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jueves, 28 de abril de 2011

"GÜEVADAS"

No habían llegado los tiempos del "botellón", pero nos reuníamos entorno al fuego con el calimocho en un balde, y la litrona en el reguero para que no se calentase.
Brutos de pueblo, luego ya he visto que el bruto es bruto en todas partes. Por eso hay brutos en todas partes.
La noche avanza, la borrachera desplaza al "puntillo", se apodera de las mentes adolescentes, los que menos aguantamos ya hemos vomitado... De pronto, nos quedamos en silencio, y entonces llega la frase maldita, alguien dice:
- ¿A qué no hay "güevos" a...?
¡Mierda! -pienso- otra vez a urgencias... otra vez la bronca, otra resaca al son de las voces de tus padres. Y, ahora, ¿qué?...
Odio esa frase, por culpa de esa frase...
Porque no había "güevos" a romper todas las farolas, y luego las tuvimos que pagar...
Porque no había "güevos" a cruzar el río por la noche y robar las ciruelas a los del otro lado, y nos quitaron la ropa mientras cruzamos y volvimos en calzoncillos...
Porque no había "güevos" a decirle a Ana lo buena que estaba, y la tuve que besar...
Porque no había "güevos" a saltar de lado a lado de la presa y costó una pierna rota...
Porque no había "güevos" a tocar las campanas a las cinco de la mañana, y estuvimos dos días limpiando los desagües...
Porque no había "güevos" de esconder el coche de Robertín, y el pobre no le encontró... y tuvimos que volver a buscarle cuando ya estábamos en casa a 50 Km.
...A saltar desde la torre de la iglesia al tejado de la sacristía, y se rompió el tejado y caímos dentro de la sacristía, y no pudimos salir hasta que nos abrieron...
...A subir al monte y cortar una encina entera para poner en el balcón de las mozas, y se nos vino la encina encima mientras la cortábamos...
...A cortar el ciruelo del pueblo de al lado y llevarle a rastras con el tractor hasta el nuestro, ahí no pasó nada.
...A pasar el río con el coche por una rasera, y nos cargamos el motor.
...A tirar a mi hermana al pilón y la tuve que tirar yo... será por güevos...
...A mear en la bici del cura, y nos vió desde la iglesia ¡Herejes! ¡comunistas! ... nos llamaba (eran otros tiempos)
...A tirar piedras a la burra de José para ver si era buena o mala, y claro, con el mosqueo del animal, cuando fuimos a montarnos, a Pedro le mandó a varios metros, brazo roto, y a David le marcó la pezuña en el sobaco.
...A ponerle pan con orujo a las gallinas, y luego pasó lo que pasó, pero no se murieron todas ¡eh!

Ese día, habíamos tenido entierro... y habíamos enterrado a uno de esos que nos daban cierto miedo y respeto...
-¿A qué no hay "güevos" a ir al cementerio a media noche y jugar la partida en la lápida del Braulio?
¡Qué no hay "güevos"! ¡Qué no hay "güevos"!
Todos al cementerio, éramos cuatro, el cementerio estaba en una calleja estrecha y oscura a quinientos metros del pueblo.
El primero se cayó en unas zarzas con la borrachera, y lo dejamos allí hasta que volvimos.
El segundo (que fui yo) se tropezó con una portillera abierta, y se rompió la nariz.
El tercero se quedó a la puerta y no entró.
El cuarto entró... Se sentó en la primera lápida, sin llegar a la del Braulio...
De pronto, un ruido como de una lápida desplazándose. La borrachera desapareció al instante, los dos que ya estábamos entrando también lo oímos, salimos de allí pitando.

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MIENTRAS, DENTRO DEL CEMENTERIO

La lápida se desplaza del todo, y un alma en pena sale por ella. A su lado otra alma en pena está apoyada en la pared de los nichos.
EUSTAQUIO: A ver si aprendes a salir sin hacer ruido, Manuel, que llevas 50 años muerto, y todavía no sabes atravesar las paredes, ¡que eres un fantasma! ¡que no te va a pasar nada!
MANUEL: De todos los que podían quedar atrapados en este estado fantasmal, tenías que ser tú el único que se quedase conmigo, Eustaquio.
EUSTAQUIO:También está Rufina.
RUFINA: A mi no me metáis en vuestras discusiones -dijo la tal Rufina-.
En eso que el Braulio, recién enterrado, sale atravesando la lápida.
EUSTAQUIO: ¡Mira, Manuel! el Braulio se acaba de morir, y ya sabe salir sin armar escándalo.
MANUEL: ¡Vete a la mierda! Eustaquio.
EUSTAQUIO:¡Vete tú! que estoy convencido que estamos aquí por tu culpa.
MANUEL: ¡Cómo que por mi culpa!
EUSTAQUIO: Porque me mataste por mover la linde, y te llevo diciendo 50 años que yo no fui.
MANUEL: A mi me fusilaron.
EUSTAQUIO: Claro, ¡por matarme!
MANUEL: Porque me querías robar mi huerta.
EUSTAQUIO: ¡Qué yo no fui!
MANUEL: ¡No sé quién iba a ser! Mientras no nos aclaremos, nos vamos a quedar así hasta el fin de los tiempos.
EUSTAQUIO: Te digo que yo no fui. Anda vamos a dar una vuelta, a ver si siguen corriendo esos...

 SE VAN

BRAULIO: Y tu Rufina, ¿Por qué estás aquí?

RUFINA: ¿Yo?... será porque fui yo la que movió la linde para fastidiarles, pero no se lo pienso decir, ¡qué se jodan!


*Esto es pura ficción, todo, casi todo, lo del principio es todo mentira, o casi, me lo he inventado todo, casi todo, yo no fui... no estaba ese día, ni el otro. Yo no era, serían de otro pueblo.


