Miradas, tan solo eso, miradas. Tan solo de eso se alimenta esta relación. De miradas.
No se si comenzó ella, o comenzó el, no lo recuerdo, no puse atención... ensimismado... miraba. Miraba sin pensar.
Miradas fugaces, prohibidas, camufladas entre el oleaje de cabezas absortas en los libros. Miradas superfluas, de pasada, como sin querer, ajenas al silencio de la bilbioteca. Así comenzó todo.
Luego, días y meses ¡hasta años! de miradas, de complicidad, de alegría, eufóricas, melancólicas, juguetonas, lujuriosas, tristes, excitadas, arreboladas, animadas, vivas... con cuantos adjetivos se puedan definir las miradas, pues les recorrieron todos a lo largo de los años.
Acompañadas de sonrisas, de lágrimas, de suspiros, de estornudos, de guiños, de risas...
Pero ni una palabra. Tan solo miradas, sorteando las cabezas absortas en los apuntes y los libros, en silencio.
Miradas invisibles para los demás, y sin embargo, conectadas entre sí desde el tercer día, cuando decidieron dejar de mirarse de soslayo para mirarse sin reparo.
Miradas encendidas, impacientes, anhelantes...
Miradas frustradas, nerviosas... ¿solo me vas a mirar? parecían decirse uno a otro... con la mirada, claro.
Ni una sola palabra, así toda la carrera. Años, de mirarse y de no hablarse.
Así venía subsistiendo la relación, cogida con pinzas. Ni sabían cómo sería la voz del otro.
El día que terminó la carrera, los dos tenían pensado decirse algo, pero que si mi padre viene a buscarme, que si quedé con mi hermano, no pudieron decirse nada, solo adios... eso sí, con la mirada.
Al día siguiente, volvieron al paseo de la facultad aunque ya no pintaban nada allí, pues era su único sitio en común. Los dos con la misma idea de verse.
Allí plantados, inmóviles, a cincuenta metros, mirándose. Avanzaban uno hacia otro con parsimonia, y cuando estuvieron juntos, una sonrisa, las manos cogidas, y sin decir nada, se besaron...
Sin decir nada...
Miradas...
Besos...
¡sshhh! ¡no digas nada!
Ni una palabra, que estropee la magia, pues este cuento, solo es un cuento, fantástico de mi fantasía, imposible... ni te lo imaginas. Hay que andar escaso de cordura para comprenderlo, pues es una locura.