Lo primero que hizo Lidia cuando tuvo móvil a los 13 años, fue llamar a su abuelo Martín.
Martín era el panadero de la zona. En tiempos pasados su familia pasó de molineros a panaderos, desde niño ya le llamaron "Pana".
Desde muy joven, dedicó su tiempo libre a la música, pasión que ya no le abandonó nunca. Repartía su tiempo entre la panadería y la banda de música en la que tocaba desde muy joven, era el batería.
Muchos fines de semana, iba directo de la fiesta de los pueblos donde actuara, al horno. Pero era feliz de la vida que llevaba, amaba su trabajo, y cuando le tocaba repartir pan por la zona, le encantaba la gente, y siempre fue muy querido.
Martín, amaba la música en todas sus vertientes, e incluso, a veces, en la actualidad, a sus 71 años, hasta le gustaba alguna del "mardito riguitón".
A los 23 años, encontró el amor de su vida entre la muchedumbre que frecuentaba las fiestas donde tocaba. Y eso de "elegir en canasta, de la peor casta" no se dio en su caso. Estrella fue siempre una mujer agradable, cariñosa y enamorada. y se adaptó muy bien a vivir en aquella casa al lado de la presa, apartada del pueblo, donde estaba la panadería, antiguo molino.
Tuvieron una hija, a la que Estrella apenas vio crecer, pues por desgracia, murió cuando la niña apenas tenía 8 años. Martín cuidó como pudo de su hija, pero para no caer en el pozo de la tristeza y la depresión, siguió con la banda de música. Muchas veces, se llevaba a su hija a las actuaciones, error que pagó años más tarde.
Cuando su hija decidió ser madre soltera, Martín la apoyó y la acogió en su casa, haciendo de abuelo, padre y la mayoría del tiempo, madre, porque su hija, criada en el ambiente de las fiestas y los bailes, era incapaz de renunciar a nada de eso por tener una hija, adoptando a la vez malos hábitos y malas compañías.
Martín, cansado de esta actitud, le dio un ultimatum, o se centraba en el trabajo en la panadería y en su hija, o se iba de allí. Rebelde sin causa, la discusión subió de tono hasta el punto de que se fue de casa llevándose a su hija de diez años con ella. Apenas tuvo tiempo Martín de deslizar su número de teléfono a su nieta a escondidas.
Por eso, el día que cumplió trece años, cuando consiguió el móvil que llevaba pidiendo desde que se fueron de casa del abuelo, hacía tres años, lo primero que hizo fue llamar a su abuelo, al que quería más que a nadie en este mundo y al que le debía su amor por la música, que era su vida.
Y así, descubrió Martín, como le habían separado de su nieta nada menos que 800 Km. Y así descubrió también, a partir de aquel día, a navegar por las redes sociales y a hacer videollamadas con su nieta a escondidas de su hija.
Cada día conversaban, y cuando Lidia le contó a su abuelo que quería estudiar música y que su madre andaba a las "tres menos sesenta". Martín comenzó a pagar el capricho de su nieta sin que su hija supiese siquiera que estaban en contacto.
Durante años, siguieron en contacto telefónico, sin atreverse nunca a hacer el largo viaje para verse.
Lidia triunfó en la música, y se dio a conocer en el país con sus canciones alegres y movidas. Fue una ascensión meteórica, que Martín seguía por todos los medios a su alcance. Era un orgullo, haber llevado a Lidia a un éxito tan rotundo.
Lidia, tenía la espina clavada de que ahora que tenía dinero para visitar a su abuelo, no tenía un minuto de respiro. Aunque seguía hablando por videollamada todos los días con el.
Estaba muy nerviosa con su último disco, decía que le había salido mejor que nunca. La presentación sería en una sala no muy grande, a la que asistiría gente del mundillo de la música. Ella esperaba el día con muchos nervios, iba a ser televisado y en directo.
Martín no pudo menos, cogió la vieja furgoneta de reparto, y se hizo los 400 km que le separaban de la ciudad en la que estaba Lidia. Eso sí, al llegar tuvo que aparcar y coger un taxi, porque no se defendía por entre el tráfico de esa ciudad tan grande.
Llegó un poco justo para el concierto, sin avisar a Lidia de que iba para no preocuparle en un día tan importante para ella. No le querían dejar entrar, y hasta se extrañaban de que un hombre de 70 años quisiese colarse. El dijo en la entrada que era el abuelo de Lidia. Y al final, salió el novio de su nieta y le reconoció.
- ¡Pues claro que es su abuelo! si nos conectamos cada noche.
Entre la muchedumbre que abarrotaba el local, Martín fue guiado por el novio de Lidia avanzando hacia el escenario.
Apenas llevaba tres canciones, cuando Lidia les vio avanzar, su voz se cortó en seco, se volvió y mandó parar a la banda.
- Este señor mayor que podéis ver aquí, en medio de la sala, es mi abuelo, al que no veía desde hace muchos años, ha recorrido 400 kilómetros para estar hoy aquí, así que me vais a perdonar si este concierto de detiene un momento, para que mi abuelo suba aquí, y pueda abrazarle...
Aquello era un clamor, el abuelo abrumado era incapaz de contener las lágrimas, la gente hacía pasillo para favorecer su llegada y le daba palmadas a su paso, cuando subió al escenario se fundió en un fuerte abrazo con Lidia, emoción que supieron transmitir al público que estaba encantado de vivir esto.
Aún seguían abrazados cuando el batería se acercó a ellos y picó a Martín con las baquetas sonriendo
- Una si que podrás, ¿no?
Y efectivamente, se sabía una en concreto una dedicada a el, en la que habían trabajado juntos mientras se componía.
Fue todo un espectáculo ver aquel abuelo tocando la batería como si fuese un joven de 20 años, aquel día no fue Lidia la estrella del concierto, Martín se descubrió viviendo uno de los momentos más felices de su vida.
1 comentario:
Me encantó.
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