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miércoles, 26 de octubre de 2011

ARRIBA EN EL MONTE 6 Y ÚLTIMO

Se fundieron en un abrazo y enseguida se armó un alboroto que llegó a su apogeo con el reencuentro de Carlos Javier y María que lloraban a la par, emocionándose como si el simple hecho de volver a verse fuese un milagro.

Más tarde, después de toda una mañana de contar cosas, de dejar solos a los tortolitos durante horas, se juntaron a la hora de comer, y ya en la sobremesa, Manolo preguntó:

-Oye María, y si no es mala pregunta, ¿cómo hiciste para escapar de un convento?

-Es una larga historia, y no quiero aburriros.

-Venga por favor, María, yo no me aguanto, ahora que ha salido el tema no me puedo concentrar en nada hasta que nos lo cuentres -dijo Miguelín alborotado-.

-Vaaale. Cuando me llevaron al convento me pasé días enteros llorando, luego, solo las noches, y al final después de varios meses, simplemente me invadió una tristeza que no me dejaba ni llorar, poco a poco me fui haciendo a la idea de que no volvería a salir de allí, así que decidí amoldarme a esa vida.

-¿Qué es amoldarse? -preguntó Miguelín-.

-Me acostumbré a todas esas cosas, a esa vida, pero era muy aburrida. Una mañana, después de un año, se armó un alboroto de la hos… de la leche. Perdón.

-¡Joder! y tu estabas para monja, mucha vocación no tienes.

-A veces se me escapan palabrotas porque me crié entre hermanos muy brutos. El caso es que el alboroto era porque se había escapado una novicia que estaba allí forzada, igual que yo. No hubo manera de saber por dónde, ni cómo se escapó, pero se escapó. Desde ese día, yo no podía pensar en otra cosa, sin decir nada a nadie, estudié el convento por todas partes, pero era igual que estar en una cárcel, no había un puto sitio por el que salir, incluso intuí que la otra se había escapado oculta en la basura, pero después de su fuga, de allí no salía nada sin revisarlo cien veces. estuve así hasta hace un mes, sin encontrar la manera de salir, incluso le dije al cura que estaba enferma, que si me podía traer a alguien de mi familia, pero era una mala pécora ese cura, así que, ya no podía contar con la ayuda de nadie de fuera tampoco. Estaba tan obsesionada que no me había dado cuenta de que las monjas se habían percatado de que algo estaba preparando, así que como estaba todo el día vigilada, decidí salir por la noche. Si me pillaban me podía olvidar de todo, así que tenía que hacer algo rápido, antes de que se enteraran.


Todas las noches que salí, vino el cabrón del cura, todas las noches iba ladinamente a la cocina, y entraba por la puerta como Pedro por su casa, así que pensé que lo mismo le dejaban la puerta abierta, pero no, el muy hijoputa entraba por la puerta de servicio con su propia llave.

Si será el tío, que se metía en la cocina, y una vez allí, colgaba la sotana y la cocinera le bañaba en un balde grande, y luego le secaba toda amorosa, y luego… ya sabéis…

-¡La cucaba! -gritó Miguelín-.

-¡Miguelín! -reprochó Lucía-.

-Tiene razón -continuó María-, se la zumbaba un día sí y otro también, y se iba tan tranquilo dos o tres horas después, y eso si no se dormía, y le tenía que despertar la furcia de la cocinera poco antes de que se despertaran las monjas. Así que me armé de valor, y en cuanto se quitó la sotana y la ropa, le cogí la llave y la sotana, y me fui por la puerta que el mismo había usado, con la sotana puesta, me alejé de allí, y después todo fue correr y correr, hasta la casa del hermano de Carlos. Por lo visto, el cura esa noche se lo tomó con calma, porque nadie dio la voz de alarma, y no empezaron a buscarme hasta el amanecer, aunque, lo mismo el cura también tuvo que salir a hurtadillas, para que no le pillasen a él, y por eso a lo mejor tampoco esta vez saben por dónde se escapó esta menda.

-¡Vaya historia!, Carlos y tu sois un caso, cualquiera os pregunta nada más -dijo Manolo-, lo mismo que una novela es lo vuestro.

-Y eso es todo -terminó María-.

-¿Qué es una fur…

-¡Miguelín! ¡Mierda! que todo lo quieres saber -dijo Lucía-.

