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lunes, 27 de mayo de 2013

LIBRO VIAJERO.

Se me ha ocurrido, poner en marcha un experimento, voy a intentar seguir el "camino" de un libro viajero, puede que de más de uno, porque me apetece saber (si sale bien), si la gente es lo suficientemente generosa como para dejar ir un libro que ya ha leído, y que además, es "un libro viajero".
Como siempre le llegan a uno libros que, o bien ya tiene, o bien ya ha leído, esta  vez, en vez de cambiarlo por otro, y dado que tengo varios en espera. Voy a coger los repes y los voy a dejar volar por ahí.

No voy a decir el título.
Voy a escribir en la primera hoja, que me gustaría ser informado de por dónde anda el viajero...

No quiero imponer condiciones, aunque si me gustaría que siguiese viajando, y que no se estancase en un propietario.

En cualquier momento, dejaré un comentario de en qué lugar voy a dejar el primero, porque tengo dos títulos repetidos (y no me había dado cuenta) puede que alguno más.

Así que, si quieres una pista del lugar, habrá que estar atento a los comentarios. Y puede que, en caso de llegar tarde, sepas si alguien ha dejado algún mensaje.

*Tengo que añadir una cosa. Para el caso de que se intente dejar un mensaje, cuando dice "comentar como", se puede utilizar anónimo, y luego ya, en el comentario decir lo que se quiera. Añado esto, porque me ha dicho alguna persona, que intenta comentar y no puede.

lunes, 13 de mayo de 2013

MI ABUELA SE HA MUERTO UN POCO.

Mi abuela se ha muerto un poco.

Porque cuando se vive hasta los 91, ya no te puedes morir del todo. Del todo se muere uno cuando falta mucho por vivir. Pero Rosario, ya nos dejó todo lo que nos podía dejar, con esa edad, ya nos ha dado todos los recuerdos, todos los momentos, y todas las cosas que una niña, una hermana, una esposa, una madre, y... una abuela puede dar. No quedó nada en el tintero, ha sido una vida plena, tan solo ha estado viuda en los últimos años, en los que ha llevado una vida más sedentaria, en parte por la viudedad, y en parte, porque    han ido desapareciendo casi todas las compañeras de la brisca que jugaban en casa de Joaquina o en casa de Donina.

No se podía morir del todo, porque nos dejó todo lo que se puede dejar.

A veces es difícil seleccionar en la mente los mejores recuerdos, por eso, hay que recurrir al subconsciente. Y mi subconsciente, se ha remontado muy atrás en el tiempo. A los veranos en los que llenaba el pilón por la mañana para que el agua estuviese tibia por la tarde y bañarnos en el todos los nietos. A los cerezales que había a su ventana, donde pasábamos las horas y al huerto por el que corríamos.

Pero yo, lo que más rememoro, son aquellos días en los que hacía roscas y magdalenas, porque mi abuela cocinaba bien, pero esas cosas las hacía irrepetibles. No paro de recordar estos días, cuando yo era un renacuajo, y mi abuela hacía pastas y roscas en el horno de adobe que había en casa de Rolindes y Regino, ese olor que despedían las pastas recién hechas, es el mejor perfume que he olido en mi vida. Mientras ellas horneaban, yo no me separaba de allí. 

Bromeando, yo siempre he pensado en ellos como las cuatro erres. Mis abuelos, Ricardo y Rosario, y sus amigos, Regino y Rolindes... y ahora, después de muchos años se han reunido los cuatro. No se si lo de las erres es casualidad, pero cuatro de los ocho nietos compartimos dicha inicial. 

Cuando estaba en la mili, nada más entrar en la batería, ya me estaban todos los compañeros preguntando ¿traes magdalenas de las de tu abuela?. Poco se podía imaginar mi abuela el éxito de sus magdalenas, antes de amanecer el lunes, abría la bolsa que me había preparado para toda la semana, los asturianos que me acompañaban sacaban el pan, el chorizo y la sidra, y para Diana, ya no había nada.

Grabado se me queda, porque desconocía el detalle, que mi abuela cantaba. Un día trabajando en su pueblo, su hermana me dijo "¡cómo eché yo de menos a Sari cuando se casó! ¡ella, que siempre estaba cantando, en casa y en el lavadero!

Son recuerdos sueltos, no se porque esos y no otros.
De nuevo, me quedan rincones vacíos, ahora además, se añaden miradas perdidas, y ya ni te cuento adjetivos, porque no siendo ella... ¿quién me va a decir a mi que estoy guapo?, que es lo último que la entendí con claridad.

En fin, lo último que me dijo fue un "bueno" que casi no se oía, y lo último que hice la última vez fue besarla, y eso, viniendo de mí que no beso ni a tiros, yo creo que la gustó... a pesar de que supo que era una despedida.

Aquí queda un patrimonio desperdigado de nietos y biznietos.