sábado, 23 de abril de 2011

23 de Abril

María y Elena, estaban apoyadas en la pared del polideportivo pasándose canciones de un móvil a otro. Oscar, Amaya y José Miguel, jugaban a baloncesto a su lado, era una tarde más de abril, el sol calentaba lo justo, y la lluvía caida por la mañana refrescaba lo suficiente, para que la tarde fuese de lo más agradable.
Todas las tardes se reunían allí los cinco. Eran inseparables, sobre todo porque en ese pueblo tan pequeño, no había más chicos de 15 años.
De pronto, el balón, salió disparado, Amaya intentó pasar el balón a Oscar, José Miguel le tocó un poco, y Oscar no le pudo coger, de forma que se coló por encima del muro de la residencia de ancianos.
-¡Hala! se terminó el partido -dijo María- jajaja, a ver qué hacéis ahora.
-Pues entrar a por el -contestó Oscar-.
-Ya voy yo anda ¡cagones, que sois unos cagones! -dijo Elena-, y eso que yo no estaba ni jugando…
Elena, era así, atrevida, lanzada, temeraria. Entró por la puerta de la residencia sin inmutarse, cuando una trabajadora la miró interrogante, y antes de que formulase pregunta alguna, Elena dijo:
- Voy a ver a mi abuela.
Cruzó todo el pasillo de la entrada, y salió al jardín de la residencia. Era la hora de la merienda, y no había gente en el jardín, excepto una anciana dormida en una mecedora. Elena cogió el balón, y se dispuso a irse por donde había venido. Al pasar por delante de la anciana dormida, se fijó en un gordo libro que había sobre la mesa al lado de la anciana.
Alejandro Dumas, se leía en el canto del libro. Enseguida se le vinieron a la cabeza los tres mosqueteros. Muy despacio, cogió el libro, y se fue a la calle. No supo por qué había cogido el libro.
-Pero, Elena, ¿qué traes ahí? -preguntó María-.
-Un libro, ¿no lo ves?
-¡Vaya ladrillo! -dijo Amaya-.
-No me digas que te vas a leer ese “tocho” -intervino Oscar-.
-¡Pues mira, sí, me lo voy a leer! ¡qué pasa!
-Pero ¿qué dices?, si te está costando un montón terminarte el primero de “Las Crónicas de Narnia”.
-Porque ese no me gusta, mañana te lo devuelvo, que es un rollazo.
-Sí, pues ese ya verás, si tendrá mil páginas.
Elena abrió el libro hacia el final, miró la página, 1156, y de letra menuda además. No recordaba que los tres mosqueteros fuese una película tan larga. Pero para cabezona, ella, se iba a leer el libro como fuese.
Ese mismo día, comenzó a leerlo, el libro era “El Conde de Montecristo”, y enseguida, Edmundo Dantés, atrapó a Elena. A pesar del peso del libro, y de los pasajes más pesados y liosos, iba siguiendo la vida del pobre Edmundo con pasión. Sus cuatro amigos, se burlaban de ella. Pero ella, solo hacía que hablarles del libro, y a medida que iba leyendo, solo tenía ganas de seguir… Sus amigos no daban crédito. Elena, que no leía nunca nada. Al menos ellos se habían leido los siete de “Harry Potter”… Menos Amaya, que no leía nada.
Elena aprovechaba cada momento para leer, para adentrarse en la vida de los personajes creados por Alejandro Dumas. Tardó unos meses en terminar el libro, y una vez lo terminó, se lo pasó a María.
María, al principio, no le cogía gusto a esa lectura, pero no iba a ser menos que Elena, eso lo tenía claro.
Ahora era María quién no paraba de leer, se sentaba en la cancha de baloncesto al lado de sus amigos, sin dejar de leer mientras ellos jugaban.
-¡A qué mola! -decía Elena-.
-Pues sí, se va poniendo interesante.
Como Amaya no estaba por la labor, María le pasó el libro a Oscar. Oscar era un lector voraz, se leía todo, pero nunca había tenido un libro tan gordo entre las manos. Comenzó la lectura como un desafío, como un niño con una enorme tarta para el solo. El castillo de If, se convirtió en su obsesión, y se imaginaba a si mismo en esa prisión. Leía absorto la fuga de Edmundo. Mientras, sus amigos, estaban divididos, Elena y Maria, comentaban el libro con él, y Amaya y José Luis, sentían que se estaban perdiendo algo, que estaban fuera de ese club selecto que se había leído el libro.
Oscar terminó pronto, y le llegó el turno a José luis, pero José Luis, en ese momento, estaba metido en la mitad de los exámenes y tuvo que esperar a las vacaciones de Navidad para leerlo. El mal tiempo propició una rápida lectura, y sus amigos, se burlaban de que estuviese leyendo en vez de jugando con la consola.
Solo quedaba Amaya, y ésta, era mucho más reacia a la lectura, lo suyo era el baloncesto, chatear con los amigos, y sudar tinta para aprobar cada trimestre, cosa que conseguía gracias a la influencia de sus otros cuatro amigos, que siempre estudiaban con ella, y ayudaban un montón.
A medida que Amaya avanzaba en la lectura, sus amigos, comentaban con ella cada momento del libro, incluso, a veces, leían en voz alta, y compartían las vivencias del protagonista, repitiendo la lectura para sí mismos, con tal de ayudar a Amaya haciendo más amena la lectura.
Para cuando habían terminado la lectura los cinco, había transcurrido casi un año, y se habían metido en la mitad de abril.
-Y ahora, ¿qué hacemos con el libro?
-¿Lo devolvemos?
-Pero mira cómo lo hemos dejado, como es tan gordo, lo hemos dejado manoseado, sobado, las páginas dobladas, palabras subrayadas…
-Da igual, me remuerde la conciencia -dijo Elena- así que el sábado vuelvo, y se lo devuelvo a su dueña.
El sábado siguiente, los cinco entraron en la residencia. No habían preparado una mentira para explicar su presencia, así que saltaron la verdad tal cual. Una señorita, que se sonrió al escuchar la trastada, les llevó al lado de la anciana.
-¡Celia! escuche, han venido a visitarla unos chicos muy majos, y le traen un regalo.
-¿Unos chicos?
-Sí, aquí les dejo con usted.
Mientras Elena se inventaba una mentira enorme diciendo que era un trabajo del instituto, y que tenían que regalar un libro a alguien, y que la habían elegido a Celia porque la veían desde la cancha. Oscar había cogido una rosa del jardín…
-Pero chicos, si yo estoy casi ciega, y hace mucho que no puedo leer… antes tenía por aquí un libro que me leía mi marido cuando vivía… me gustaba mucho… “El Conde de Montecristo”… ya casi no recuerdo de que iba. De todas formas, ya no tengo a nadie que tenga la paciencia de leerme nada.
-También le hemos traído una rosa -dijo Oscar-.
-Pues qué bien que os hayáis acordado de que hoy es 23 de abril el día de San jorge, el día del libro. Y que en mi tierra es costumbre regalar un libro y una rosa.
Los pobres chicos no sabían nada del día del libro, ni de rosas, solo habia sido una casualidad.
Ya se iban, entonces… Amaya se dió la vuelta, y cogió el libro gastado entre sus manos. Los demás se sentaron alrededor de Celia, y Amaya comenzó la lectura.
“Capítulo primero
Marsella. La llegada
El 24 de febrero de 1815, el vigía de Nuestra Señora de la Guarda dio la señal de que se hallaba a la vista el bergantín El Faraón…”

