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domingo, 24 de noviembre de 2013

MIGUEL STROGOFF Y NADIA FEDOR

Miguel salió ese día pronto del instituto, porque no había clase a última hora, así que en vez de ir directo a casa, se dirigió a la Biblioteca Pública, allí cogió un libro, "Miguel Strogoff", lo decidió sin saber de qué iba, solo porque el título era su propio nombre.

Como era pronto se sentó en unas escaleras a ojear el libro, su aspecto bonachón, con su incipiente gordura y su cara de pan, llamó la atención de los típicos gamberros, que se pusieron a molestar. Le quitaron el libro de las manos,  y jugaban a a pasárselo unos a otros. Si hubiese sido suyo no le habría importado, pero era de la Biblioteca, y se empezó a desesperar. Sorprendentemente, fue una chica quien acudió en su ayuda, todo fue muy rápido, si una chica muy guapa te llama cobarde, te avergüenzas en el acto.

Ella se interesó por Miguel, se presentó y una vez hecho esto, se dirigió a su portal, que estaba enfrente.

Nadia, se llamaba Nadia. Miguel, que nunca había sido defendido por nadie, la vio como su heroina, se enamoró de ella como solo una adolescente de 13 años se puede enamorar, aun consciente de que por su aspecto, solo podría aspirar a un amor plátonico.

Al día siguiente, al salir de clase, decidió ir al encuentro de Nadia, tenía que darse prisa, pues de lo contrario, llegaría cuando ella ya hubiese entrado en casa. ¡Si tan solo pudiese verla un segundo!

No lo consiguió, llegó demasiado tarde. Su instituto estaba demasiado lejos. Su gordura no ayudaba, y el peso de la mochila tampoco.

El segundo día, dejó la mochila en la caseta del vendedor de la ONCE, que era su vecino. Esta vez tampoco llegó, y para colmo, tuvo que regresar de nuevo hacia su instituto para recuperar su mochila, por lo menos, y ya que era la hora de ir a comer, acompañó a su vecino.

Para olvidar su frustración, se concentraba en la lectura de "Miguel Strogoff". Cuando apareció la figura de Nadia, como acompañante de Strogoff, Miguel se lo tomó como un mensaje del destino. ¡Qué coincidencia!

El cuarto día salió con más decisión, sin mochila, corrió toda la avenida de la estación, cruzó el campo viejo de fútbol, que era un barrizal, por algo le llamaban el "patatal", en vez de seguir por las calles, decidió ser como el correo del zar, saltó el muro del viejo mercado de ganado, que hacía años que se había trasladado a las afueras, corrió como un loco, apenas fue capaz de saltar el muro del otro lado, pues su gordura se manifestaba a cada zancada, ya sin aliento, corrió al lado de las vías del tren, y pasó por un pasadizo inferior. Y ese día, logró llegar a ver como se cerraba el portal de Nadia y vislumbró la silueta de ella tras los cristales...

No cedió, eso es lo que estaba aprendiendo de la historia de Julio Verne. Cada día corría como un loco hasta la calle de Nadia, y luego regresaba feliz de tan solo ese medio segundo que conseguía ver a la muchacha, tenía que darse prisa de nuevo para recuperar la mochila.

Su madre, aprovechando que venía hambriento, y se comía cualquier cosa, empezó a cambiar su dieta caprichosa y poco recomendable. Miguel traía tanta hambre por el ejercicio, que se comía de todo, y traía tanta sed, que se bebía un buen vaso de agua en vez del refresco habitual que apenas si le quitaba la sed.

Con los nuevos hábitos, fue mejorando en su salud, y los resultados fueron llegando, y el primer día que pudo llegar a tiempo para intercambiar un saludo con Nadia, volvió entusiasmado. Y encima Nadia le sonrió. De algo tenía que servir esa cara de bueno.

Sus suficientes raspados en gimnasia, pasaron a notable al siguiente curso. Su ejercicio diario, no pasaba desapercibido para nadie salvo para el propio Miguel, que no se daba cuenta del cambio radical de su aspecto.

Nadia, le sonreía cada día, y el llegaba ya con la suficiente antelación, como para calcular la distancia para ir mirándola el mayor tiempo posible. 

Durante los cursos siguientes, Nadia se acostubró a verle, sin saber lo que Miguel hacía cada día para disfrutar de ese efímero instante.

Últimamente, Miguel, incluso tenía que esperar a que Nadia apareciese por el otro extremo de la calle. Podría incluso llegar con la mochila, pero la costumbre de acompañar a su vecino estaba ya demasiado arraigada. 

Seguía imaginándose que era Miguel Strogoff, a pesar de que había devuelto el libro hacía años, su vecino, sabedor de toda su odisea, se lo había regalado, era su libro de cabecera.

A los 17 años, ya no tenía el mismo aspecto, estaba irreconocible, lejos de olvidarse de Nadia, seguía con su costumbre. 

Su abuela y sus tíos pensaban que había ido al gimnasio, y el no se daba cuenta de su cuerpo atlético, solo se preocupaba de ver a su amor platónico, que nunca se cansaba de verle, hasta se había acostumbrado a cruzarse cada día con el, y siempre buscaba el final de la calle para corroborar que Miguel caminaba hacia ella.

Un día tuvo un impulso, le detuvo y le dijo:
- Miguel, ¿te gustaría asistir a mi cumpleaños? Es el sábado, no todos los días se cumplen 17, si te animas, será a las siete en la bolera de ahí, al final de la calle.
-Me encantará, pero no conoceré a nadie.
-No importa, traéte a un amigo.

El sábado no había dormido. Estaba muy nervioso, pues nunca se había planteado que su relación con Nadia llegase más allá.

Le acompañó su vecina, una chica guapísima, que salía con su hermano mayor, y como éste estaba de exámenes, decidió echar una mano a su cuñadín, que siempre era tan encantador, y además, ella sabía lo de Miguel y Nadia, y opinaba que era una acción de lo más romántica, no quería perderse esa fiesta.

Se sintió fuera de lugar en la fiesta, a pesar de que con la compañía de la novia de su hermano, era el centro de atención. En un momento ya no pudo aguantar los nervios, y decidió salir un momento a respirar un poco...

Su cuñada se vio abordada por Nadia.

-¡Hola! Soy Nadia, la del cumple. ¿Eres la novia de Miguel?
-No, soy la novia de su hermano. ¿Por...? ¿Te gusta?
-Bueeeno, es muy guapo, y me cae bien. Siempre he tenido debilidad por el, desde aquel día hace ya casi cuatro años que le conocí...

-Pues te voy a contar una historia...
____________

Miguel estaba fuera, solo, despejando un poco, cuando una persona se le acercó y le cogió por la cintura...

-No me puedo creer, donde vives, y lo que has tenido que correr durante cuatro años, solo para verme... Así que si te vas de aquí hoy sin pedirme salir, me sentiré muy culpable.
-Eeeeh... yooo... -Balbuceó Miguel-.
-Si, acepto. Mañana te espero a la hora de siempre.

Y al día siguiente, Miguel, voló... llegó cinco minutos antes que Nadia, que venía sola, y se saludaron con un beso, un beso inexperto que sabía mejor que todos los que se diera cualquiera ese día, y continuaron disfrutando juntos de su compañía.

Porque Miguel seguiría corriendo cada día para ver a Nadia, y eso que todavía no sabía que vivirían juntos toda una vida... y aun si lo hubiese sabido, habría corrido igual.