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sábado, 14 de junio de 2014

¿Dónde está aquel pueblo?

Desde que mi pueblo ya no es mi pueblo.

Hace tiempo que este no es mi pueblo, el pueblo donde crecí.

El pueblo donde crecí era muy diferente.

Para llegar a mi pueblo, la carretera serpenteaba entre los prados, cuyas sebes hacían de cuneta, y repletas de espinos, paleras, chopos y negrillos... sus copas se encontraban en lo alto, completando un tunel verde, que daba sombra a toda la carretera.

Se llegaba después de 11 Km. desde la nacional 601, 11 Km. tortuosos que hacían que llegar fuese como un premio.

Pero mi pueblo ya no es mi pueblo, porque ya no encuentro los rincones donde, se supone, quedaron los recuerdos de mi infancia.

No encuentro la Presa Grande a su paso por Cañones y Sillanueva, repleta de avellanos y nidos de "pega" y "torcaz"-

No encuentro los Picales donde buscábamos nidos de "grajo", ni encuentro el nido de halcotán que había en la curva de la Serna.

Teníamos casetas en cada rincón, una en  cada calleja.

Se esfumaron los rincones, ya ves, el efecto 2000, en vez de estropear los ordenadores que no había, se llevó por delante aquellos prados...

Nos metíamos en todos lados:
- En el hueco debajo del tejado de la iglesia. Entrábamos por debajo del campanario. (ya no hay hueco)
- En el pajar (Bueno, en todos los pajares a decir verdad).
- En el interior de un nogal hueco caído en la calle los prados, aquel  en el que Narciso nos hizo un pequeño paso a su lado con el hocejo.
- Debajo de un carro de vacas que había al lado del caño, en un huerto desatendido entonces (hoy es un jardín cuidado, y ya no hay carro, ni el nogal que utilizábamos para colarnos allí)
- Y en el entrerríos, conocíamos cada rincón de la ribera.
- En casas viejas...
- En las escuelas...
- En la "cueva de los moros"...
- En la Sierra...
- En la báscula de Valle...
- En el molino...
- En el colmenar...
- Al lado del pino... (que si mi pueblo tuviera bandera algún día, que sea la foto de ese pino... ese "Pino"...)

Era nuestro reino, y nos parecía enorme, hoy es un desierto por muy verde que esté todo. No puedo encontrar en los caminos de concentración y en las hileras de chopos el encanto de las huertas y de las callejas estrechas, ni puedo pescar cangrejos y ranas en las acequias de cemento que sustituyen a los regueros de tierra.

Los cerezales a los que trepábamos, los balonazos que manchaban de barro (y lo que no era barro) las paredes de la plaza... , las porterías que hicimos en casa de David con cuerdas y cañas de bambú, la caseta del campo de fútbol...

Debajo de aquel carro del caño, nos escondíamos para hablar.
Ya no hay "güevadas" en la caseta del campo de fútbol... ni campo de fútbol.
Jugábamos en la "Capilla" al fútbol durante horas y si se nos hacía de noche, nos trasladábamos a la plaza y poníamos la portería debajo de la farola... y Doro jugaba un rato con nosotros cuatro (Pedro, David, Roberto y yo, porque no había más) cuando volvía de la cuadra.

Y por el verano que éramos más, jugábamos a "Tres navíos en el mar" y era imposible encontrarse entre todas aquellas callejuelas.

Íbamos a Valle en la bici o cruzábamos el río hasta Villalquite por la noche.

De las cosas que más han cambiado es el olor. Son olores irrecuperables, y ya casi olvidados, imposibles de definir: La hierba recién segada, los prados donde habían pastado las vacas olían diferente, el olor del ganado en aquellas cuadras diminutas, el frescor de la noche.

Ahora el pueblo está muy limpio, todo es más artificial, y el campo de fútbol en forma de trapecio en vez de rectángulo en el que fuera de banda era cuando el balón caia en el agua del reguero, dejó paso a un polideportivo de cemento con una valla alrededor.

A veces encuentro algún rincón intacto, cada vez con menos frecuencia, y finalmente lo encontraré tan solo en viejas fotografías. Y recuerdo con nostalgia mi pueblo, aquel pueblo, que ya no existe.

Devorado por la nostalgia, trato de reconocer mi propio pueblo.

Y lo peor es que si no fuese porque alguien nos ha pedido que recordemos aquellos años, ni siquiera hubiera reparado en lo cambiado que está todo.

Y aunque parezca lo contrario, todavía tengo mi amor intacto por mi pueblo y sus vecinos, y brindo desde aquí por los rincones que todavía quedan.