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lunes, 17 de agosto de 2015

SAN ROQUE EN EL TIEMPO.

Aquí tenemos las fiestas, un año más.
Acudimos desde donde sea, representan el reencuentro, la nostalgia, el amor por nuestras raíces.
Cada año venimos y nos encontramos la fiesta preparada, con su bar, con sus juegos, con la iglesia arreglada, con la música... Pero detrás de todo esto, está el enorme esfuerzo de la gente que lo organiza, gente que sacrifica su propia diversión para que los demás tengamos fiesta, un trabajo ingrato que no se valora, que nadie ve. Expuesto a la crítica y a que algunas cosas no salgan del todo bien.
Estos últimos años Maria, Tanía y Alba, otros hacia atrás fueron otras, Mirtha, Iría, Emma,etc. Se quedan literalmente sin fiesta.
Durante los 8 años que el pueblo no tenía bar, Roberto y yo, durante tres años pusimos barra en la era, para que hubiese fiesta, que no había "botellón", labor que compartimos con casi todo el grupo de entonces, yo segaba la era y el campo fútbol, sucediendo una labor que hizo Sidoro.
La barra se ponía en la era a base de estacas y laterales del remolque una obra de ingeniería, que terminaba en una pura chapuza. Por cámaras frigoríficas teníamos bidones de la leche llenos de agua y el reguero de la era.
Creo que la gente que se esfuerza por que haya fiesta, se merece un reconocimiento.
Desde el que hacía el chocolate, hasta la frejolada de Tere.
El que pone banderines.
... Vende papeletas.
... Hace y pega carteles.
... Programa los horarios.
... Organiza como puede.
Porque no olvidemos que prácticamente se parte de presupuesto cero y que solo el amor por este pueblo hace posible que haya fiesta.
Un saludo y mis disculpas para toda aquella gente que no menciono, no por olvido, sino porque son muchos...

UNA PALABRA, O DOS

Hago el esfuerzo, y no hablo con nadie, con miedo de causar malentendidos.
Busco algo razonable que explique esta situación incómoda.
Una razón por la que se me niegue la palabra, pues no recuerdo haber hecho nada que lo merezca.
Que por la boca muere el pez, pero que hablando se entiende la gente, y las buenas palabras alivian el ánimo.
Y que el precio no deja de subir mientras se mantiene la tensión del silencio.
Que ya pago lo que rompo, no es necesario que pague lo de otros.
Que se puede vivir así, pero es absurdo.
Y el silencio agranda la distancia, que rozamos nuestros brazos y las miradas resbalan unas sobre otras, y en ese instante parece que pasemos a miles de kilómetros.
Me gusta gustar, y por eso, odio que me odien.