viernes, 22 de abril de 2011

CARPE DIEM

Salió muy pronto de casa ese domingo, hacía frio, y sin embargo, había decidido salir para ver si veía algún amigo.
Cuando llegó al bar de siempre y vio a la misma gente de siempre, estuvo a punto de volver para casa. Ya hacía tiempo que estaba cansada de ellos. Parecían turnarse. Ellas para enfadarse por tonterías y criticar cualquiera de las cosas que ella hacía. Manipulando cada vez más su carácter, que se veía arrastrado a la frialdad y a la forma de pensar de ellas. Ellos, por su parte, parecían interesados solo en conquistarla. Y ella, ya tan superficial como sus amigas, dejaba que la besasen sin pararse a pensar si la gustaban siquiera, o solo intentaba olvidarse de desengaños del pasado. De aquel chico…
¡Demasiado tarde!, en el momento que se dieron cuenta de su presencia, ya no podía irse. No había nadie nuevo, solo el chico ese con sonrisa de idiota del otro día. Era la única que no le conocía ya. No le soportaba.
————————–
Le llamaron para salir nada más comer. Cuando llegó al bar no estaba de buen humor, aunque, la verdad, hacía mucho tiempo que no estaba de buen humor, cansado de ser un juego para ellas y una compañía melancólica para sus incondicionales amigos. Así que hizo el esfuerzo y sonrió al grupo. A pesar de haber discutido unas horas antes y sentirse enfadado. Bromeó, y no dejó de hacer chistes como hacía tiempo. Demasiado tiempo. Se dio cuenta de que estaba siendo el centro de atención y procuró no hablar el solo. Pero eso es lo que estaba haciendo cuando entró ella. Porque no conocía a esa chica, o bien porque intuía la animadversión que le tenía, se quedó callado.
Su silencio, producido por la angustia que sentía cuando alguien no le tragaba, fue malinterpretado por los demás que pensaron que por fin le gustaba una chica después de su voluntaria distanciación de relaciones que ya duraba varios meses.
Cuando ella llegó a la mesa, siguió sin hablar, ella tampoco venía muy animada.
Consciente de que todos habían interpretado mal su silencio, optó por no cederle su sitio a ella para no avivar el error del grupo, y dejó que uno de los otros lo hiciera. Quedó como un maleducado.
“Si se que está aquí, me quedo en casa” - pensó ella contrariada de verle allí.
El intentó no hablar para pasar más desapercibido.
Ella evitó hablar porque no se sentía natural con el delante.
El se puso nervioso y cuando trató de levantarse para ir al baño y de paso darse un respiro, tiró la silla y todos le miraron.
“¡Idiota!” - pensó ella.
- Le has puesto nervioso tía.- dijo una amiga.
- Mejor, a ver si se va - dijo ella cruelmente. No solía ser tan cruel.
Cuando el volvíó llegando despacio y discreto, todos se quedaron otra vez en silencio.
Estaba incómodo, y empezaba a buscar una excusa para irse, a pesar de que sus amigos no le creerían.
Ella estaba más incómoda, así que comenzó a ignorarle y a hablar como si no estuviese él.
El, comenzaba a no entender qué cosa de él odiaba tanto ella. Ya estaba empezando a devolver antipatía a esas miradas de asco que ella le dirigía.
Por fin, el decidió irse para no incomodar a nadie. Dijo que se encontraba mal, un rápido adiós y se fue.
Ella no dijo nada, solo suspiró de alivio. Pero los demás, contaron como él había sufrido ciertos desencantos amorosos y no tan amorosos, que no terminaba de superar y que hacía meses que no era el chico simpático que emanaba un magnetismo especial e irresistible. Hacía tiempo que estaba triste y que se enfadaba cada vez que veía lástima por él. No quería dar lástima, a pesar de que de verdad le habían lastimado.
Ella dejó a un lado su odio y le concedió un margen de duda a la vez que pensaba que él se había dado cuenta y se había ido por su culpa.
La tarde siguió, y ya noche cerrada se fueron todos del bar en busca de otra zona más animada. Caminaban delante de unos multicines y le vieron salir.
- Mira este que mal se encuentra que se va por ahí. - dijo alguien.
Ella se sorprendió de que nadie le llamase y de que respetasen su decisión de estar solo. Volvió a sorprenderse a sí misma volviéndose para mirarle. ¡estaba solo! ¡Había ido al cine solo! ¡Qué triste!
Caminaba muy despacio, mirando al frente, sin ver a nadie, absorto en  sus cosas, sin saber a dónde ir. Ni ganas tenía de emborracharse, lo cual sería como proclamar que su desdicha le había vencido.
Ella no pudo sino reprocharse su dura actitud ante alguien que no conocía. No estaba impresionada por sus desdichas amorosas, porque ella misma lo había pasado mal. Y se preguntaba por qué no estaba tan abatida por haber perdido a su novio, y a él se le veía destrozado por perder a su novia.
Decidió concederle la oportunidad de darse a conocer y no volver a transmitirle el aborrecimiento de siempre. Pero no tenía idea de cómo lo haría, puesto que era obvio que él era consciente de la antipatía que ella le tenía.
El martes, ella entraba en la librería y el salía.
Ella le vio antes, y pensó en no ser tan cortante y hablar con el de lo que fuese y preguntarle qué tal se encontraba.
Pero él aceleró el paso, precipitó el encuentro, dijo un “hola” cordial y rápido, y siguió tranquilo, sin mirar atrás, pensando que ella pensaría que se le encontraba en todas partes y que no le aguantaba.
Ella comprendió que él no quería hablar con alguien que no le tragaba. Empezó a pensar que era más considerado que la mayoría, y que evitaba los diálogos esos de falsedad donde unos  y otros se hablan amistosamente mientras se miran con odio. Le admiró por eso.
Pasó un mes sin que se encontrasen. De salir por sitios diferentes. De que el no fuese al bar de siempre. De que al verse de lejos el girase como despistado para otra calle. Aunque nunca se justificó con un “perdona, no te ví” que ambos odiaban.
Casi se había olvidado de él. Pero al mes, le vio dentro de una cafetería. Ella estaba discutiendo con su exnovio en la calle. Se asustó cuando su exnovio entró con ella en esa cafetería. Se asustó de terminar el encuentro con su ex justo con el allí delante.
Ella no se acercó a la barra y se sentó lo mas lejos posible.
Por supuesto, se vieron. Pero no se dijeron nada.
Su ex, pidió por los dos.
El estaba solo en la barra leyendo algo.
Ella se asustó porque la cita con su ex, que en principio debería servir para quedar como amigos, se iba cargando de tensión. Su charla iba aumentando de tono.
El no se fue y comenzó a hablar y a bromear con la camarera a buen volumen para no escuchar la conversación de ellos.
Su ex se cansó y se despidió de un portazo.
Ella se quedó sola. No lloraba a pesar de su rabia. Pero la vista se le nublaba y no quería que la viese llorar. Trató de irse antes de que fuese imposible evitar las lágrimas. Pero tropezó y todo el refresco, que no había probado, empapó su blusa y su bolso derramó todo su contenido por el suelo.
El se acercó, no dijo nada, recogió todas las cosas de su bolso, y le indicó el baño donde la camarera le prestó una camiseta.
Mientras tanto, él llamó a una amiga común y cuando ésta llegó, él se marchó sin más.
La camarera, que le conocía, dijo que estaba muy raro últimamente.
Un domingo se encontraron solos en el bar.
El espetó:
-¿Por qué no me tragas?
-Eso no es así, te lo supones tu.
- Eso es tan así como demuestra tu actitud hacia mi, no lo niegues.
-Bueno, si te crees que siempre tienes la razón, sérá por eso.
- Ya, será por eso entre otras cosas. ¡A saber!
-Es verdad, no te trago. ¡Eres un imbécil!
Y tras decir esto le besó en los labios y se fue dejándole solo, pregúntandose cómo puede una persona  enamorarse sin darse cuenta de un chico que nunca la gustó.
El, por su parte, decidió no contarle nunca a esa chica que le quedaban unos meses de vida, que no quería que ese fuese su último beso. Ahora que se precipitaba el fin de su enfermedad, y por tanto de su vida, se preguntaba cúantas serían las oportunidades perdidas, algunas ni siquiera se habría percatado de ellas. ¡Si pudiera repetir!, Pero bueno, en vez de recordar cada instante perdido, se fue pensando en el buen sabor de ese beso, y que los días que le quedaban había que aprovecharlos, CARPE DIEM (aprovecha cada momento de tu vida).

