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miércoles, 26 de febrero de 2014

SOLO NO

Cuando llego todo está en penumbras, el está sentado cerca de la estufa, aunque ésta lleva tanto tiempo apagada que está tan fría como una piedra de la calle.

Cuando encuentro el interruptor de la luz, veo que le molesta la claridad, y entrecierra los ojos. Al rato me mira y no dice nada, presiento que ni se ha dado cuenta del frío que ha invadido la sala. 

Vuelve a mirarme. Se de sobra que me reconoce, aunque hace tiempo que simula que ha perdido la memoria para no hablar con nadie. Pero yo se que no es así. A mí tampoco me habla pero colabora con todo lo que le pido: "levante un poco los pies..."; "beba más agua, se va a deshidratar..."; "pruebe el cocido que me lo ha dado Josefina..." y levanta los pies y le pongo las pantuflas, bebe apenas dos gotas de agua, pero bebe, y se come el cocido poco a poco. 

No llora, se resigna a la vejez, le jode la viudedad recién estrenada, y me mira sin saber yo interpretar su mirada.

¿Qué has hecho hoy? -le pregunto- 
Esperar -me contesta.

Se que habla de la muerte, porque está obsesionado con que ya no pinta nada aquí.
Estaría bien que sus hijos viniesen más a menudo, pero no viven cerca, de todas formas, cada viernes vienen conduciendo los 400 kilómetros que les separan de su padre.
Lloran lo que el no llora.
Cada uno de ellos se lo quiere llevar cada domingo. Pero no quiere. Yo no tengo ningún problema en venir cada día. Así que no quieren obligarle.

En el bolsillo de su chaqueta tiene dos fotos, una de su boda y la última de ella. Procuro no olvidarme de  ellas cuando le pongo una chaqueta limpia.

Le llevo a la bañera y el solito se va lavando. Todo lo hace mecánicamente, sin ganas, cansado.

Pero hoy tiene la estufa encendida, hay luz y me mira con los ojos muy brillantes, lleva puestas las gafas... que no se ni cómo las ha encontrado. Me sonrie, y me pide que le lleve al peluquero. 

Como le veo tan animado, voy encantado, por el camino le digo que le veo muy contento, que me alegro mucho.

-Es que estoy contento - me dice- porque hoy voy a ver de nuevo a Rosa. Que ya está bien de estar aquí solo, y que 95 años son más que de sobra, que ya no pinto nada aquí... 

Me río alegremente ante semejante ocurrencia.

Cuando termina el peluquero, y le da la vuelta tiene una mirada risueña de una paz inmensa, su rostro  transmite una paz sobrecogedora... está muerto.