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viernes, 4 de marzo de 2016

EL ABUELO

SANTIAGO
Mi casa está en lo alto del pueblo, es la más alejada, pero desde su posición se ve toda la carretera que da acceso a este único pueblo. También se ve perfectamente la parada del autobús, en el cruce, a un kilómetro y medio. Así que, cuando pasa el autobús, me suele pillar oteando el monte y las montañas con unos prismáticos. Es una costumbre que tengo desde la viudedad que me ha dejado este silencio alrededor, que, en algunos momentos me atiza sin miramientos.
Hoy se ha bajado una joven en la parada, lleva una mochila y una gran maleta de ruedas. Sigo su itinerario intentando descifrar quien es. Es joven, tiene el pelo castaño, recogido en una trenza un poco desastrada, quizá por el viaje... El caso, es que me resulta conocida, seguro que es descendiente de alguien del pueblo, pero no atino a dar con su parentesco.
Por un momento, pierdo de vista mi "presa visual", como suelo llamar a los animales que visualizo con los prismáticos "carísimos" que me he comprado hace un mes... La muchacha se ha adentrado entre las casas y no la veo, los prismáticos ya no sirven e intento localizarla a simple vista. Finalmente, sorprendido, veo que afronta decididamente, la subida hacia mi solitaria casa, la pendiente hace que la maleta se convierta en un ancla de tierra firme, así que, abandono la comodidad de mi otero, y bajo en su ayuda. Cuando llego a su altura, sigo sin reconocer a la chica, pero a esa distancia, ya puedo asegurar que tendrá unos 19  ó 20 años... Al acercarme, me mira sin decir nada, pero yo en sus ojos, y ella en los mios, reconocemos el parentesco.
-¿Abuelo? -pregunta.
- Pues si te llamas Sandra, seguramente sí, no podría asegurarlo, porque hace 15 años que no veo a tus padres.
- Sí. Pues eres mi abuelo Santiago.
A mis sesenta años, mantengo una buena forma física, cultivada en esa montaña que tengo a la puerta de mi jardín, pero la pesada maleta, me pone a prueba.
Ni recordaba a mis nietos ni a mis hijos, hijo e hija, que se fueron a vivir a 800 kilómetros, y que no volvieron ni al entierro de su madre, dolidos porque no quise avalar con mi casa sus locos proyectos de entonces. Por suerte, encontraron trabajo y no han pasado carencias. Se, aunque no me lo han contado ellos, que mi hijo me ha dado tres nietos, a dos de ellos no les he conocido, aunque tienen ahora 13 y 16 años, dos niños, hermanos de la venteañera que tengo delante. Mi hija me ha dado una nieta, que tendrá 14 años.
A Sandrá la ví hace quince años, cuando surgió la citada discusión.
Se lo que hacen mis nietos, porque un día, un chico que vino al pueblo, me registró en el facebook, con el nombre que le dio la gana, y busqué el apellido de mis nietos y de sus padres. Afortunadamente encontré a mis cuatro nietos, y sigo sus vivencias...
Por eso me extraña que la mayor se haya presentado a verme, ni siquiera debía de saber que tenía un abuelo.
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SANDRA:
Mientras me sube la maleta, mi abuelo va muy pensativo, no me hace preguntas, llegamos a la casa, y recoge unos prismáticos de una silla que hay en su puerta, introduce la maleta y prepara la mesa para dos. Me mira con esos ojos tan iguales a los míos, y no soy capaz de recordar una mirada tan llena de júbilo en la mirada de mi padre o de mi tía. Está a punto de llorar, porque en un momento, desaparece por las escaleras arriba y regresa  con la cara lavada.
No me atrevo a decir nada, es muy difícil, no puedo decirle por qué no hemos venido nunca a visitarle.
Huele muy bien, y tengo hambre, me indica el baño, me aseo y me siento a la mesa. Me trae agua y un pan que huele a pan de verdad.
La comida distiende el ambiente, y la conversación retorna.
- Me alegro mucho de verte, Sandra, sea cual sea la catastrofe, que te ha empujado a venir.
Y ahí, ya no puedo más, y le cuento mi vida, no estoy embarazada le contesto a su pregunta, no me he peleado con mi novio, le vuelvo a contestar, no he liado ninguna faena...
- ¿Entonces?
- Abuelo, descubrí en facebbok un "amigo" que no conocía, siempre conectado, "amigos en común": mis hermanos, mi prima y yo, le gustan todas nuestras cosas... tengo un amigo informático, y al final, salió esta ubicación... Intenté hablar con mis padres, pero la cosa terminó en una fuerte discusión...
- Tu padre y tu tía, están dolidos conmigo, porque no quise arriesgar la única cosa propia que tu abuela y yo teníamos, y que era el único legado que podríamos dejarles, ni siquiera vinieron al funeral de tu abuela...
- Lo se. Por mi parte, a mi me pareció injusto, y por otra parte, me pareció entrañable que estuvieras siguiéndonos por internet, sin atreverte a revelar que eras nuestro abuelo. No puedo pedir a mis hermanos y a mi prima que  me acompañasen. Pero yo soy mayor de edad, y desafiando a mis padres, he venido, les he dicho que me pasaba el otoño fuera en un master, hace tiempo que no les pido dinero.
- Se que te va bien, que tienes un estudio de fotografía a medias con una amiga, y que ya no vives con ellos.
- No tengo novio ni nada serio, así que no tengo nada que me impida venir, ya ha pasado la temporada de los reportajes de boda, y aquí estoy.
- ¿Has traído alguna cámara?
- ¿Alguna? - rió-- Unas cuantas.
- Pues ven.
Durante todo el otoño, mi abuelo me guió por el monte, las montañas y me llevó a todos los rincones que se le ocurrían, subíamos laderas, visitábamos cuevas, bosques, desfiladeros... las fotos que atesoré durante el otoño serían extraordinarias, pero los recuerdos vividos con el abuelo Santiago, cambiaron mi perspectiva de la vida para siempre.
Me obligó, literalmente a regresar con las primeras nevadas. Cuando regresé, fui la envidia de mi compañera de negocio por las fotos, y de mis hermanos y prima por todo lo que les desvelé.
Ese día de mi regreso, colgué una foto de mi abuelo y mía en la ruta de los calderones, en el desfiladero.
Mis hermanos se la enseñaron a mi padre, y hubo otra discusión, porque ellos y mi prima, estaban dispuestos a conocer a su abuelo a toda costa.
Puesto que ni mi padre ni mi tía, estaban dispuestos a una reconciliación, esas navidades, en secreto, invité a mi abuelo a mi casa, un pequeño apartamento. Hizo los 800 kilómetros que nos separaban, y allí conoció a sus otros nietos, y nunca vi a un hombre llorar tanto, ni a mis hermanos llorar delante de mí ni cuando eran críos. En cuanto a mi prima, se quedó encandilada con su abuelo...
Refugiados del control parental, visualizaron cada foto que el abuelo traía consigo de la abuela, y les habló de ella. Trabajo me costó que se fueran a sus casas.
Pasé la Navidad con él, mis hermanos y prima se presentaban en mi casa a todas horas. Y cuando llegó la hora de la despedida, los chicos estaban abatidos. Santiago, sin embargo irradiaba felicidad, llevaba el corazón lleno, y mira que le había tenido vacío...
 
 
 


2 comentarios:

El tejón dijo...

Para que luego digan que las redes sociales no son buenas.
Precioso relato,Rubén.

El pormiego dijo...

No tengo nada en común con ese relato, ni nada parecido. Este viejete ha soltado alguna lágrima....