domingo, 17 de abril de 2011

PORQUE LOS NIÑOS SON ASÍ

Pasaban por delante de aquel caserón cada día a la misma hora, noche ya cerrada. Se ponía uno de puntillas, estirando el cuello, intentando mirar por esa boca negra que era la ventana más baja.
-¡No mires, no mires! -le dice un monstruo a otro- que puede haber fantasmas.
- ¡Qué va! si los fantasmas no existen.
(los monstruos si, yo tengo dos por aquí correteando, destrozando el orden efímero de mi salón. Porque los niños son así)

sábado, 16 de abril de 2011

LA CABRA DE SAN BARTOLOMÉ DE RUEDA

Toda la vida, desde niño, he oido eso de “San Bartolomé de Rueda, donde berró la cabra después de muerta”. Pues bien, toda la vida oyendo eso, y resulta que es una historia con la que me topé durante tres años 2006, 2007 y 2008.
Me tocó llevar la gente de los pueblos del Ayto. de Gradefes al centro médico de Gradefes, los martes me tocaba precisamente ese pueblo, San Bartolomé de Rueda, y claro… no pude menos que preguntar por la historia de la famosa cabra. Muchas versiones me llegaron de los vecinos de Garfín de Rueda, y dos de los dos únicos vecinos que había en San Bartolo. Yo lo voy a contar más o menos como me parece.

Todo sucede en un corral o majada, situado a uno o dos kilómetros de San Bartolo, y cuatro o cinco después de pasar Garfín, matizando que el terreno de Garfín llega casi hasta allí. Ambos pueblos distan seis Km, cuatro son terreno de Garfín, dos de San Bartolo (Aprox.)
Hacia el año 1920, existe en San Bartolo un hombre, dicen que se llamaba Romanón el rico, no se. Dedicado a la venta ambulante, con mujer y cuatro hijos, ha hecho fortuna, y en un aprisco, se ha construido el corral, dista un par de Km. de la casa, allí llevan al rebaño. Es hombre arrogante y caprichoso.
Pronto empiezan las disputas con los pastores y vecinos del pueblo de Garfín, porque en su arrogancia y prepotencia, el rebaño de Romanón invade día tras día los terrenos de Garfín. Cansados están en Garfín de tanta intrusión, cansados de avisar  y reprochar dicha actitud, máxime cuando de los pastos dependen familias más pobres. Pero Romanón no hace caso, y la intrusión no cesa.
En Garfín, un vecino, rumia su rencor, planifica su venganza. Aprovechando la noche, se encamina hacia el aprisco donde se encuentra la majada, cerrada a cal y canto, apenas se oyen algunos balidos cuando los perros ladran desde dentro.
Pero el hombre no necesita entrar… le prende fuego al corral desde fuera, con todos los animales dentro, perros, ovejas y cabras… Dado el material tan inflamable de aquellas construcciones, el fuego se propaga rápidamente, nadie puede apagarlo, porque los pueblos están lejos, las llamas alcanzan a las ovejas, devoran su lana, y luego la temperatura alcanza tantos grados que la grasa derretida de los pobres animales, escurre por la ladera abajo en dirección al arroyo de Valdellorma…
Difícil es imaginar una imagen tan… dantesca, pues Dante, describiendo el infierno, solo imaginaba… esto era real, una puerta del infierno se abrió en el medio del monte y devoró a todos aquellos inocentes animales.
La venganza se consumó. El pirómano anónimo, libre de invasiones, dudo mucho que libre de conciencia…
 Se echa la culpa a Romanitos el pobre… mas no se puede demostrar nada.
Un día, un viajero, quien sabe, quizás un vecino de regreso a casa, una temporada después del suceso, al pasar a la altura del paraje, testigo del lamentable acto, comienza a oir un berrido que describe como “un mugido como de cabra parturienta…”, no sabe de dónde viene, se oye muy fuerte, su cabalgadura se encabrita y se niega a seguir camino, el hombre, asustado regresa sobre sus pasos y cuenta espantado lo que le ha sucedido.
En Garfín relacionan el suceso con la reciente muerte de Romanitos el pobre, presunto autor del incendio.
¡Qué curioso!, que los berridos comiencen el mismo día de la muerte del supuesto incendiario.
Crédulos e incrédulos acuden al lugar, y a determinadas horas se oye el berrido de la cabra, un berrido espeluznante, que pone los pelos de punta. Algunos valientes buscan su procedencia, pero no la encuentran por ningún lado, ahora se oye por aquí, ahora se oye por allí, es imposible localizar nada.
El suceso corre de boca en boca, de pueblo en pueblo, traspasa fronteras, hasta gente de Madrid viene para oir el berrido de la cabra.
Interviene la iglesia y se intenta bendecir el lugar, pero no da tiempo a concluir nada, porque el berrido se hace tan ensordecedor que amedrenta a propios y extraños, y salen pitando de allí.
Los cazadores más valientes acuden allí con ánimo de terminar con el misterio, armados con escopeta, se acercan al corral, uno por un lado, otro por otro, no llegan a encontrarse, porque de nuevo el berrido se hace tan atronador que los “valientes” regresan sobre sus pasos... tienen miedo…
Nunca se llega a resolver el misterio. Un día, al igual que comenzó, terminó, y no se volvió a oir nunca más.
Mis reflexiones respecto al tema eran muchas, leí lo que pude, la gente que me lo contaba tenía más de 90 años, y la mayor parte del relato, lo sabían porque se lo habían contado sus padres… no variaban mucho las versiones, todas coincidían en casi todo, salvo quizá en que no se ponían de acuerdo en si los berridos comenzaron con la muerte del presunto pirómano, o que cesaron a su muerte.
A pesar de la fascinación que me producía el fenómeno, puesto que muchos martes pasaba por delante de las ruinas todavía ennegrecidas, no le quise dar más vueltas, pensando que si hubiese sucedido hoy en día, a lo mejor con las nuevas tecnologías alguien hubiese averiguado una explicación científica.
De todas formas, de vez en cuando volvía sobre el tema, y un día en el bar, mientras esperaba, un señor mayor volvía a relatarme lo mismo que ya había escuchado tantas veces.
Al salir del bar, me encaminé hacia el autobús, lo abrí, y como estaba solo dejé abierto para que subiesen a medida que iban llegando los viajeros… Pero el primero que llegó fue un señor que había escuchado la historia, y me dijo:
Yo hace muchos años, décadas después de lo de la cabra, reconstruí el corral y guardé allí mis ovejas una temporada, porque está bien situado el lugar, y si te digo lo que vi y lo que escuché allí, no me lo creería nadie.
Por más que insistí, no me contó nada, dijo que si me lo contaba le iban a tomar por loco…
Asi que, no hay nada más que contar, este es el misterio de la cabra de San Bartolomé de Rueda según las conclusiones que yo he sacado, y yo no creo nada, pero como dicen los gallegos… haberlas… hailas.

