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domingo, 27 de noviembre de 2011

La Catedral de León Vs. La Ermita de San Froilán

Ahora que se rumorea que próximamente cobrarán por entrar a ver la catedral, no se si indignarme porque me cobren por entrar a un lugar al que he accedido siempre como si fuera mi casa, o por el contrario, preocuparme de si no son capaces de afrontar los costes de mantenimiento de este monumento, y no les queda otro remedio que cobrar. En cuyo caso, me parece una buena solución. De todas formas, ya cobran por acceder a una plataforma que está en lo alto de la catedral, y desde la que hay bonitas vistas.

Como estamos en crisis, me pregunto si no sería mejor recapacitar y pensar si tenemos cerca otro tipo de sitios que visitar y sin costes. A veces no nos damos cuenta de lo que tenemos al lado, y esta vez no estoy hablando de San Miguel de Escalada, que ya el tema está más que tratado.

Como estaba en el pueblo de mi suegro, Campohermoso, y siempre me dicen lo bonita que es la ermita de San Froilán, lo cerca que está y nunca he subido, tanto como me gusta los paisajes  de montaña y el senderismo... Pues me fui hacia allí, un poco para compensar una visita reciente a los restos de un castillo que hay cerca (en Aviados) y que apenas vislumbraba nada hasta que un experto me enseñó y me guió por los restos, orientándome sobre la distribución, y de lo importante que era por la situación estraoridnariamente defensiva e inexpuganble del lugar, de las fases de su construcción, de las huellas de un foso, etc. Todo lo cual, no era suficiente para justificar mi visita a ese lugar y no a la ermita de San Froilán en la localidad de La Valdorria (1350 metros sobre el nivel del mar).

Así que empujado por mi mujer (literalmente hablando), para allá fuimos.

Allí al fondo, en lo alto de aquellas peñas, está situada la ermita.


El acceso desde el pueblo de la Valdorria, es un paseo de apenas diez minutos, eso sí, la carretera para subir a La Valdorria, asfaltada en 1984, tiene pendientes de hasta el 25%, y no, no me estoy equivocando. También se puede iniciar la ruta desde varios puntos, utilizando medio día para llegar, o bien el día entero, todo depende de la resistencia y preparación de cada persona, o grupo. En todo caso, las vistas siempre son bonitas. Desde arriba, se ve el pequño pueblo allí a lo lejos.

Dicen que hay que subir 365 peldaños para llegar, la verdad, es que ni conté, ni tampoco están muy definidos tales peldaños, en algunos sitios suben en otros bajan, y en la mayoría solo es un sendero ascendente.

Parece mentira, ver una pequeña torre asomando en lo alto de esa cumbre, y si es verdad que alguien vivió allí un solo invierno, que no creo, ahora mismo, aparte de la etiqueta de santo, hay que ponerle la de martir y la de superhombre.
Incluso, el pasar un invierno en ese pueblo, no ya en la ermita, es para valientes, siempre provisto de víveres, aunque me consta que las casas rurales del lugar, están bastante solicitadas.

La torre nace de la misma peña, y el resto parece incrustado en la montaña, es tan pequeño como el salón de una casa, pero a buen seguro, recibe un montón de visitas.

Retransmitiendo desde los estudios centrales "El Rascadero" en Vega de los Árboles, vuestra, a partir de ahora presentadora favorita.*

* Si, soy yo. Como no hay presupuesto para celebridades ni periodistas profesionales, ni ex de gran hermanos ni similares, y los de España Directo, solo vienen cuando estamos de nieve hasta el cuello, he tenido que arremangarme, coger el toro por los cuernos, y...  hacerlo yo. (y la próxima vez que me vista de mujer, a ver si me acuerdo de afeitarme primero)

Hasta pronto y gracias por vuestra visita.








domingo, 20 de noviembre de 2011

ABATIDO, CANSADO... NADA IMPORTANTE.

