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sábado, 23 de abril de 2011

23 de Abril

María y Elena, estaban apoyadas en la pared del polideportivo pasándose canciones de un móvil a otro. Oscar, Amaya y José Miguel, jugaban a baloncesto a su lado, era una tarde más de abril, el sol calentaba lo justo, y la lluvía caida por la mañana refrescaba lo suficiente, para que la tarde fuese de lo más agradable.
Todas las tardes se reunían allí los cinco. Eran inseparables, sobre todo porque en ese pueblo tan pequeño, no había más chicos de 15 años.
De pronto, el balón, salió disparado, Amaya intentó pasar el balón a Oscar, José Miguel le tocó un poco, y Oscar no le pudo coger, de forma que se coló por encima del muro de la residencia de ancianos.
-¡Hala! se terminó el partido -dijo María- jajaja, a ver qué hacéis ahora.
-Pues entrar a por el -contestó Oscar-.
-Ya voy yo anda ¡cagones, que sois unos cagones! -dijo Elena-, y eso que yo no estaba ni jugando…
Elena, era así, atrevida, lanzada, temeraria. Entró por la puerta de la residencia sin inmutarse, cuando una trabajadora la miró interrogante, y antes de que formulase pregunta alguna, Elena dijo:
- Voy a ver a mi abuela.
Cruzó todo el pasillo de la entrada, y salió al jardín de la residencia. Era la hora de la merienda, y no había gente en el jardín, excepto una anciana dormida en una mecedora. Elena cogió el balón, y se dispuso a irse por donde había venido. Al pasar por delante de la anciana dormida, se fijó en un gordo libro que había sobre la mesa al lado de la anciana.
Alejandro Dumas, se leía en el canto del libro. Enseguida se le vinieron a la cabeza los tres mosqueteros. Muy despacio, cogió el libro, y se fue a la calle. No supo por qué había cogido el libro.
-Pero, Elena, ¿qué traes ahí? -preguntó María-.
-Un libro, ¿no lo ves?
-¡Vaya ladrillo! -dijo Amaya-.
-No me digas que te vas a leer ese “tocho” -intervino Oscar-.
-¡Pues mira, sí, me lo voy a leer! ¡qué pasa!
-Pero ¿qué dices?, si te está costando un montón terminarte el primero de “Las Crónicas de Narnia”.
-Porque ese no me gusta, mañana te lo devuelvo, que es un rollazo.
-Sí, pues ese ya verás, si tendrá mil páginas.
Elena abrió el libro hacia el final, miró la página, 1156, y de letra menuda además. No recordaba que los tres mosqueteros fuese una película tan larga. Pero para cabezona, ella, se iba a leer el libro como fuese.
Ese mismo día, comenzó a leerlo, el libro era “El Conde de Montecristo”, y enseguida, Edmundo Dantés, atrapó a Elena. A pesar del peso del libro, y de los pasajes más pesados y liosos, iba siguiendo la vida del pobre Edmundo con pasión. Sus cuatro amigos, se burlaban de ella. Pero ella, solo hacía que hablarles del libro, y a medida que iba leyendo, solo tenía ganas de seguir… Sus amigos no daban crédito. Elena, que no leía nunca nada. Al menos ellos se habían leido los siete de “Harry Potter”… Menos Amaya, que no leía nada.
Elena aprovechaba cada momento para leer, para adentrarse en la vida de los personajes creados por Alejandro Dumas. Tardó unos meses en terminar el libro, y una vez lo terminó, se lo pasó a María.
María, al principio, no le cogía gusto a esa lectura, pero no iba a ser menos que Elena, eso lo tenía claro.
Ahora era María quién no paraba de leer, se sentaba en la cancha de baloncesto al lado de sus amigos, sin dejar de leer mientras ellos jugaban.
-¡A qué mola! -decía Elena-.
-Pues sí, se va poniendo interesante.
Como Amaya no estaba por la labor, María le pasó el libro a Oscar. Oscar era un lector voraz, se leía todo, pero nunca había tenido un libro tan gordo entre las manos. Comenzó la lectura como un desafío, como un niño con una enorme tarta para el solo. El castillo de If, se convirtió en su obsesión, y se imaginaba a si mismo en esa prisión. Leía absorto la fuga de Edmundo. Mientras, sus amigos, estaban divididos, Elena y Maria, comentaban el libro con él, y Amaya y José Luis, sentían que se estaban perdiendo algo, que estaban fuera de ese club selecto que se había leído el libro.
Oscar terminó pronto, y le llegó el turno a José luis, pero José Luis, en ese momento, estaba metido en la mitad de los exámenes y tuvo que esperar a las vacaciones de Navidad para leerlo. El mal tiempo propició una rápida lectura, y sus amigos, se burlaban de que estuviese leyendo en vez de jugando con la consola.
Solo quedaba Amaya, y ésta, era mucho más reacia a la lectura, lo suyo era el baloncesto, chatear con los amigos, y sudar tinta para aprobar cada trimestre, cosa que conseguía gracias a la influencia de sus otros cuatro amigos, que siempre estudiaban con ella, y ayudaban un montón.
A medida que Amaya avanzaba en la lectura, sus amigos, comentaban con ella cada momento del libro, incluso, a veces, leían en voz alta, y compartían las vivencias del protagonista, repitiendo la lectura para sí mismos, con tal de ayudar a Amaya haciendo más amena la lectura.
Para cuando habían terminado la lectura los cinco, había transcurrido casi un año, y se habían metido en la mitad de abril.
-Y ahora, ¿qué hacemos con el libro?
-¿Lo devolvemos?
-Pero mira cómo lo hemos dejado, como es tan gordo, lo hemos dejado manoseado, sobado, las páginas dobladas, palabras subrayadas…
-Da igual, me remuerde la conciencia -dijo Elena- así que el sábado vuelvo, y se lo devuelvo a su dueña.
El sábado siguiente, los cinco entraron en la residencia. No habían preparado una mentira para explicar su presencia, así que saltaron la verdad tal cual. Una señorita, que se sonrió al escuchar la trastada, les llevó al lado de la anciana.
-¡Celia! escuche, han venido a visitarla unos chicos muy majos, y le traen un regalo.
-¿Unos chicos?
-Sí, aquí les dejo con usted.
Mientras Elena se inventaba una mentira enorme diciendo que era un trabajo del instituto, y que tenían que regalar un libro a alguien, y que la habían elegido a Celia porque la veían desde la cancha. Oscar había cogido una rosa del jardín…
-Pero chicos, si yo estoy casi ciega, y hace mucho que no puedo leer… antes tenía por aquí un libro que me leía mi marido cuando vivía… me gustaba mucho… “El Conde de Montecristo”… ya casi no recuerdo de que iba. De todas formas, ya no tengo a nadie que tenga la paciencia de leerme nada.
-También le hemos traído una rosa -dijo Oscar-.
-Pues qué bien que os hayáis acordado de que hoy es 23 de abril el día de San jorge, el día del libro. Y que en mi tierra es costumbre regalar un libro y una rosa.
Los pobres chicos no sabían nada del día del libro, ni de rosas, solo habia sido una casualidad.
Ya se iban, entonces… Amaya se dió la vuelta, y cogió el libro gastado entre sus manos. Los demás se sentaron alrededor de Celia, y Amaya comenzó la lectura.
“Capítulo primero
Marsella. La llegada
El 24 de febrero de 1815, el vigía de Nuestra Señora de la Guarda dio la señal de que se hallaba a la vista el bergantín El Faraón…”