martes, 12 de abril de 2011

GORRIÓN

Todo el mundo conocía a Pablito, y todos, hasta su mamá, le llamaban “Gorrión”.
A Pablito, todo el mundo le llamaba “Gorrión”, porque desde pequeñito, siempre quiso ser un pájaro. Quería ser un pájaro para poder volar, ir donde se le antojase, sin tener que ir siempre caminando, posarse en los árboles y en los tejados más altos, estar todo el día sin colegio, sin hacer los deberes, sin leer, y sin tener que obedecer a todo el mundo.
Quería ser libre como un pájaro.
Un día, al despertarse, se dio cuenta de que se había convertido en un gorrión de verdad. ¡No se lo podía creer!, ¡era un gorrión de verdad!, ¡tenía alas!
Salió dando saltitos de su cama, y se coló por el pasillo, hasta llegar a una puerta abierta, por la que salió a la calle. Su papá estaba a punto de subir al coche.
-¡Adiós papá!- Quiso decir, pero no pudo hablar, solo pudo piar. Bueno, pensó, luego, cuando vuelva a casa ya se lo contaré.
Estuvo toda la mañana volando, para arriba, para abajo, por entre los árboles, hasta se posó en la valla del colegio para ver a sus amigos. Quiso llamarles, pero otra vez, solo pudo piar. Bueno, pensó de nuevo, mañana se lo cuento.
De tanto ir volando de un lado para otro, “Gorrión” estaba muy cansado y además tenía hambre, quería irse a su casa para comer, seguro que mamá había hecho paella, ¡con lo que a él le gustaba la paella! Pero no fue capaz de encontrar el camino de su casa. Voló muy alto, pero estaba muy cansado y todas las calles eran iguales.
Fijándose en los otros gorriones, intentó comer migas del suelo, pero la gente pasaba todo el tiempo, y casi le pisan. Intentó comer arroz que tiraban a las palomas, pero, éstas, no le dejaban y le echaron a picotazos.
Toda la tarde se la pasó intentando comer algo, hasta intentó comer en el estanque del parque la comida que echaban a los patos, pero esta vez, no le dejaron. ¡Uff! los patos si que tenían mal humor.
Al final, pudo comer unas migas de pan en un balcón.
De repente, se dio cuenta de que estaba anocheciendo, todavía tenía hambre, no había jugado en todo el día, ni había visto a sus amigos, se había perdido la clase de dibujo, justo ese día que iba a terminar el dibujo del águila imperial que llevaba dos semanas dibujando. Se había perdido la merienda del cumpleaños de su hermano, y encima no había podido ver sus dibujos animados favoritos.
Había pasado un día de perros, o mejor dicho, un día de pájaros, y no le estaba gustando nada.
Se estaba haciendo de noche y no sabía volver a casa, tenía ganas de llorar pero no podía porque los gorriones no lloran. Quería llamar a su mamá, pero solo pudo piar.
Tenía mucho sueño, así que intentó dormir en los árboles del parque, pero los otros pájaros ya habían escogido los mejores sitios, solo le quedaban los sitios peores, y en ellos no podía dormir porque hacía mucho frío. ¡Cómo le gustaría estar en su cama!
De repente encontró un sitio fabuloso para dormir, un arbusto al lado de un tejadillo, en el que se estaba muy calentito.
¿Por qué no se le habrá ocurrido a ningún otro pájaro dormir en este sitio tan bueno? - se preguntaba- con lo calentito que es.
Todavía tenía hambre, pero con lo cansado que estaba, se le cerraron los ojos.
De pronto, el arbusto se empezó a mover, y delante de él se veían dos ojos grandes en la oscuridad, ¡un gato! ¡ y los gatos comen pájaros!
En ese momento el gato saltó sobre él con la boca abierta, y entonces…
…entonces se despertó en su cama muy asustado y gritando de miedo; su mamá ya estaba a su lado.
-Tranquilo “Gorrión”, que todo ha sido un sueño -dijo su mamá.
-No quiero que me llames más “Gorrión”, ya no quiero ser un pájaro, solo quiero ser un niño. Los pájaros lo pasan muy mal.
Pablito no quería ya ser un pájaro, estaba muy contento de ser un niño, pudiendo hablar, merendar y comer siempre a la hora, dormir caliente en su cama, y sobre todo sin que ningún gato le comiese. Estaba muy contento de ser un niño aunque tuviese que obedecer siempre a los mayores y aunque solo le dejasen ver la tele una hora.
Estaba muy contento porque se dio cuenta de que tenía todo lo que quería aunque no pudiese volar.

RUBÉN FERNÁNDEZ TOMÉ

lunes, 11 de abril de 2011

EL RITORNELLO

Transcurría el año 1991, y transcurría lento, lentísimo, el año más largo de mi vida, desde el 27  de marzo de ese año hasta el 26 de marzo de 1992, 365 días, pues el ´92 era bisiesto, no me perdonaron ni un solo día.
No estaba en la cárcel, estaba en "la mili" (tranquilos, no voy a sacar el rollo de "dices tu de mili").

Desde el campamento, salíamos de marcha muchas tardes, y muchos teníamos pase pernocta, es decir, que nos dejaban dormir fuera. Siempre salíamos por la ciudad, y éramos varios, frecuentando la zona cercana a la estación de tren, aunque la ciudad es pequeña, y la recorríamos entera.

Pero aquel día, a las once y diez de la noche, en los "chigris" que hay al lado de la base, pues nos habíamos quedado allí toda la tarde, solo quedábamos allí "el francés" y yo, solos con las dos camareras, el, porque se había escapado por la "senda" después de la hora de "retreta", y yo, porque al ser pernocta, no tenía que entrar hasta las siete de la mañana.

Las camareras, auque jóvenes, estaban curtidas, porque tengo que decir que estos locales, estaban al lado de la base y solo eran frecuentados por los militares, que, entonces éramos todos chicos. Una, no recuerdo su nombre, era poco agraciada, y la otra demasiado agraciada, pero allí, no estaba la cosa para remilgos.

De todas fromas, desde el primer día, yo tenía un pacto, puesto que yo conocía a las chicas de antes, y los demás eran de otra provincia. Yo, me guardaba para mí sus sercretos y su vida e informaba a las chicas de quién tenían que cuidarse. Y ellas, se las arregalaban para hacerme llegar lo que fuese cuando los arrestos me impedían salir.

El pacto incluía la claúsula no escrita de que yo no tendría nada con ellas, y eso no era negociable, era por precaución, porque si luego había celos, rencores, o lo que fuese, se torcería todo.

Siempre el fracés, que, en realidad era hijo de padres españoles, y nunca había venido a España, se las arreglaba para meterse en problemas. No éramos compañeros habituales, puesto que yo, siempre evitaba los problemas. Pero esa noche, y dada la costumbre que tengo de ser tonto y de llevarme bien con todos, me convenció para pasar la noche de "picos pardos".