La vida es un cuento, a veces alegre y a veces triste. Donde hay momentos para todo.
Ahora me tocan malos momentos, de esos que descubres en la mirada de tus hijos, tu propia tristeza reflejada en sus pupilas. Tu cansancio reflejado en el montón de cartas sin abrir, en la cantidad de mensajes sin leer, en el abandono de tu via de escape, un montón de buenas entradas sin leer en esos blogs que has aprendido a amar, que son tu pasatiempo favorito desde hace un año.
Te levantas a las 4:40, vuelves a casa por la tarde tras muchas horas sin descanso, apenas comes, te duchas y te desplomas en la cama, no hay descanso, hay mucha presión. Soy muy sentido, y todo me afecta en demasía.
Me cuesta afrontar el dia a día, solamente por mis hijos doy el siguiente paso. No tengo tiempo de escribir nuevas entradas, pero es que ni siquiera las historias guardadas en mi cabeza desde hace años, salen con fluidez, no encuentro las palabras adecuadas para contar las cosas. No se me ocurre nada nuevo, y cada día vuelvo a casa indignado con todas las causas que me han empujado a esta situación.

Varios han comentado de mi cuento que no es muy real, que esto no puede pasar en la realidad. Claro que no, ¡es un cuento!.
PERO...
Es real que un lobo hable a una niña, que se llame Caperucita Roja, (nombre único, nadie más en el mundo se llama así). Es real que los cerdos construyan casas de paja, madera y ladrillos, que haya casas de chocolate, trenzas de varios metros que soportan el peso de un hombre, gigantes, cíclopes, enanos, un gato con botas y que habla, una calabaza que se convierte en carroza, un sapo que se convierte en príncipe (ojalá suceda kanelita), siete cabritillos tragados enteros, un lobo vestido de abuela, un espejo que habla, siete enanitos viviendo juntos, una hormiga que habla con una cigarra, una beldad que se enamora de una bestia (ja, y ja mil veces), una tortuga ganando a una liebre, un músico desrratizador.
Unos zapatos de cristal, ¡venga! con unos zapatos de cristal tienen que sudar los pies, te tienen que salir ampollas a los dos pasos de baile, y se tienen que romper si pierdes uno.
Así que pensé que era un requisito imprescindible, contar algo irreal para que fuese un cuento como los demás. Yo no soy Calleja, ni los hermanos Grimm, Ana María Matute, etc. Solo hice un cuento para mi hija, que solo me va a pedir que la dibuje un mochuelo para saber lo que es.

Y si el mochuelo se come al ratón, y casi puede con la ardilla, eso es cosa de la vida real, y de la vida real, no quiero hablar, es más no quiero otra cosa que olvidarme del todo de esta vida, y refugiarme en este sitio donde solo existe mi fantasía, donde aparco mis problemas a un lado de este teclado, y escupo, y vomito toda esta verborrea inconexa que a veces lee alguien y que a veces no lee nadie.

Cada vez que alguien comenta, me llega una gota de ese cariño, y de esa complicidad de los que, como yo, viajan por este cielo de este mundo fantástico, donde todo es posible, y donde los amigos vienen a verte cuando quieren, porque aunque no estés, les has dejado unas palabras para ellos.
 Gracias a todos los comentarios, porque son un gramo más en esa balanza que equilibra mi estado emocional. Sed bienvenidos siempre, y perdonad que mis cuentos a veces sean tan malos.

Compensaré esta triste entrada con otra más alegre, todo llegará...

domingo, 6 de noviembre de 2011

LA ARDILLA, EL RATÓN Y EL MOCHUELO


            Llegó la primavera, y el bosque, estaba espléndido, fresco y lleno de vida. Flores de todos los colores, hacían que el suelo pareciese un arcoíris…

            Los animales correteaban alegres por cada rincón, los pájaros en los árboles, las abejas de flor en flor, la libélula sobre las aguas cristalinas del arroyo… Todos estaban contentos.

