Un mal día, volvía de la ciudad sin comer. Cada día salía desde su destartalada cabaña en el bosque aledaño a la ciudad para buscarse sustento. Unos días tenía más fortuna que otros, pero siempre salvaba el hambre, o bien recibía alguna limosna, o bien le encargaban algún trabajo. Pero ese día no salió nada, el invierno se puso serio y amaneció nevisqueando, y durante toda la mañana, poco a poco se iba acumulando nieve, la gente no salía de casa y tampoco había nadie ofreciendo alguna chapuza, aunque fuese mal pagada.
Se pasó la hora de comer, y rendido emprendió el camino a la cabaña, serpenteando entre los árboles en busca de alguna seta tardía.
Cerca ya de la cabaña, le sobresaltó una gallina que salió corriendo de un arbusto, asustada probablemente por el rugido de sus tripas, que simulaban un león hambriento.
De momento se quedó paralizado, pero enseguida visualizó un guiso y hasta saboreó un caldo.
Salió corriendo en persecución de la gallina que corría como un galgo, esquivaba troncos, saltaba ramas, se agachaba bajo los arbustos y hasta se deslizaba en la fina capa de nieve en los descensos.
Esta gallina no era una gallina cualquiera, seguramente era una superviviente del bosque, tenía que ser muy astuta para librarse de zorros y garduñas, de gato montés y de alguna jineta.
Perdía distancia irremediablemente, hasta que una ladera descendente, provocó que resbalase mucho más deprisa que el ave, ya casi la tenía en sus manos, pero ella hizo un quiebro saltó a una roca, y de ésta al otro lado del arroyo, que el no pudo esquivar, media pierna quedó empapada, y la gallina volvió a coger distancia, si no fuese porque destacaba entre la blanca nieve, habría perdido de vista a ese demonio, que más bien parecía el Correcaminos de los dibujos animados.
Empapado, cabreado y hambriento, se propuso atraparla a toda costa, en su persecución dejó pasar la oportunidad de recoger alguna seta, pero la gallina se había convertido en su obsesión.
Le pareció tenerla acorralada, pues iba derecha al barranco de la Pedrera, y era imposible que pudiera saltar esa distancia, pero nunca se puede subestimar al demonio cuando se mete en el cuerpo de una gallina. Ésta comenzó un ascenso vertiginoso por las rocas, luego hizo un pequeño vuelo hasta las ramas de un roble encorvado sobre el barranco, y desde allí se lanzó en loco vuelo planeando hasta la otra orilla, mucho más abajo que este lado.
Allí perdió la pista de la puta gallina. Negado a rendirse, pensó que era imposible que ese animal pudiese sobrevivir al otro lado en medio del bosque, así que siguió barranco abajo hasta el puente del ahorcado y siguió la búsqueda del esquivo caldo, que estaba resultando muy caro.
Aún se veían las huellas de la gallina, así que las fue siguiendo, perdió la noción del tiempo, hasta que se dió cuenta que apenas veía el rastro, había anochecido y era imposible llegar ya a la cabaña, por suerte se dirigía a un viejo molino, apenas se sostenía en pie, llegó al molino mojado, cansado y hambriento. Se puso a buscar algo de madera seca entre las partes caídas del molino, iba sacando tablas y astillas para hacer un fuego y sobrevivir a la noche.
Se fue durmiendo pensando si cocinar a la gallina o esperar a ver si ponía huevos. De tan agotado durmió toda la noche, y se despertó sobresaltado con el pico de la gallina casi en sus ojos... Otra vez que comenzó el revuelo, la gallina otra vez corriendo, el, intentó ponerse los pantalones ya secos a toda prisa, con lo que se rompieron por detrás, la gallina salió fuera, y el se precipitó por la puerta sin recordar que se había agachado para entrar, se llevó un buen golpe en la cabeza que le dejó medio mareado, se frotó el chichón con la nieve, y miró a la dichosa gallina que le observaba con mofa, como esperándolo.
De nuevo corrió tras ella con las pocas fuerzas que le quedaban después de un ayuno tan largo, de nuevo, la gallina cruzó el barranco por una delgada rama que caía de lado a lado.
Se rindió, se fue barranco abajo en busca del puente, y cuando llegó, no podía creerlo, allí le esperaba ese bicho infernal, intentó correr de nuevo pero el puente estaba congelado y resbaló torciéndose el tobillo, ahora sí, estaba en la piel del coyote y la gallina era el Correcaminos reencarnado. Para colmo, con el pantalón rasgado se le quedó el culo helado.
Llegó a la cabaña como pudo, ni rastro de la gallina, seguramente se había escapado de algún gallinero cercano.
No se sentía con fuerza alguna, entró en su cabaña, se hizo una infusión para engañar a su estómago y puso nieve fría sobre el tobillo, y así se quedó dormido hasta el día siguiente, salió cojeando al cuarto de la leña, y cuando entró se quedó estupefacto, sobre un viejo saco de serrín, había un huevo. Encima esa miserable le tenía lástima, pero bueno, al menos comería algo...
A partir de aquel día siempre había un huevo en la leñera, y desde la tapia del convento subida en lo más alto, la gallina le observaba pasar cada día.
Juraría que las gallinas no sonreían, pero le daba la sensación de que está sonreía y mucho...
No hay duda, yo soy el coyote.