El fracés no pronunciaba bien, y pasaba de las erres. Decía siempre a la camarera guapa, que tenía ojos de pez, lo cual yo no entendía, esa noche le pregunté, y me dijo que me fijase bien, entonces lo comprendí. La chica en cuestión, al hacerse la raya del ojo, esiraba las líneas hacia afuera, dando la sesación de esos dibujos de pez de los jeróglificos o del dibujo de un niño.

Las chicas nos acercaron a la ciudad, pero por miedo a quedarnos tirados muy lejos de la base, nos quedamos en una zona poco habitual, y más cercana.

Que si vamos a este, que si vamos al otro, al final entramos en el RITORNELLO, seguro que todavía existe, yo nunca había entrado allí, teníamos 19 años recién cumplidos, y el ambiente allí, era más bien para otra edad. Mujeres de entre 35 y ... más, hombres de edad aún mayor, y nosotros allí, con la cabeza bien rapada, para que no quedasen dudas de cual era nuestra residencia temporal.

Al principio estaba desubicado, luego, me quedé pegado a la barra, observando, estaba fuera de lugar. El francés, ni se inmutó, más lanzado que yo, enseguida me dejó solo, y desapareció para toda la noche, no volví a verlo hasta el día siguiente en la formación de diana.

Tímido hasta la exageración, allí, con todas esas mujeres que me sacaban más de quince años, mirándome como miro yo ahora a los "yogurines".
Terminaba ya la cerveza, y me iba a ir.

Dos mujeres me rodearon, tendrían... pues eso, unos 35. Nervioso, no pude evitar hablar más de la cuenta, intentando ser lo más agradable posible, sacando todos mis encantos, a ver si podía ocultar a ese niño sensible y tímido de aquellas miradas expertas, que se estaban riendo de mi cobardía.

Era inevitable, me dejaron solo con una de ellas, dijo que se llamaba Rocio. Pasé la noche con ella, me contó que tenía un hijo y que estaba separada. Hablamos un montón, yo, una vez fuera del Ritornello, que no era una sala de fiestas para mí. Me encontré más cómodo.

No me importó que tuviese un hijo, ni que estuviese separada, ¡tenía una chica! aunque solo fuese para ese día, había ligado. No, que vá, ella me había elegido entre los otros ¿por qué?

Nunca me enamoré de ella, era muy guapa, una mujer de bandera, de conversación agradable, un buen trabajo, con una forma de ser que enamoraba. Era como si me hubiese tocado la lotería, y sin embargo, no era capaz de enarmorarme de ella, me encantaba estar con ella, y dar envidia a mis compañeros, que se frotaban los ojos al ver semejante monumento. ¿Qué hacía esa mujer conmigo?

Su hijo era pequeño, pero los niños simpre se me han dado bien, y pronto el niño jugaba conmigo tan felíz.

Pero yo, no podía enamorarme por más cariño que tenía hacia ella, y por más que ella se volcaba conmigo, no podía. Con los años he llegado a pensar que yo tenía miedo de enamorarme de ella, porque una mujer así, no podría estar conmigo, que me tendría que pasar la vida muriéndome de celos cada vez que otro hombre la mirase, que tendría que estar todo el tiempo pendiente de no perderla, y que mi única defensa era no enamorarme para no sufrir. Consciente, o inconscientemente, nunca me enamoré de ella.

Seguimos una temporada, y cuando yo me licencié, teníamos una relación entrañable. Ella parecía que me adoraba, y yo seguía sin entender qué podía ver en mí, una mujer así, que podía tener al hombre que ella quisiese.

Al final lo supe. Estaba separada de un indeseable, un machista, maltratador, una de esas personas, que te dan el pego, que parecen estupendas, que son muy guapos por fuera, que todas se le quedan mirando. En fin, un hombre de los que hacían juego con una mujer así.

Pero pegaba a Rocio, la vida en común había sido un suplicio, nunca me lo había contado. Un día nos encontramos con el, su mirada de desprecio hacia mí era comprensiva, era un físico imponente, y yo con mi baja estatura, se reía de ella, y sin embargo, yo no veía que Rocio se avergonzase de mi, al contario.

Aunque el hombre me dirigía miradas de ira, sus palabras hacia mí eran corteses y educadas. Yo estaba desconcertado, era como si fuese una mascota, me veía ridiculizado físicamente entre aquellas dos personas, que parecían hechas el uno para el otro.

Nos despedimos y Rocio me  contó todo, las palizas, los insultos, el miedo, la chulería. Esos hombres tan apuestos, que creen que hacen un favor al estar con ellas. Y que si quieren seguir teniéndole, tienen que ser sus esclavas.

Comencé a odiarle. Era mi primer contacto con ese tipo de relaciones de maltratos, y no podía comprender como se le podía gritar, y mucho menos pegar a una mujer como Rocio.

A pesar de ser casi un niño, me di cuenta de que Rocio, me adoraba por el trato que yo le daba. Que su experiencia anterior, había sido un tormento, y que yo, sin ser nada del otro mundo, era un ser extraordinario al compararme con su ex marido. Se sentía valorada a mi lado.

Tuve que ser yo quien abriese los ojos a Rocio, no pintaba nada a mi lado. Se puso desesperada. Pero yo no sería capaz de vivir a la sombra de una mujer así.

Cada día iba a su casa, a la irritación inicial, siguió su cariño habitual. Seguí siendo su amigo durante un tiempo, hasta que el hombre que se merecía apareció en su vida, hombre con el que hoy continúa, (tienen una hija de 16 años que juega a baloncesto). A veces los veo, son una pareja feliz, y me encanta que no me reconoczcan. Dejan su hija en la parada con el resto del equipo, yo abro las puertas del bus, suben, y veo a esa niña idéntica a su madre, miro a la acera y consigo, con esfuerzo, reconocer a Rocio. No digo nada.

Al poco tiempo de dejarlo con Rocio, y como esta ciudad es un pañuelo, me encontré en la zona del Húmedo con el ex marido. Como esa vez, la chica que me acompañaba, era más acorde a mi edad y a mi físico, no pudo resistir la tentación de burlarse de mí. Yo siempre rehuyo las peleas, y más si el tipo me saca un palmo de altura.

Mis amigos estaban allí para defenderme, pero no hizo falta. Fue hace 18 años, me habría dado una paliza, pero es que me invadía la rabia, lo hice sin pensar, no soy para nada violento, cuando dijo que Rocio era una furcia, y que la chica que me acompañaba me la quitaba el cuando quisiera, mi rodilla salió disparada hacia su muslo, cuando se dobló, el codo a su mandibula, y siguieron otros golpes hasta que me sacaron de allí a rastras.

No le he vuelto a ver, aunque me consta que puso una denuncia, pero como no sabía mi nombre, y en esa zona, que me conocían bien, todos se lo ocultaron, no pasó nada.

Creo que en esos años, perdí la timidez, Rocio fue un punto de inflexión. Me convertí en otra persona, y afortunadamente, no he vuelto a pelearme nunca con nadie.

