creer que la he visto tres días y ya la quiero?
-¡Joder Luis! tu estás loco -dijo Manolo-.
-No Manolo, no -dijo Doro- el chico tiene mala suerte, ya tendrá más fortuna.
-Anda Luisón, vamos a buscar a la madre de este corderillo.
CONTINUARÁ………………………….
Hay algunas palabrotas, y muchas exclamaciones, y parece un relato insulso, pero se irá poniendo interesante, y hasta he metido un poquito de “amor” que tanto os gusta.
Algunas descripciones dejan mucho que desear, y el relato se puede hacer difícil de imaginar, por eso… al igual que los de tráfico con el 110 se pide colaboración a los lectores.

viernes, 2 de septiembre de 2011

GOTAS

Viajaban todas juntas, en la misma nube. Riendo, alborotando, gritando.

De pronto... ¡Un trueno!... ensordecedor, todas se quedaron calladas, enmudecidas por el estruendo. Al instante, reían alborozadas, entusiastas, espectantes...

Un cambio de presión y todas comenzaron a caer incesantes una detrás de otra.

Cada gota de lluvia pidiendo su deseo:
- Yo quiero caer en el mar.
- Yo quiero caer en un río.
- Yo quiero caer en un lago.
- Yo quiero caer en un árbol y resbalar por sus hojas como en un tobogán.
- Yo quiero caer en una flor.
- Yo quiero caer en Bob esponja y así conocer a Calamardo y a Patricio.

Caían vertiginosamente, cada vez más veloces, ofreciéndose a la gravedad, precipitándose a dar vida al planeta Tierra...

Una gota caía alegre, feliz, y llegó a su destino, sobre el rostro de una joven mujer todavía adolescente, resbaló unos milímitros y se unió a otra gota.

- ¡Eh! perdona, hermana gota, no era mi intención caer sobre tí.
- ¡No soy una gota! ¡Soy una lágrima!
- ¿Y dónde vas tan triste?
- Yo quería quedarme en esos ojos... mis ojos.
- No se por qué, a mí me encanta caer, viajar... luego evaporarme de nuevo, viajar en otra nube y caer en otro sitio, para conocer nuevas gotas, en los mares... en los ríos... en los charcos... ascender juntas hacia el cielo y volver a caer de nuevo.
- Pero yo era feliz en esos ojos, me gustaba estar allí, ver, mirar, observar todo, humedecer esos ojos y viajar allí a su lado. Además, yo soy una lágrima de amor, y cuando el amor se va, nadie sabe adónde va.


XXXVIII

Los suspiros son aire y van al aire.
Las lágrimas son agua y van al mar.
Dime, mujer: cuando el amor se olvida,
¿sabes tú adónde va?

Gustavo Adolfo Bécquer