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domingo, 24 de septiembre de 2017

HAZ BIEN SIN MIRAR A QUIEN

No todo son conflictos políticos, a veces, uno comete actos, que condicionan el resto de su vida, unas veces por razones sentimentales, amor, odio, ira... y a veces, por impulsos. 
Y en mi caso, lo que pasó, es que a pesar de ser una persona muy tranquila y pacífica, no soy de las personas que se quedan de brazos cruzados, y que reaccionan de forma desmedida y exagerada ante lo que me parece injusto, y por eso, cuando hace tres años y medio, salía de mi piso, y en el rellano, me encontré a mi vecino, dando puñetazos impunemente y sin oposición a su mujer, no pude evitar meterme por medio y liarme a mamporros. Fue un acto impulsivo e irreflexivo, porque luego, resultó, que era alguien muy importante, y que perdió la visión de un ojo, y eso que no me pareció haber golpeado muy fuerte, y resultó también, que la mujer agredida, como muestra de agradecimiento por mi intervención, quiso ponerse en mi contra y testificar lo que le vino en gana. Al final, antes de que vinieran a detenerme, me enteré de que el personaje estaba muy bien situado políticamente, y que además su hermano, era guardia civil en mi misma localidad.
Con lo cual, me eché al monte como antiguamente los maquis. Fue otro acto irreflexivo, pero no podría soportar ni un solo día encerrado, no creo que lo soportase. Y allí estaba, en el monte, que conocía como la palma de mi mano, desde niño, y allí estaba el hermano del agredido, buscándome con ahínco noche y día, sin descanso. Y si bien me divertía burlarle con falsas huellas, encaramándome en los riscos, mostrándome con burla donde sabía que el no sabía subir. También a veces tuve miedo, porque una vez me disparó, y otra vez estuvo a punto de caer por un barranco, y si se hubiese matado, sería una muerte sobre mi conciencia.
Durante tres años y medio, me las arreglé en el monte. Esos tres inviernos, no me perseguía nadie, pero el frío de la montaña y la poca comida, estuvieron a punto de matarme. Tanto sufrimiento, me llevaba a replantearme la situación y a pensar en una celda caliente y con comida.
Y el perseguidor, que me buscaba una y otra vez...
Sobreviví gracias a los pastores, que sabían toda la historia y me prestaban comida, refugio en los apriscos de verano y hasta me dejaban leña y algún queso, que yo pagaba ayudando cuando podía.
Fue a finales de otoño, era un atardecer frío que auspiciaba tormenta de nieve, me confié pensando que mi perseguidor no se arriesgaría en un día así, pero me vio con sus prismáticos, me convertí en un punto muy visible en la nieve. Y no pudo resistirse y salió en mi captura.
Afortunadamente, me di cuenta, y huí, pero persistió en la persecución, pasé de largo los refugios habituales, nos sorprendió la noche y la tormenta, y a la mañana siguiente, continuamos igual adentrándonos en una montaña cada vez más recóndita. La nieve, llegaba ya por la rodilla, y el rastro era tan claro, que el hombre iba como un caballo persiguiendo una zanahoria atada a un palo. 
La verdad es que llegó un momento en que me pareció que estábamos metiéndonos en un lío, porque podíamos morir allí, así que cuando llegué a un refugio medio abandonado al que le faltaba un trozo del techo, esperé y me rendí.
No había leña, así que tuvimos que hacer un fuego con parte del techo derruido, y sin comida, derretir un poco de nieve y hacer una infusión con algo de té silvestre que yo llevaba encima. No me maltrató ni pegó, porque no tenía fuerza, yo mismo me puse las esposas, porque el hombre tenía los dedos entumecidos.
Mi periplo por la montaña, terminaba ahí, yo me había debilitado mucho en esos tres años y medio, y estaba más bien débil, así que en el regreso que tuvimos que afrontar, para no morir allí de hambre, me rezagaba constantemente, era un lastre, y tampoco me molestaba en rectificar cuando se perdía, tenía hambre pero pocas ganas de llegar a la civilización. Al segundo día sin comer, se volvieron las tornas, y era el quien se rezagaba, mi cuerpo, más acostumbrado al hambre y al frío, empezó a imponerse al suyo.
Al cabo de unos días, no se tenía en pie. Le acerqué a una cueva, encendí fuego, le quité la llave de las esposas y las tiré bien lejos. Con lo poco de té que me quedaba, apenas podía reponer sus fuerzas. 
Pensé en dejarle allí, pero no pude, me atacaba desde dentro una conciencia que me sobraba en ese momento. 
Por un momento pensé que había muerto, y le acerqué un pequeño espejo a la boca para ver si respiraba, le tenía cogido entre mis brazos por la espalda, y al comprobar su aliento, nos vi reflejados en el espejo, no había diferencia, dos hombres de edad similar, cara afilada, barba de muchos días, pelo moreno... la montaña nos había igualado.
Temiendo por su vida, decidí bajar al pueblo, construí una precaria parihuela, y me dirigí al pueblo más cercano.
Llegué a la entrada de la población poco antes del amanecer, apenas si había movimiento, quizás algo en el apeadero del tren.
Me detuve para saborear mis últimas horas de libertad. Estaba el pobre hombre inconsciente, y no podía demorarme mucho. De pronto, tuve una idea, fue como un chispazo. Registré sus cosas, tenía su documentación, algo de dinero, su identificación... Me acerqué al lavadero que había en la entrada del pueblo, y entre las sombras del amanecer, me cambié de ropa con él, dispuesto a suplantar su identidad. Puse mi documentación en mi ropa y con ésta le vestí. Y así me presenté en el cuartel. Era imposible diferenciar uno de otro, casi falla el plan por culpa de las esposas que había tirado, pero al final les convencí, no duraría mucho el engaño, así que con la escusa de darme un baño, huí por un ventanuco, me dirigí al apeadero y cogí el tren, pagué con su dinero, el uniforme de guardia civil, me ayudó a escapar lejos de allí, y a no mirar hacia atrás. 
A buen seguro, que me perseguirían, pero eso nunca lo supe. Huí, me alejé de forma exagerada, salí hasta del país, reconstruí mi vida poco a poco, y con la esperanza de que aquel hombre obsesionado con mi captura no muriese en aquel trance...