Al final, mi mujer también está por encima de mis posibilidades, pero ahora tengo más confianza en mi mismo, aparte de que de esta si que me enamoré de verdad (Hasta las trancas).
FIN

* Esto se sale un poco de mis relatos habituales, pero bueno, esta historia no tiene tanto que ver con mi fantasía como las otras.


jueves, 7 de abril de 2011

RELEVO FINAL

Que te pasen el relevo de esta historia, ya es una faena, pero si te toca el final... la faena se convierte en una canallada ( por no decir una putada ).
VINIVIDIVINVI, ideó este "juego" tan divertido, el cual ha ido pasando por varias personas diferentes, aportando cada una su talento. A mi me lo ha pasado Blanche Dubois, lo he aceptado aun a riesgo de defraudar a la persona que me pasa el testigo, pero no he podido resistirme...

1. La agorafobia de Lucía había hecho que llevase años confinada en lo que ella llamaba su búnker. Vivía de noche y dormía de día. Era una de esas mujeres por las que el tiempo pasa cruel y devastadoramente. Una aureola púrpura rodeaba sus ojos tristes, sin brillo, que se encajaban en un rostro descolorido y marchito. Tenía una nariz perfilada que sostenía unas anticuadas gafas.

Sus labios agrietados pedían a gritos menos nicotina, el pelo cano y desaliñado le llegaba casi a la cintura y la extrema delgadez de su cuerpo no podía casi sostenerla en pie.

Su partida de nacimiento confirmaba que tenía 35, pero los años de aislamiento elegido, la dejadez y el descuido habían hecho que pareciese una anciana.

Como una noche más, Lucía abrió su portátil, para asomarse por esa pequeña ventana y contemplar, indagar, husmear por entre las callejuelas de esa gran ciudad virtual que le tenía completamente fascinada. Mientras se desplegaba automáticamente la persiana azul de Microsoft, preparaba, como otras tantas veces, sus cigarrillos, el viejo cenicero sucio, y su té. El turquesa del mar de una playa desconocida le daban la bienvenida.

Y a partir de ahí, su conexión con el mundo.

-¡Clic!-


( Autora: BEA )
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17.
De no ser por el cuerpo inerte de Elisa, oculto ahora dentro de un saco negro que Lucía no acertaba a imaginar de dónde podría haber salido, nada hubiera hecho presagiar que allí se había cometido un asesinato. Olga se afanaba en meter dentro de una de las bolsas de supermercado que Elisa había traído los paños con que habían limpiado la sangre. Lucía la observaba asombrada, preguntándose qué hacía su hija allí, quién había matado a Elisa y, asustada aún por su presencia, quién demonios era el hombre al que Olga había abierto la puerta y que les había ayudado a colocar el cadáver dentro del saco.
-¡Vamos!

La voz de Olga sonó urgente y demasiado imperativa para lo que debería corresponder a una hija dirigiéndose a su madre. Lucía obedeció como un autómata y la siguió. El hombre cargaba con el cuerpo de Elisa. Lo vio desaparecer tras la puerta del apartamento, seguido de su hija. Ella… vaciló. "Salir? ¿Ahí fuera? ¡Oh, Dios mío!
-¡Madre! –se escuchó la voz de Olga desde el descansillo.
Lucía reaccionó y salió. Se había avivado en ella el instinto materno que antes la embargara. Escuchó el ruido sordo que hizo la puerta al cerrarse tras ella y sintió como si, con aquel mínimo acto, todos sus miedos hubieran quedado encerrados dentro de la horrible cárcel en que se había convertido su apartamento.


El ascensor los llevó hasta el sótano. En el garaje, un coche aguardaba con el motor en marcha. Olga abrió la puerta y la invitó a entrar. Lucía no dudó. Mientras se acomodaba en el asiento trasero, oyó un doloroso golpe que retumbó en el portaequipajes. El hombre desconocido había colocado allí el cuerpo de Elisa sin demasiados miramientos.
-Toma- le dijo Olga mientras le tendía un vaso con té que había servido de un termo-. Te sentará bien.
Lucía bebió y sintió que un ingobernable sopor la invadía. El coche tomó la desviación hacia la autopista y se introdujo entre el denso tráfico.
-¿Se ha dormido ya? –preguntó el hombre desconocido.
-Sí –contestó Olga-. Ya está dormida. (Cid)



18. Lucía, descalza y magullada, se vio corriendo a través de un bosque cubierto de nieve. Llevaba anudada al cuerpo una roída manta que casi le impedía moverse, tal era su peso. No supo dónde iba ni por qué le angustiaba no ir más rápido hasta que escuchó aquel horrible aullido de nuevo. No parecía humano, pero le resultaba tremendamente familiar. Aquél monstruo se movía raudo entre los árboles, mucho más que ella que apenas lograba dar dos zancadas sin tropezar. Hacía mucho frío y sentía cómo las plantas de sus pies se hundían en la nieve, quemándose, fundiéndose con ella. De repente, tropezó con un tronco muerto del suelo y cayó rodando por lo que parecía ser la vereda de un río helado. En su caída se golpeó fuertemente la cabeza con una roca y perdió la conciencia. Aún así logró divisar una luz y escuchar unas voces a lo lejos que parecían acompañarla en su agónico viaje:

-¿Qué vamos a hacer?
-Ya lo sabes.
-No quiero que la mates. Es mi madre.
-Ese no era el trato.
-A la mierda el trato. La he visto en mis ojos y ... y he recordado cosas. Salvémosla.
-¿Qué? Estás loca. Tu madre es uno de ellos y deber morir. Sabes que si alguien se entera de que te engendró correrás la misma suerte que ella y yo no podré hacer nada para impedirlo.
-Pero... ¿Y si no lo es? ¿Y si no es uno de ellos? ...
En ese preciso instante Lucía abrió los ojos.(Sue)

19. “Hazlo” dijo.

Desde la primera vez adivinó en él algo extraño. Algo que traslucían sus palabras y sus gestos y que la pasión inicial le impedía materializar en su razón hasta que, demasiado tarde, se convirtió en un escalofrío que le recorría la espina dorsal hasta paralizarla.
Trató de escapar una vez, pero él la encontró. Ellos tenían ojos por todas partes, vigilando, y la llevaron a aquel lugar cuando supieron que estaba embarazada. Atrapada.

“Tenía que ser una niña” le dijo “ni éso eres capaz de hacer bien, zorra”

Esperaban un niño. El nuevo mesías. El heredero. Ahora la niña tendría que ser sacrificada. Devorada en un ritual macabro… No pudo soportarlo. ¿Cómo habría podido? Sólo aquellos monstruos eran capaces de semejante salvajada.
Huyó. El bebé fuertemente aferrado contra su pecho. Pero la encontrarían. Sabía que lo harían.
El día que abandonó a su hija perdió el alma. La culpabilidad la abrumaba pero estar lejos de ella era la mejor forma de salvarla.