Yo probé sus torrijas, sus roscas, sus pastas y sus magdalenas. Ahora ya sabéis por qué soy tan goloso. Porque las hacía muy bien.

Ya solo me queda borrar la imagen de su aspecto final, porque los últimos días la dejaron irreconocible, y guardar para siempre los momentos donde su cara se mostró orgullosa de nosotros.

Mi abuela Rosario, Sari para los de Villaverde.

viernes, 3 de mayo de 2013

KANELITA Y EL SAPO.


*En su día dediqué esta entrada a Cesia (Kanelita), me ha emocionado saber que fue premonitoria, y que ha encontrado pareja. Aunque nunca he estado en Venezuela, intenté situar el relato allí.

En el muelle de San blas… Maná… sola se quedó, esperando.

A él también le encanta esa canción, pero sus senderos transitan por la otra parte de la ciudad.

Ella anhela encontrar ese príncipe, da igual si no es perfecto… da igual… con solo que me quiera, piensa, da igual… pero… ¡qué aparezca pronto!
El que espera… desespera.

Tan solo está, que sus ideas son sus únicas compañeras, que su soledad le oprime el pecho, que sus decepciones le atormentan, que sus errores le aplastan. ¡Qué triste estás, Mario! se dice a sí mismo.

Tan sola está, que entre la multitud, camina sin ver a nadie, que sus hijos le reclaman atención, y su mente viaja a un mundo fantástico donde comparte su maternidad y su amor con un hombre compatible con la gradeza de su amor… Se desborda ese amor, se sale de su cauce… Kanelita, no lo des más vueltas, se dice a si misma.

Mario, camina por la playa cada amanecer, ensimismado en el sol naciente, en la brisa embriagadora y perfumada del nuevo día. ¿Qué me deparará este día? piensa. Ya no me espero nada, ya he agotado todas mis oportunidades de amar, cada vez se me hace más difícil comenzar de nuevo.
Y Mario no sabe por qué, pero no se ve capaz de comenzar de nuevo, no insiste, no busca contacto con ninguna mujer. A pesar de su vida vacía, no se ve con ánimo de buscar compañía femenina, rehuye los bailes, se esconde de la vida, abrumado por los continuos fracasos amorosos.

Kanelita, no descansa, sus hijos, todavía son pequeños, requieren dedicación, tiempo, cariño, atención… pero en sus días sin descanso donde las horas no son suficientes… Ella posee un tremendo vacío. No ocupa espacio en su casa, no quita tiempo a sus quehaceres… pero… ¡es tan grande!
Y la noche… la noche… es eterna. Falta algo, pero lo que se encuentra en su vida cotidiana, no es lo que busca. Haciendo un esfuerzo, intenta algo con ese chico guapo, o con ese hombre tan afable, pero no es lo mismo, no hay flechazo, ¡pasión! ¡amor desenfrenado! eso es lo que busca, ese hombre que solo con ver su rostro, y oir su risa, haga que el corazón de Kanelita salte como un sapo…

Un sapo… así se siente Mario, torpes saltos, amores fallidos, tristeza constante, ánimo destruido indefinidamente.

Kanelita, pasea por la playa al atardecer, a veces con sus hijos, a veces sola, a veces con un posible amor… pero hasta ahora, siempre se siente sola, esté quien esté a su lado… su corazón no salta.

Mario trabaja maquinalmente, y luego vuelve a su casa, lee sin entender lo que lee, porque su mente está eternamente enfrascada en por qués que no tienen respuesta.
¿Por qué no me quieren?
¿Por qué me equivoco con cada mujer?
¿Por qué la última me puso los cuernos?
¿Por qué siempre fracaso?
Pero si no soy tan feo.

Kanelita, trabaja fuera, luego en casa, luego no duerme. Porque la soledad no viene sola, viene con angustia, con insomnio, con tristeza, con amargura.
Sueña con su príncipe azul, o verde, ahora ya no importa el color, ¡qué más dá! solo quiere querer.
Piensa:
El padre de mis hijos… nada, el corazón no salta… ese tren ya pasó.
El último amor… me engañó, sigue con ella… el corazón no salta.
Ese chico estupendo que me han presentado, podría… se lleva la mano al pecho… el corazón, sigue a su ritmo. No salta.
El hombre misterioso que me saca siempre a bailar, me rio mucho, me lo paso bien, pero… en cuanto se detiene la música, el corazón… vuelve a su letargo.

Hoy es sábado, Mario ha salido a pasear como siempre al amanecer por la playa.

Hoy es sábado, los niños duermen, Kanelita no puede, les deja al cuidado de alguien y se va a espantar su insomnio y su anhelo por las calles de la ciudad.
Kanelita va sin rumbo, sin darse cuenta, llega a la playa. No se ve nada más que una persona a lo lejos… se aleja…
Se descalza y va caminando por la arena húmeda, siente una paz inmensa, pero la belleza del sol sobre las olas en esa hora temprana, hace aflorar las lágrimas a sus ojos, y se enfada consigo misma. Es fuerte, aparta de su mente ese momento de debilidad. Para olvidarlo, saca el libro de bolsillo que siempre lleva a mano, y sigue paseando enfrascada en la lectura.