-Ya le hemos hablado de ellas, no te alarmes -dijo Luisón-, solo que nosotros le dijimos que se llaman putas y no furcias.

-Ya, claro, y seguro que se lo contaste tu, y como eres tan delicado… -dijo Lucía-.

-No, me lo contó Doro, y me dijo que ¡ojito! con volver a preguntarle por ese tema.

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Florencio y Carmen estaban encantados con la idea de que Javier y María trabajasen con ellos en el molino, el trabajo se amontonaba, y y después del episodio de los lobos, los dos le habían cogido mucho cariño a Javier. Era muy arriesgado estar viviendo en el pueblo, pero no tenían más remedio.

Un día los guardias estuvieron por el pueblo por el asunto de un robo que resultó ser una falsa alarma, pero el susto de Javier y María fue morrocotudo, así que decidieron subir al monte con la idea de irse a algún lugar más seguro, subieron solo para despedirse.

-No puedo permitir que nos abandones, Javier -dijo Doro-, estoy viudo desde hace años, no tengo a nadie… quedaos conmigo como si fueseis mis hijos, en algo podemos emplear el tiempo para poder salir adelante, como sea.

-Mira Javier -dijo Lucía-, mira como llora Miguelín, lleva allí el solo dos horas, porque dice que no quiere veros marchar, eres lo más parecido que ha tenido a un amigo.

-Además -dijo Manolo-, te considera como si el te hubiese encontrado para nosotros, está orgulloso de aquel día en que subió contigo al monte.

-Te admira mucho, y te quiere como solo él sabe querer a la gente. Quiere sin más, sin condiciones, quiere con todo el alma -dijo Lucía-. Además, María, no pensarás dejarme aquí sola en el monte con todos estos, ¿quién me va a ayudar cuando nazca este niño?

-Niña -puntualizó Luisón-.

-Pero… -protestó Javier- no podemos quedarnos, no hay recursos para todos, cada vez somos más aquí arriba, y no tenemos casa en el pueblo, ni siquiera deberíamos bajar nunca más por allí.

-Yo no voy a bajar más inviernos al pueblo, me aburro, y no soporto todas las horas que tengo que estar allí encerrado, me voy a quedar aquí, en la cabaña -dijo Doro-.

-Y ¿qué vas a hacer todo el invierno?

-Voy a ir construyendo una casa poco a poco, necesitamos empezar a pensar en quedarnos aquí todo el año.

-María ¿nos quedamos?

-Sí, vale la pena disfrutar de esta gente, aunque nos pillen dentro de un mes, en ningún sitio estaremos mejor.

-¡Voy a decírselo a Miguelín!….

6 comentarios:

Rafa dijo...

una casa en lo alto del monte, como si vivieras en una braña, :) seria genial, pero yo, sinceramente, un termino medio, me gusta la vida en el pueblo, en medio de las montañas y demas, pero me gusta ver un poco de vida humana, xd.

Pluma Roja dijo...

Llegamos al final. Un buen final.

Paso a desearte un feliz día.

Hasta pronto.

Eduardo Fanegas de la Fuente dijo...

Otro para imprimir y leerme, en cuanto se me pasen los "estreses" te cuento, un abrazo!

Mercedes Vendramini dijo...

Muy bueno Rubén. Una historia transparente! como vos y todas tus palabras.

Felicitacionres y cariños.

Anónimo dijo...

Hola :

Me llamo Roxana Quinteros soy administradora de un sitio web. Tengo que decir que me ha gustado su página y le felicito por hacer un buen trabajo. Por ello me encantaria contar con tu sitio en mi directorio, consiguiendo que mis visitantes entren tambien en su web.

Si estas de acuerdo hazmelo saber enviando un mail a roxana.quinteros@hotmail.com
Roxana Quinteros

Alfredo dijo...

Rubén.
Acabé de leer tu cuento el otro día, pero esta falta de asistencia mía me lleva a cometer errores y olvidos, consecuencia que trajo como resultado que para cada comentario tuviera que introducir la dirección y contraseña en cada uno de ellos. Cabreado lo dejé hasta que mi mujer me puso de nuevo en el camino. Parece mentira que esté tan pez en esto de la informática yo que empecé con un Espectrum.
Tu cuento acaba como debía de finalizar, felices y supongo que comiendo perdices… si es que en esos montes que relatas, se dan. Mi felicitación.
Salu2.