“Hazlo, hija” dijo “mátame”. (Blanche Dubois)


20.- Y en ese instante, con los ojos puestos en los de su hija, Lucía repasaba todo lo sucedido, dieciocho años...
Recordó su estancia en Londres, donde conoció a Yasser, el cual, ejercía una atracción irresistible sobre ella. Fue Yasser quien la arrastró hacia esa secta que destrozó su vida.
Fue elegida solo por su fecha y hora de nacimiento. Esa hora de nacimiento que se había inventado porque no tenía ni idea de a qué hora había llegado al mundo. Lucía solo quería agradar a Yasser... Pero esa pequeña invención, fue lo que llamó la atención de la secta... la fecha y la hora... Eso la convirtió en la candidata a engendrar al mesías.
El amor ciego que sentía por Yasser, ese sentimiento que solo se tiene en la adolescencia, esas hormonas con sobredosis de adrenalina, que te nublan el cerebro, no la permitieron ver que solo era un recipiente.
Cuando dio a luz a una niña, fue advirtiendo la hostilidad en algunas personas de la secta, y la decepción en los ojos de Yasser, y entonces empezó a tener miedo, a vivir esta pesadilla, que continuaba dieciocho años después.
La única manera de proteger a su hija, fue dejarla atrás mientras la perseguían por el bosque. No pensó que la pareja a quien se la entregó, lucharía por su custodia... Pero los de la secta querían matarla. ¡Eso nunca!
Su cordura se esfumó en el mismo momento que dejó atrás a su hija.
Durante años, se ocultó en casa, su locura había dado paso a esa agorafobia de la que era presa en ese apartamento 601, del que llevaba años sin salir, visitada solo por Elisa...
¡Elisa!
En el coche Lucía sucumbió a los efectos del narcótico.
Despertó en una obra, estaba sola en el coche, hacía calor, notaba la boca pastosa, y el cuerpo entumecido...
Su hija Olga y aquel hombre, estaban unos metros por delante del coche, de espaldas a ella, mirando el suelo, en el que había una zanja de la obra. Un camión hormigonera comenzaba a vertir el hormigón en la zanja. Lucía salió del coche dando traspiés. Torpemente fue acercándose a ellos... y a la zanja... estaba a punto de nombrar a su hija para preguntar por Elisa.
Entonces vio como el hormigón caía sobre aquel saco negro en el que habían guardado el cuerpo de su amiga. Se llevó la mano derecha a la boca ahogando un grito, la mano izquierda mesaba su cabello para detenerse en su nuca.
Con el ruído de la hormigonera, no se habian percatado de su presencia, se fue alejando, pero su mente afectada por el narcótico y los temblores de sus piernas, hicieron que cayese en su huida  cada vez que intentaba correr. Finalmente la vieron... La cogieron en un segundo.
Cuando se encaró a su hija, una vez que la cogieron, la pregunta implícita en su cara, hizo que Olga Lucía intentase justificarse.
-Entiéndelo, madre, es tu vida o la mía, eres el único eslabón que tengo con aquella secta, si te encuentran a tí, me encontrarán a mi. No ha quedado más remedio que deshacerse de todas mis fotos, de todas mis direcciones... y dada tu locura, también de tí. Una de las dos tiene que morir. Tu amiga, es un daño colateral.
-¡Hazlo!, hija, ¡mátame!- ofreció su vida adulterada por la de una asesina, pero era su hija.
En ese momento, coches de policía entraron en la obra a gran velocidad, al detenerse, levantaron una enorme cantidad de polvo. Todo era un caos, Lucía no veía nada, estaba tumbada en el suelo, oía disparos por todas partes.
Horas después, todo había terminado.
Hubiese dado su vida por la de su hija, pero Olga Lucía era una asesina, había matado a Elisa, y en la refriega con la policía, perdió la vida.
Se recuperó el cuerpo de Elisa. ¡Pobre Elisa!
Para Lucía, solo había dos alternativas, el psiquiátrico, o la casa de sus padres, a los que no veía desde hacía una eternidad.
La casa de sus padres, estaba como siempre, cada rincón escondía un recuerdo. Recuerdos que parecían pertenecer a una vida anterior. A otra persona distinta.
Se paseaba por el estudio de su padre contempando viejas fotos de su niñez. De pronto, a su espalda sonó un "clic", era el ordenador, en su pantalla había aparecido la siguiente frase:
-DÉJAME ENTRAR, LUCÍA.
Cerró los ojos, ahogó un grito.
No. Su padre no tenía ordenador.
Abrió de nuevo los ojos.
Al final, solo quedaba la certeza de que su cordura se había perdido en algún rincón del Universo donde no la encontraría jamás. (Rubén)
FIN
Por favor, sean ustedes benevolentes con este pobre aficionado, la cosa no era fácil, y dar explicaciones de todo era complicado.
En caso de desagrado, se acepta final alternativo.
Mi cabeza no dá para más.

BIENVENIDOS

Para todos los que llegan aquí, para ver quien es el atrevido que pone fin al relevo, quiero reenviarles a otro blog, ya que en este aun no hay nada. (solo para quien tenga la intriga de saber qué es lo que escribo)

http://rdelavega.soy.es/

Ahí es donde escribo ( naufrago, hago garabatos, desvaríos... qué se yo)

miércoles, 6 de abril de 2011

¡VENGA! OTRO BLOG...

Me voy a volver loco ( que dicen por ahí que ya lo estoy) pero aquí empiezo la aventura de nuevo. Me conformo con que las entradas venideras, gusten  a dos o tres personas, al igual que han gustado en otro blog. Porque me voy a limitar a seguir con las mismas ideas, los mismos relatos que ya he escrito, con el único fin de llegar a más gente, de conocer más opiniones (porque las pocas personas que me leen, me han cogido cariño, y su opinión está subjetivada por ese detalle).

Total, no pierdo nada, ni tiempo, porque me divierte bastante todo esto de escribir.

La primera entrada que he puesto, es un desvarío de una noche de insomnio, es mejor no tenerlo muy en cuenta.
Al principio, pondré entradas a ciegas, para ver si gustan, luego iré copiando las que ya tengo.

De todas formas, iré intercalando nuevas ideas que me vienen de vez en cuando.
No es que vaya a contar mi vida, porque no hay mucho que contar. Pero seguro que iré contando algo de mi en los comentarios, ya que mis entradas, suelen ser pequeños (o medianos) relatos ficticios.
Para no verme muy solo, tendré que enviar a algunas personas (casi todas son mujeres, no se por qué) a este nuevo blog.

ME DA UN POCO DE VÉRTIGO EMPEZAR OTRA VEZ DE CERO.

Un saludo para todo el mundo desde este diván ( un teclado en mis manos, que no me llega el dinero para terapias caras)




NO DUERMO NADA

¿POR QUÉ NO DUERMO?
Soy un loco, si seré lunático,
que me paso la noche pensando en la luna,
me voy de la cama a la ventana,
y siempre está allí, es mi amiga más fiel.
Aunque no se vea, sé que está, cierro los ojos y la veo.
Cuando está, me acaricia muy suave la mejilla,
quiere que me duerma,
porque sabe que es por ella que no duermo.
Pero no quiero dormir,
no vaya a ser que todo sea un sueño.
Te preguntarás:
¿y quién es la luna para no dejarte dormir?
¡Cómo! ¿no lo sabes? la luna... Eres tu.

Dibujo creado por Libélula, agradezco mucho el detalle, y además me siento muy orgulloso de que mi entrada inspire este dibujo.