            Pero alrededor de un enorme árbol, un mochuelo, y un ratón de campo, estaban enfadados entre sí.
Ratón de campo

Mochuelo


            El ratón construía una madriguera en el suelo y el mochuelo un nido entre las ramas del árbol.

            Los dos se afanaban buscando material para construir el hogar de sus hijos, y se disputaban las hierbas más finas y secas, la lana perdida de alguna oveja o el pelo de algún animal. Tanto el mochuelo, como el ratón, querían tener el material más blandito, para que, cuando nacieran sus hijos, estuvieran muy, muy cómodos.

            Desde su agujero en el tronco del árbol, la ardilla les miraba disgustada, cada vez que el ratón y el mochuelo discutían, más triste se sentía.

            ¡Qué vecinos más ruidosos!

            Cada vez se iban más lejos buscando cosas suaves para sus “casas” y ya todos los animales del bosque estaban cansados de verles discutir.

            ¡Con lo buenos amigos que eran antes!

            Cuando por fin terminaron. El ratón su ratonera y el mochuelo su nido. Los dos tenían unas camas suaves y mullidas para sus hijos.

            Pero aun así, seguían enfadados el uno con el otro, el mochuelo criaba sus polluelos en el nido, y ya no descendía al suelo como antes para saludar a su vecino el ratón, tan solo descendía un par de ramas para saludar a la ardilla.

            Y lo mismo el ratón, contento de ver a los pequeños ratoncitos tan cómodos en su cama, salía alegre y subía a saludar a la ardilla, pero no subía para dar los buenos días al mochuelo como hacía antes.

            La ardilla estaba muy triste, ¡con lo que habían jugado los tres en aquel árbol!

            Un día, el cielo se oscureció. Negros nubarrones cubrieron el bosque. Los rayos y los truenos asustaban a todos los animales.

            Entonces comenzó a llover, y a llover… cada vez la lluvia era más intensa.

            La ardilla se asomaba a su agujero preocupada por sus vecinos. En el suelo, el ratón intentaba cubrir la entrada de su madriguera con cortezas y ramas, pero estaban húmedas y no podía con ellas, ¡era tan pequeño! Ya el agua entraba en la ratonera.

            En el árbol el mochuelo se ponía encima de los polluelos con sus alas abiertas para que no se mojase el nido, pero apenas cubrían nada porque sus alas ¡eran tan pequeñas! Ya el agua empapaba su nido.

            La ardilla no sabía a quién ayudar ni cómo ayudar. De pronto vio como el mochuelo intentaba volcar el nido para que saliese el agua y no se ahogasen los polluelos. La ardilla se acercó para ayudar, pero entre los dos hicieron demasiada fuerza y el nido cayó al suelo con los polluelos dentro… Quedó en el suelo boca abajo.

            El mochuelo voló veloz hasta allí, y la ardilla llegó en cuanto pudo.

            Cuando la ardilla llegó al suelo, y se asomó debajo del nido, vio como los polluelos habían caído en la mullida y suave cama de los ratoncitos y no se habían hecho daño… Y además, el nido tan bien construido, había quedado justo sobre la entrada de la ratonera, impidiendo que entrase la lluvia.

            Y a partir de entonces, los pequeños ratones y los mochuelos se quedaron juntos y fueron muy amigos.

            ¡Qué contenta estaba la ardilla!

            ¡Otra vez jugaban los tres juntos!



LA ARDILLA, EL RATÓN Y EL MOCHUELO.

* Puesto que en vez de ganar seguidores, como pasa al resto de los blog, los pierdo, vuelvo a poner un cuento. Este será el próximo que ilustrarán en la clase de mi hija, no es tan bueno como "Gorrión", pero es lo que hay. De todas formas, gracias a todos los seguidores que contunuáis conmigo y a todos los que, sin ser seguidores, os asomáis a esta pequeña habitación de mi casa.


*Las fotos son copiadas de internet, si alguien tiene algún inconveniente, que no dude en hacérmelo saber.

Rubén Fernández Tomé.