Mario, ha llegado al final de la playa, da la vuelta en un acto reflejo sin apartar la mirada de las lineas del libro que va leyendo. Le encanta ese libro, esos poemas de amor, siente nostalgia de los tiempos en que amó, pero ya nada le conmueve, cuando ve una mujer solo ve una máquina de hacerle sufrir, y su cuerpo reacciona evitando el contacto, como los perros de Pavlov, su inconsciente toma el mando.

¡Qué bien escribe este autor! Kanelita tiene los sentimientos a flor de piel, está emocionada por los versos plasmados en el papel. ¡Mil veces ha leido cada verso! y aun así, no puede dejar de conmoverse.

Los dos van enfrascados en su lectura. ¡Tan ensimismados! que el choque es inevitable, los libros caen a la arena, los marcapáginas, quedan a su lado.
Las disculpas de ambos se atropellan, parecen dos tartamudos intentando recitar.
Lo siento…lo siento… lo siento… losientolosientolosiento…
Cuando van a recoger sus libros, no saben cual coger, son el mismo libro, la misma edición de bolsillo, las mismas páginas marcadas, los marcapáginas, se quedan olvidados en la arena, testigos de un accidente.

Mario se siente más sapo que nunca, no reacciona a tiempo de escapar de la mirada de Kanelita… Una vez los ojos de uno contactan con los ojos del otro, no pueden apartar la mirada.

En las púpilas del otro, cada uno, no solo ve su propio reflejo, sino el estado de ánimo del que está enfrente.
Ven el uno en el otro la soledad y la tristeza.
La situación hubiese sido cómica, pero la lectura que les condenó al choque, mantiene los sentimientos durante unos segundos mágicos.
Los dos siguen su camino alejándose uno del otro… a los dos pasos… los dos vuelven la mirada.
Kanelita da la vuelta “se valiente” “se valiente” , se dice.
Y acompaña a Mario comentando su lectura y la casualidad que ha sido que entre millones de libros, estuvieran leyendo el mismo, y que entre millares de habitantes, fueran ellos los que estaban en esa playa, y que entre centenares de metros, siguiesen el mismo camino…
El mismo camino…
Se despidieron sin decirse su nombre. Cada uno por su lado.
Cada uno pensando en el otro.

Mario entró en casa. Al pasar por delante del espejo del recibidor, al verse, se llevó una grata sorpresa, ¡sonreía!
Luego, al darse cuenta de su torpeza, sintió como se hundía su alegría en el pozo de la angustia. Se había olvidado de preguntar el nombre de la mujer, no sabía nada de ella, ¿cómo la encontraría?

Kanelita llegó a casa, sus hijos estaban despertando, se puso a preparar el desayuno, pero… ¡cómo me tiemblan las manos! ¡no puedo pararlas! La taza cayó al suelo, su hijo mayor, viendo a su madre afligida, tendió sus brazos y se abrazó a ella.
-¡Mamá! ¡cómo te late el corazón! parece que se te va a salir… ¡Mira!. Hermanito, el corazón de mamá está saltando…

Otra vez sábado, la semana se ha hecho eterna, para Mario… y para Kanelita.
Ninguno ha dormido, vueltas y vueltas, nervios y más nervios. No corren las horas.
Impacientes, se levantan antes de tiempo. Caminan hacia la playa en medio de la oscuridad, no hay tiempo de esperar por el sol.
Antes de llegar a la playa, ya se ven por el paseo a la luz de las farolas. Se reconocen a lo lejos. Corren uno hacia otro. Cuando se encuentran, casi chocan de nuevo. Esta vez, si se rien, se rien sin parar, vienen sofocados por la carrera, casi no pueden hablar. Se cogen de las manos y se miran.
-Mario, me llamo Mario.
-Kanelita.
Solo se soltaron una mano, siguieron caminando hacia la playa cogidos de la otra.
Todavía sangraba el flechazo de Cúpido del sábado anterior…
POM POM POM POM POM POM.
Dos corazones desbocados, hacía ya un buen rato de la carrera y seguían agitados.
No hizo falta mucho para besarse, para conocerse, para la ternura, para la compasión del uno por el otro, de ponerse al día, de decirse todo…
El primer beso, coincidió con el primer rayo de sol, que al aparecer iluminó la cara de Mario… ¿Qué ven mis ojos? he encontrado un príncipe.
Mario veía a Kanelita con nuevos ojos, con una sensación inédita de cariño. AMOR…
…AMOR y AMOR.
Mario miró hacia la playa al irse. Allí, donde se habían besado… allí estaba, se veía todavía un poco, ya las olas se llevaban… lo que quedaba de su piel de sapo…

AQUÍ LO TIENES.