11 comentarios:

Midala dijo...

precioso y tierno.Los abuelos me producen una ternura especial.No puedo entender como la gente pasa de ellos y los deja solos.No se puede entender que a los mayores les hacemos falta??estamos tan deshumanizados?yo cuido de mis dos padres,y estoy encantada.Cada momento les repito que les quiero mucho,los mimo y los colmo de detalles.¿¿Mis hermanos??amigooooo esa es otra cancion!!!!No tienen corazon.sencillamente.

Me gusta tu lectura totalmente distinta!eres un campeon!!

Ruben dijo...

¡Con que buenos ojos me miras!Midala.
Los abuelos somos nosotros dentro de cierto tiempo. Lo que les demos será lo que recibiremos, será el ejemplo que dejemos a nuestros hijos.
Tengo que decir que estoy duplicando este blog con el de http://rdelavega.soy.es en algunas cosas, pero de momento mantengo los dos.
Esta entrada va tan seguida de la anterior que se pasa por alto la entrada "carpe diem", pero la fecha obligaba en este caso.

Sue dijo...

Leer para crecer.

Feliz dia del libro atrasado (aunque aquí creo que se celebra el 27).

Saludos.

Ruben dijo...

Sí, se celebra el 27 para no coincidir con el domingo de Pascua (por lo visto). Pero ya me pasaré el domingo que viene.

Eduardo Fanegas de la Fuente dijo...

Me ha gustado mucho, sabes hacerte llegar al lector, eso es muy importante :-)

Ruben dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ruben dijo...

Eduardo, viniendo de tí, es todo un elogio. (tu jeróglifico si que está genial, sin palabras, y nunca mejor dicho)

Miguel Ángel de Móstoles dijo...

Rubén,

Querer es poder, y vencer la pereza es descubrir que hay más cosas en el mundo.

¡Me ha gustado mucho tu relato!

Ruben dijo...

Gracias Miguel Angel, a mi si que me ha gustado tu hilarante entrada de hoy.

soledadenelpiano dijo...

Muy bueno Rubén, muy bueno.
Un juego, cinco amigos, (niños)...una residencia, una anciana su lectura...
Quizá esos niños es cuando aprendieran a valorar un libro.
¿su casualidad? el día de San Jorge, una flor y un libro.

Edmundo Dantés!!, has escogido un gran libro.

Tierno y ameno relato, que te deje un pensamiento.

Pablo González dijo...

Sigo leyéndote y disfrutando. Este relato es una pasada. Se siente el amor por los libros y por los mayores, dos valores muy a la baja en nuestra sociedad actual. Y seguiré por otra entrada...