Cada verano por estas fechas, volvía a quedarme solo en el pueblo. Todos se habían ido. Los buenos amigos, las chicas, el buen tiempo.
El color del día cambia, las calles silenciosas, el color de las hojas de los árboles. El marrón de las avellanas, determina el final.
Cada verano en Vega de los Árboles, era especial para mí. Llegaban un montón de amigos, y, a pesar de que siempre tuve que ayudar en las tareas del campo, siempre había tiempo para disfrutar del verano en el pueblo.
La infancia, siempre la recordaré con adoración, pues a medida que pasa el tiempo, me doy cuenta del verdadero valor de aquellos días.
Al final de junio, comenzábamos el verano con la hoguera que se hacía (y se sigue haciendo) la noche de San Pelayo, patrono del pueblo, no hacemos la hoguera en la noche de San Juan, sino ese día. Mientras todo el mundo observaba la hoguera en la plaza que daba entrada a la era, donde hoy se celebran las fiestas, los chicos (en esas fechas, solo Roberto y yo), íbamos a cerezas, de un cerezal a otro, más por el morbo de ir de noche a sitios prohibidos que por el hecho de comer cerezas.
A primeros de julio, ya nos acercábamos al río a todas horas, lo mismo cogíamos cangrejos, que ranas. Con las ranas alimentábamos al milano o gavilucho de turno, que hubiésemos robado de un nido ese año. Era fácil, pues los regueros estaban repletos de ranas y cangrejos, los árboles repletos de nidos y hasta nos zambullíamos en el río a última hora de la mañana con el rejaque en la mano para intentar coger alguna trucha o barbo.
El agua del río venía templada, no como ahora que viene del pantano de Riaño, y está fría como el hielo.
Recuerdo el olor de las cuadras antiguas, de la hierba seca o recién segada, lo mismo de la alfalfa, el sonido de los regueros, las callejas sombrías, donde trinaban quién sabe cuántos pájaros. Recuerdo el olor de los prados con sus vacas, diferente de los prados sin ellas.
Lo mismo segábamos alfalfa, que regábamos maíz, que recogíamos fardos... por la tarde volvíamos al río, nos bañábamos durante horas, jugábamos a todo, nos tirábamos de peñas y cepos a unos metros de altura, éramos como patos. Incluso algunas noches, volvíamos al río en busca de aventura, bien a pescar, o bien a cruzar al pueblo del otro lado para ver a los amigos con quien compartíamos ese trozo de río al que llamábamos la "rasera".
Por la noche nos reuníamos en la plaza del pueblo, y jugábamos a tres navíos en el mar, al escondite, por entre las casas vacías, el intríngulis del caño en esos años, en un árbol subidos, debajo de un carro, o en el campanario. Otras veces jugábamos al balón, eran noches bulliciosas.
Si había que intentar un beso, había que planear un viaje al pueblo de al lado, o a robar manzanas, el caso era buscar el amparo de la oscuridad. Tengo que aclarar, que yo no me comía una rosca en mi pueblo, y por eso siempre andaba en ruta.
Nada más cenar, cogía la bici o la motocicleta, y me iba al pueblo de al lado, Valle de Mansilla, o al del otro lado del río, Villaquite, o al del otro lado de la cuesta, Santa olaja, siempre en ruta. En los últimos años de la adolescencia tardía que tuve, no me hizo falta "nortear" por ahí... pero eso mejor no lo cuento.( en estos viajes me inspiré para "VIAJE ANIMAL")
Al llegar agosto, se aproximaban las fiestas del pueblo, San Roque, la gente acudía en masa, el pueblo se llenaba de gente, (hoy sigue pasando lo mismo), venían de todas partes. Nos lo pasábamos en grande, vivíamos dos días en uno. Pero una vez terminaban, era un punto de inflexión en el verano, ahí, comenzaba el éxodo, cada día que pasaba a partir de San Roque, el pueblo se iba quedando más vacío.
Por eso pongo esta canción del principio, y por eso pongo la de Verano Azul. Yo, me identifico con el Pancho (aunque yo ligaba menos). Yo era el típico lugareño que vivía allí todo el año, que tenía que trabajar en el campo, hasta esas "greñas", tenía yo, también moreno, y atlético entonces. También me quedaba solo en septiembre. La plaza vacía. Los bancos solitarios. Las tardes frías.
Septiembre me lo pasaba recogiendo avellanas por "Cañones" o "Los picales", vagabundeando con la bici sin rumbo fijo, y visitando a solas el río mirando la corriente, y recordando cuando el lugar hervía de gente y de amigos. Ya me estaba fabricando las primeras palabras que escribir en las cartas para mis amigos, o para la chica que tocase, sabiendo de antemano, que el siguiente verano, esa chica ya no sería para mí...
Sin embargo, desde la distancia pienso en que aquellos días que yo sentía tristes, eran en verdad los más felices de mi vida, a pesar del vacío que sentía al entrar en el caño, o al pasar por la plaza silenciosa.
Ya no favorecía la temperatura para ir en bici o moto por las noches, así que retomaba mis lecturas abandonadas todo el verano.
Escribía cartas, algunas de las cuales, habrían tenido más éxito que cualquiera de mis relatos.
Ya no hay amigos como los de la infancia...
Ya no hay sentimientos como los de aquellos besos en las callejas...
Queda la nostalgia de la infancia feliz que tuve.
A pesar de la timidez que siempre me caracterizó, no tuve malas experiencias, y cada viaje en bici por la noche, cada árbol que subí, cada rana que cogí y cada beso que robé, dejaron una profunda huella en mí.
Estos días al pasear por el pueblo, veo que las cosas han cambiado, y que ya nadie hace lo que hacíamos, hasta las casetas de los niños son diferentes. Las piscinas han desplazado al río helado, las videoconsolas han echado el balón a los tejados, y las raquetas al desván.
El "Guasap" ( o como se diga), ha suplantado a las cartas, aunque estoy seguro de que alguien en algún lugar tendrá una carta que le hizo llorar, y eso, no hay "guasap" que pueda con ello...
Las manzanas están casi maduras, y las peras, ya se comen bien las ciruelas, pero los chicos no las roban, están a otras cosas.
El verano en Vega de los Árboles es apacible y divertido, es intenso. Si tuviese que describir mi pueblo con un adjetivo, diría que es ACOGEDOR.
El verano se acaba, vendrán más, pero en ninguno de ellos volveré a tener 14 años.